La grandeza de lo pequeño

Jueves de Yoandy

Como reza un refrán popular: “hay de todo en la viña del Señor”. El ser humano es muy diverso, lo que constituye una poderosa riqueza, porque imaginemos tan solo un segundo ¿qué sería de la humanidad si todos fuéramos y actuáramos de igual forma?

Respondiendo a esa diversidad encontramos personas que se aferran a vivir la vida atadas a las grandes cosas; persiguiendo grandes ideales que mayormente nunca alcanzan; pensando en realizar grandes hazañas, sin haber pasado por las más cotidianas escaramuzas. Y se olvidan de que la historia está repleta de ejemplos que nos muestran, prácticamente, todo lo contrario.

Detrás de cada gran obra existe una personalidad sencilla, que ofrece lo mejor de sí en beneficio de los demás, que realiza cada acción consciente de que somos seres sociales. Y esas personas, con esa filosofía de vida, ya son grandes de por sí porque, sin a veces proponérselo, llegan a poner su inteligencia, sus valores y su obra al servicio de la humanidad.

Me vienen a la mente los aportes de grandes descubridores que revolucionaron el mundo, en ocasiones aun sin ser su meta principal.

Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina obtuvo este resultado por azar, cuando cultivaba bacterias y en el recipiente creció además un hongo que frenaba el crecimiento de las primeras. Ese pequeño hecho dio lugar al inicio de la generación de los antibióticos, tan útiles en la actualidad. Suele suceder que muchas veces usamos la penicilina u otros y no recordamos a aquel modesto señor que en su laboratorio, y en condiciones tecnológicas muy alejadas de la realidad actual, revolucionó el mundo.

Recordemos también a Tomás Romay, el estudioso cubano de la vacuna contra la fiebre amarilla, quien es reconocido como el Hipócrates habanero y a quien se le dice “ni desoíste al necesitado, ni adulaste al poderoso”. La hazaña que inmortalizó su nombre fue haber arriesgado la vida de sus hijos, a quienes utilizó como sujetos de prueba para vencer todos los temores, dudas y vacilaciones que existían respecto a la efectividad del producto que estaba investigando.

Y así abundan los ejemplos de personas sencillas que creyeron en la grandeza de lo pequeño, que sin pensar en el éxito, la fama o la recompensa, han obtenido estos tres galardones y más como premio a la sencillez, el servicio y la modestia.

Reflexionemos con las palabras del Premio Nobel de Literatura Rabindranath Tagore: “La vida está llena de pequeñas alegrías, el arte consiste en saber distinguirlas”. Una buena tarea hasta el próximo jueves.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

 

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