Lunes de Dagoberto
Otro de los síntomas del daño antropológico causado por el totalitarismo en Cuba es la incoherencia. Existen, por lo menos, dos grandes tipos de incoherencia: la incoherencia de vida y la incoherencia en la existencia cotidiana.
- La incoherencia de vida es la falta de una columna vertebral en nuestro proyecto de vida. Es la atomización caótica de nuestro pensamiento, de nuestros sentimientos, de nuestras decisiones y de nuestra actuación. No se trata del “ser o no ser” sino del ser fragmentado, desarticulado y contradictorio. Es vivir en la mentira: cuando te engañas a ti mismo, te justificas tus incongruencias y no logras articular un proyecto de vida erecto, entero, consecuente. Son personas invertebradas que viven en una permanente angustia existencial debido a la lucha que llevan dentro. Lo que se ve por fuera son bandazos, inconsecuencias, opciones opuestas entre sí, actitudes camaleónicas; se trata de una personalidad tan desalmada y desarmada que no se puede descubrir cuál es su verdadera identidad.
- La incoherencia en lo cotidiano puede ser consecuencia de la inconsistencia vertebral anterior o puede ser un estilo de vida conscientemente asumido por miedo, oportunismo o comodidad. En efecto, esta incoherencia consiste en, cuando aun teniendo una identidad vertebrada, pensamos de una forma, pero hablamos lo contrario; o pensamos y hablamos de una manera y actuamos de forma opuesta.
La incoherencia existencial por miedo es aquella en la que hablar como pensamos, vivir como hablamos y mantener perseverantemente esa coherencia entre creer, pensar, sentir, hablar y actuar, nos perjudica, puede ser castigado severamente o incluso puede poner en peligro nuestras vidas. Si sentimos que este es nuestro caso, entonces se confirma que estamos viviendo en un régimen político, económico y social amenazante, represor, que lesiona o daña profundamente nuestra condición humana. El miedo a la libertad es otra causa profunda de la incoherencia.
La incoherencia por oportunismo es aquella en la que se usan “máscaras” políticas para escalar a puestos de poder, o mejorar la situación económica, o acceder a un estatus social ventajoso o influyente. Entonces los puestos de responsabilidad no son para servidores públicos sino para arribistas que solo buscan vivir mejor, ascender en la escala social o política, sin importar cómo piensa, ni cómo siente. No es la virtud o el mérito con los que alcanzan responsabilidades sino el ejercicio de la incoherencia como estilo de vida y como escalera para subir y lucrar.
La incoherencia es la escuela de los simuladores que luego, con mucha frecuencia, dejan asombrados y perplejos tanto a los que los formaron o deformaron, como a los que sufren sus bandazos sorpresivos. La incoherencia no solo escandaliza a los que creyeron en esas personas, sino que provoca decepción y frustración, resta credibilidad y provoca un rechazo visceral. La incoherencia hiere el sentido de pertenencia, desenmascara al sistema que la creó y siembra la desconfianza. La incoherencia es el pecado mayor y el escándalo de los más pobres.
La incoherencia por acomodo es la más pasiva y la más simulada. Se trata de la actitud y el modo de vida de aquellos que no quieren “buscarse problemas”, no quieren “quedar mal con nadie”, o mejor, los que quieren quedar bien “con Dios y con el diablo”. Para ello creen una cosa y declaran otra. Piensan de una manera y hablan todo lo contrario según lo que se espera que deban decir en el auditorio donde se desenvuelven. El acomodo necesita de la incoherencia como el colchón del muelle. En cuanto se suelta un muelle, es decir, cuando esas personas tienen un rictus de coherencia, el muelle molesta, se entierra entre las costillas y no deja dormir en los laureles de la simulación al que estaba viviendo en el mundo del cojín.
No me estoy refiriendo a las pequeñas y puntuales incoherencias en las que caemos todos los seres humanos. Todos hemos sido alguna vez incoherentes. Todos hemos fallado en ser consecuentes con nuestras palabras y nuestros actos. Pero es necesario diferenciar entre “tener” incoherencias, propias de la debilidad humana y el “ser” incoherentes como estilo de vida, como actitud perseverante, como herramienta para acceder al poder y al tener, o como comodín para la “buena vida”.
Propuestas
No es bueno, ni coherente, quedarnos en la queja y el lamento infecundo, por eso me permito sugerir varias propuestas para sanar el mal de la incoherencia entre los cubanos:
- Para superar la incoherencia lo primero es preguntarnos: qué somos, qué queremos ser, cuál es el sentido y la razón de nuestra vida.
- Después que tengamos bien discernido lo que somos, lo que queremos ser y el sentido de nuestra existencia, debemos hacer nuestro proyecto de vida, es decir, darle columna vertebral a nuestro “ser y estar” en el mundo.
- El proyecto de vida no lo puede hacer nadie por nosotros y se hace: eligiendo una escala de valores, haciendo nuestra opción fundamental, viviendo los valores como virtudes, convirtiendo las opciones en actitudes y buscando coherencia entre cada uno de nuestros actos y los valores, virtudes y opciones que hemos elegido. En esto consiste el ser protagonistas de nuestra propia vida personal y social.
- Una vez que tengamos la columna vertebral de nuestro proyecto de vida que es alcanzar la primera coherencia, entonces irguiéndonos alrededor de esa columna vertebral moral debemos ejercitar la coherencia en cada acto, en cada palabra, en cada sentimiento, en cada decisión de la voluntad, en cada acción, de modo que vayamos madurando humanamente qué significa cada cosa, en cada día de nuestra existencia, crezcamos buscando ser coherentes entre lo que creemos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hablamos y lo que hacemos.
Sin sanar la incoherencia no podremos salir de la mascarada existencial que provoca el totalitarismo. Sin construir la coherencia cotidiana Cuba no podrá sanar el daño antropológico. La coherencia que vence al miedo, al oportunismo y al acomodamiento, es el camino más seguro para la transición a la democracia. Y no habrá democracia de calidad, ni desarrollo humano integral, sin coherencia ciudadana.
La coherencia de vida es la carta de ciudadanía del auténtico civismo.
¡Cuba, recobra tu coherencia, para que puedas alcanzar la verdadera libertad con responsabilidad!
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.
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