Sin dudas el escenario post-Covid se torna difícil para todos. Los sistemas que han mostrado eficacia en cuanto a seguridad sanitaria y social en general, han sufrido los efectos directos de la pandemia y preveen graves efectos a largo plazo. Sería muy ingenuo pensar entonces que en Cuba están todas las condiciones garantizadas para la recuperación. Esos falsos triunfalismos solo conducen al agravamiento de la crisis preexistente y a una crisis de la gobernabilidad y la gobernanza. El incremento del descontento popular producto de la escasez de todo tipo, y la presentación de una realidad de país que no es la que vivimos los ciudadanos hacia el interior de nuestros hogares, podría conducir a un punto máximo de inseguridad ciudadana. Lo más preocupante sería ¿hasta dónde más se puede llegar? ¿Cuánto más puede resistir el ciudadano de a pie? ¿Qué nuevas facetas de la crisis nos faltan por vivir?
Una de las frases que más se escucha por estos días es “la ‘cosa’ se está poniendo mala”. La opinión pública es el termómetro que indica la temperatura social, esa variable que, quiera ser analizada o no, escuchada o ignorada, ofrece la idea más clara del sentir de los ciudadanos que esperan la protección y amparo del Estado, con la consecuente libertad de la iniciativa privada. Quizá más que de temperatura, deberíamos hablar de presión, por tratarse de situaciones extremas donde el pueblo demuestra que ya no da más, y el barómetro se puede romper. Es tan elevada la magnitud, que la escala queda chica, los problemas se acumulan y los intentos de solución generan otra serie de dificultades. Lo cierto es que, incluso quienes vivieron el antiguo “periodo especial” de los noventa, afirman que esta nueva etapa es cualitativamente superior, negativamente hablando.
Cuando en un país faltan los alimentos, al punto de ser racionados por una libreta de abastecimiento que ya fenecía y ahora es retomada como el mecanismo de la justicia y la eficiencia en la repartición, se confirma que la crisis es grave. Cuando en un país faltan los más elementales productos de aseo, como un desodorante, un jabón o un rollo de papel higiénico, se confirma que la crisis es grave. Cuando en un país faltan las medicinas y los materiales e insumos médicos, se confirma que la crisis es gravísima. Y dicen los que vivieron aquella etapa anterior (de la que los más agudos dicen que nunca nos hemos recuperado) que al menos en los hospitales nunca faltó una sutura para operar o una tableta para el paciente con tratamiento. Ahora, sin la medicina y el alimento necesario, ¿quién resistirá, incluso cargado con el agobio del resto de las preocupaciones humanas?
Confieso que darle taller a la situación podría conducir a un estado de ánimo depresivo. Las cuotas de creatividad y resiliencia necesarias son elevadas, y pedir esperanza a quien desespera en la adversidad debe hacerse con prudencia, porque es tanto el dolor, que el alivio puede ser malinterpretado con la incomprensión. Son tiempos difíciles también para la convivencia, porque la irritación de la larga cola para alcanzar el producto que llegó, o el saber que no se poseen las tabletas necesarias para el tratamiento de una enfermedad crónica, pueden colocar a la persona en una espiral de decepción, tristeza, mal humor y violencia verbal.
Por suerte, y gracias a Dios, existen algunos recursos propios a mano. Entrenarse en el ejercicio de algunos de ellos parece ser que daría resultados positivos. Dependen de nosotros, quizá por ello puedan ser más controlados y eficaces como paliativo, no cura obviamente, de la terrible situación que vivimos. Ante la insatisfacción ciudadana, la información primero y la movilización después han demostrado canalizar algunas de las principales dolencias sociales. Movilización que significa, al menos para quien escribe, el aumento de la creatividad en las actividades de cada grupo de trabajo de la sociedad civil; el incremento de la conexión entre los diversos actores, y de estos con la población que representan y de la que todos somos parte; la diferenciación de roles ante situaciones específicas; y la producción de pensamiento y propuestas pensando en que no todo depende del Estado, ni de nosotros mismos, sino de una conjunción óptima entre la ciudadanía y sus representantes. Que no somos escuchados, que podría ser perder el tiempo, que no son consideradas las acciones más inmediatas, que debemos aterrizar: todos estos y otros argumentos hemos escuchado. Pero de eso se trata cuando nos referimos a los diversos roles, todos válidos, que van desde el pensamiento hasta la acción. Es humano y legítimo quejarse, pero es deber también de los hombres proyectarse hacia el futuro, o al menos saber qué no queremos y hacia dónde queremos movernos. Al menos presentar nuestro plan B es ser consecuente con el pensamiento martiano que dice que pensar es prever, o con la máxima del equipo de Convivencia, que sugiere de cada hora del día dejar 15 minutos para la queja y 45 para la propuesta.
Entre la narración de la pandemia, la constatación de sus terribles consecuencias y el agravamiento de la situación en la Isla, prefiero mantenerme firme en la esperanza, que no defrauda, y con la convicción de que no se puede llegar más lejos después de esta larga noche oscura. El amanecer tiene que estar cerca. A lo mejor para verlo solo falta correr la cortina de la habitación y disponerse a mirar con los ojos bien abiertos los signos que se nos presentan.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.