Tenemos derecho a tener Derechos

Jueves de Yoandy

Hoy es un día muy importante para toda persona humana, pero ciertamente usted felicitará a cualquier coterráneo en Cuba y le preguntará el porqué. El 10 de diciembre, día de los Derechos Humanos (DD.HH.), debería ser una fecha tan conocida como otras, y más celebrada que muchas, ya que es el día en que la humanidad decide honrar al conjunto de todas las buenas prácticas de convivencia y respeto, de la primacía de la persona humana.

Derecho humano y persona son un par inseparable. Se trata de un binomio entendido como valor que trasciende a la sociedad: la dignidad. Decir derechos humanos es hablar de libertades, y como toda libertad es un regalo de Dios, no se mendiga, se nace con ellos y se cultivan a lo largo de la vida. Es tan esencial su cumplimiento que existen como derechos legales establecidos. Fueron consagrados en tres documentos fundamentales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948 (fecha que da origen a la celebración de este día), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (también en 1966). Tras muchos años persiste la petición de que Cuba ratifique estos Pactos en materia de DD.HH.

Los DD.HH. reúnen, entre otras, tres características fundamentales, que permiten su fácil comprensión y evaluación. En primer lugar, son inherentes, inalienables e irrenunciables; es decir son intrínsecos a toda persona. En segundo lugar son inseparables y universales, a toda persona corresponden todos los derechos, ya sea de primera, segunda o tercera generación, y deben cumplirse en todos los países por igual, lo que le otorga un carácter universal recogido en una Declaración. Y, en tercer lugar, los DD.HH. se definen como anteriores al Estado, lo que significa que el Estado no los otorga, solo los reconoce y los defiende.

Haciendo uso de estos tres rasgos fundamentales podemos evaluar el ejercicio de los DD.HH. en Cuba, sumando la participación como certero indicador de su cumplimiento. Entonces, cualquier ciudadano de a pie podría realizar su propia evaluación, sin ser experto o trabajar relacionado a una comisión de defensa de DD.HH. Basta la opinión de cada persona, que es el mejor termómetro para hacer un análisis de la realidad. En la Isla que se presenta como adalid de los DD.HH. en la región y en el mundo, el derecho a expresarse es coartado sino se ajusta al discurso oficial que reconoce como válidas solamente a las instituciones oficiales y sus medios (ya hemos visto en los últimos días quién cierra la puerta al diálogo: los mismos que temen a los aires de libertad, y descalifican y agreden hasta físicamente). La libertad de reunión y asociación es un privilegio de aquellas organizaciones que dentro del concepto oficialista de sociedad civil pertenecen al Estado y responden a agendas gubernamentales. El resto de asociaciones independientes, notable y con verdaderos programas de trabajo en diferentes sectores sociales, con diversidad de roles, organización y representatividad, es como una realidad paralela solo visibilizada cuando se elaboran campañas de descrédito, se realizan actos de repudio, o se asocian a la contrarrevolución y el mercenarismo (tan de moda por estos días). La libertad de movimiento es restringida en una frontera, o en el portal de un domicilio, ya los extremos son tocados por la misma realidad. En un país militarizado, un policía puede impedir durante varios días que salgas de tu casa porque responde a su superior, que ha recibido órdenes de su superior, que a su vez sigue orientaciones del “alto mando”. Así se pierde la cadena de responsabilidades, se violan los más elementales derechos y ¿cómo y a quién quejarse si los responsables de hacerlo se corresponden con los mismos que dan las órdenes y a veces hasta son quienes las ejecutan?

Sueño con una Cuba donde el Estado sea descentralizado, subsidiario, efectivo, transparente, respetuoso de la participación democrática y de los DD.HH. Justamente en los tiempos que corren pareciera eso, un sueño; pero quienes tememos fe y esperanza podemos ver en los signos más recientes un ansia de libertad que cada vez interesa e implica a más cubanos.

La hora de la resurrección de Cuba está por llegar, quizá más cerca de lo que en otro momento imaginamos. Como decía san Juan Pablo II, uno de los Papas que más escribió en materia de DD.HH.: “Algunas naciones necesitan reformar algunas estructuras y en particular, sus instituciones políticas, para sustituir regímenes corrompidos, dictatoriales o autoritarios, por otros democráticos, participativos… porque la salud de una comunidad política -en cuanto se expresa mediante la libre participación y responsabilidad de todos los ciudadanos en la gestión pública, la seguridad del derecho, el respeto a la promoción de los Derechos Humanos- es condición necesaria y garantía segura para el desarrollo de todo hombre y de todos los hombres” (Encíclica Sollicitudo rei socialis, No. 44).

Yo rememoro la Declaración Universal de los DD.HH. un día como hoy, y al leer su Artículo 1: “Todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” ya comienzo un ejercicio mental evaluativo. Paso del dolor a la esperanza, soy capaz de ver el divorcio entre la letra de las leyes y la práctica social. En esta hora de Cuba creo que estamos más cerca de la anhelada libertad, al menos está más claro, cada minuto que pasa, y en cada evento que tiene lugar, que tenemos derecho a tener Derechos.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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