Ante nuestra realidad: ¿opio o esperanza?

Lunes de Dagoberto

Hace más de 20 años, cuando en mi parroquia la novena de la Virgen de la Caridad eran días de reflexión sobre temas cubanos a la luz del mensaje cristiano y que eran animadas por sacerdotes, religiosas y laicos, me pidieron que hablara sobre “Los cubanos debemos tener esperanza”. Era en medio del primer “período especial” un 7 de septiembre de los años 90s. Pensé, recé, medité… pero aquello no salía. ¡Qué difícil hablar de esperanza en medio de la crisis! ¿Cómo hablarle de esperanza a un pueblo sumido en un “gran apagón” como le llamara Pedro Pablo Oliva, por aquellos días, a su obra cumbre? Hoy, más de dos décadas después, la realidad que vivimos los cubanos es esencialmente la misma, y por ello, peor.

Cuando algunos amigos me pidieron mi tesis de maestría sobre “El daño antropológico en Cuba”, todos coincidieron en que era un acercamiento a la realidad que vivimos, algunos me dijeron: “es algo pesimista, nos hubiera gustado que ofreciera más esperanza. Lo que necesitamos es esperanza”. Volvió a visitarme esa carcoma interior, esa especie de voz de la conciencia, esa inquietante duda existencial que nos hace seres humanos. Y regresó la misma pregunta: ¿Qué relación puede existir entre realidad y esperanza? ¿Es posible la verdadera esperanza en medio de la más dura realidad? ¿Qué tipo de esperanza queremos?: ¿Ilusión vana para pasar el tiempo? ¿Mentira “piadosa” para engañar al sufrimiento? ¿Tranquilizante o distracción infantil? En fin, ¿qué queremos? ¿Opio o esperanza? Cada persona debe encontrar su propia respuesta a estas interrogantes vitales. Les comparto mi experiencia por si sirve:

El vía crucis de la esperanza

He aprendido que no hay contradicción en esta frase. Sí todo camino de cruz, de dolor, de sufrimiento, puede avanzar con esperanza cierta. Al igual, toda esperanza lleva consigo, trascendido, algún tipo de angustia, duda, costo sufriente. Trascender significa “atravesar la puerta”, “traspasar el umbral”. San Juan Pablo II, hombre de dolores que vivió de la esperanza, tituló a uno de sus libros más conocidos: “Cruzando el umbral de la esperanza”. Ese es el camino, el “vía crucis” que se convierte en “vía lucis”, pero ¿cómo?

Descubrir lo que tú llevas dentro

En efecto, la primera estación del camino de la esperanza, que es un proceso, es tomar conciencia de lo que eres, de lo que somos. Sin conciencia de nuestra vida interior, de nuestra vida espiritual, es imposible ponerse en pie, trascender el pesimismo, la angustia existencial. Cada persona lleva dentro todo el “equipaje” que necesita para el vía crucis de la esperanza: tener conciencia de sí, capacidad para pensar y reflexionar, talentos para superar pruebas, valores para marcar el camino, alma para elevarse sobre lo material e inmanente. El dinamo interior que podemos encender o apagar por propia voluntad, por libre albedrío. En el epicentro de “ese castillo interior” moran tres “cohabitantes”: el Trascedente, mi dignidad y la libertad-responsabilidad que son dones del Creador y condición inalienable del ser humano. He aquí la trinidad que nos capacita, nos educa interiormente, nos empodera por dentro: Dios, su amor de padre-madre; mi dignidad de hijo-hermano: su libertad-responsabilidad. Esta mochila trinitaria es el ADN de la esperanza. Lo que “llevamos dentro” es el combustible de la esperanza. 

Buscar y encontrar un sentido a tu vida

Esta segunda estación es la que necesitamos para discernir, para elegir nuestra opción fundamental en esta vida, y para iluminar todas las opciones específicas que la dura cotidianidad nos exige. Toda persona humana está llamada a encontrar y asumir un sentido para su vida en este mundo. El sentido no es encontrar el “por qué” de cada acontecimiento o experiencia vital, sino el escogerle libre y responsablemente un “para qué”. La vida sin sentido es la anarquía existencial, la dispersión de nuestras motivaciones, actos y reacciones. Una vida sin sentido es un desperdicio total. Con el bagaje interior podemos y deberíamos preguntarnos qué “sentido” le vamos a dar a nuestro paso por esta vida, porque somos sus soberanos. Dar sentido a la vida es un acto libérrimo y el más responsable de toda nuestra vida. Dar sentido a nuestra vida es escoger “para qué” voy a vivir. Muchas veces nos preguntamos ante un acontecimiento disparatado: Pero ¿Qué sentido tiene esto? y luego viene la angustia del sinsentido. Así no se puede vivir la verdadera esperanza.

Sin darle “sentido” a la vida cualquier intento de animar la esperanza se convierte en opio, en tranquilizante paliativo, en adormecer nuestras conciencias. Lo opuesto de la esperanza no es el pesimismo es el sin sentido de lo que vivimos. Lo duro, el dolor, la angustia del hoy y la incertidumbre del mañana es realidad componente de la vida, sustituirlo por somníferos u ocultarlos con disimulos o con el sedante manipulador con apariencia de exhortaciones a la “esperanza” hasta que “pase esto” es más cruel que matar a un hombre. La cruz, la muerte salva, los estupefacientes ideológicos, religiosos, propagandísticos, o intimistas exterminan el sentido de la vida, de la muerte y de la trascendencia de la vida. Es clausurar el umbral de la esperanza. Es vivir en la mentira. Es cambiar el sentido de la vida por un letargo sin para qué y sin hacia dónde. El sentido de la vida es el motor de la esperanza. Su mística. 

Organizar nuestra escala de valores

La tercera estación del camino de la esperanza es jerarquizar aquellos valores que harán posible el sentido que elegí para mi vida. O si se quiere decir de otra forma: cultivar los valores por orden de importancia para responder a la vocación general, humana, trascendente. No se trata aquí de una vocación específica, se trata de responder a la “llamada” del sentido de mi vida de forma global, holística, integradora.

La gente asegura que hay una crisis de valores en Cuba producto, digo yo, del daño antropológico que todos hemos sufrido en diverso grado. Pues bien, eso no es una constatación menor, ni siquiera principal. La crisis de valores en una persona es como vivir una anemia perniciosa. Vivir sin valores o estar en un estado “crítico” es la leucemia de nuestra espiritualidad, de nuestra vida interior. Pero no basta con pasar de “crítico” a “grave” y de ahí a cultivar con salud de alma los valores humanos, sino que es del todo necesario hacer una escala ordenándolos de mayor a menor para poder ir sacrificando en el ara del altar y de la Patria, aquellos que están más abajo, que son buenos, que valen, pero que llegada la prueba hay que sacrificarlos para salvar el sentido de nuestra vida, para no tirar nuestra vocación humana integral por la borda de las circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales, religiosas… todas en fin, circunstanciales, es decir, provisorias, pasajeras, contingentes. No hay verdadera esperanza si no hay escala de valores, porque las pérdidas que trae la vida nos parecerán saetas contra la esperanza. Con escala de valores sabremos convertirlas en leña seca y crujiente para echar en la hoguera que calienta nuestra esperanza. Toda persona debe tener bien claro su escala de valores para cuando tenga que sacrificar algunos buenos no perder la esperanza, para cuando tenga que sacrificarlo casi todo, hasta la vida, sea fiel y pueda traspasar el umbral de la Esperanza, con mayúscula. Las escalas de valores son las autopistas de la esperanza.

Escoger un proyecto de vida

La cuarta estación es hacer nuestro proyecto de vida. Vivir sin proyecto es un no vivir. Es dilapidar la única vida que nos han regalado. Es el mayor crimen de lesa humanidad. Porque las matanzas, los campos de concentración, los totalitarismos, han podido ser vividos con sentido y con esperanza por sus propias víctimas sin caer en el síndrome de Estocolmo. La siembra de esperanza en un campo de concentración o en una Isla-cárcel, no es repetir como una letanía: Vas a salir, te puedes escapar, esto tiene que acabarse, no hay mal que dure cien años, mira para otro lado, entretente en otra cosa, duerme… Si la religión hace eso, es opio. Si los políticos hacen eso, es alienación. Si la familia hace eso, no es hogar ni sembradío.

Todos, comenzando por el hogar debemos aprender y enseñar a hacer nuestros proyectos de vida, porque la familia que no educa para un proyecto de vida no tendrá sano su corazón. La educación pública debe ser ética y educar para asumir un proyecto de vida, porque si no la escuela se convierte en manipuladora de masas. La Iglesia debe encarnar su mensaje trascendente dando los instrumentos para poder hacer nuestros proyectos de vida, sino se convierte en una religión “de la ley, el sábado y el templo” que para no buscar problemas contribuye al mayor de ellos: no enseñar a pensar, no educar para asumir un proyecto de vida, no ejercer la libertad de los Hijos de Dios. Sin un proyecto de vida, libremente asumido y responsablemente vivido, no hay esperanza. El proyecto de vida es el GPS de la esperanza.

Rectificar el rumbo sin perder el sentido

Es verdad que el pesimismo nos vence. Es verdad que las pruebas, la persecución, la represión, el acoso y la lucha por la sobrevivencia cotidiana son los enemigos de nuestra esperanza. Es verdad que, con frecuencia, se confunde la realidad cruda con los ojos que la ven y la analizan. La crudeza de la vida no depende ni del pesimismo ni del optimismo con que la veamos, la analicemos o incluso con que la presentemos. La realidad es la realidad. Y esconderla, disimularla o desfigurarla no es honesto ni sirve a la verdad. Otra cosa es que esa verdad sea presentada con objetividad, con respeto, incluso con amor doliente. Eso es diagnosticar el cáncer sin encarnizamiento terapéutico del paciente y sus familiares. Pero, sobre todo, la oscuridad del camino puede hacernos perder momentáneamente el rumbo. Coger atajos llamándole prudencia. Confundir desvíos con el camino. Disimular los círculos viciosos que se muerden la cola con perseverar en lo que se puede. Lo primero para regresar al camino de la esperanza cierta es un examen de conciencia para ver por dónde andamos en la vida, un reconocimiento sincero de que nos hemos alejado del camino, de que el atajo tiene sombra pero nos engaña. Lo importante es tener conciencia bien formada para no torcerle el camino a la verdad. Para ellos hay que contrastar nuestras verdades subjetivas disfrazadas de “veredas seguras” con la Verdad que existe fuera de nuestros meandros interiores y que buscamos entre todos. Jesucristo se lo espeta en la cara a Pilato: «Para esto Yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Jn 18, 37).

Cuantas veces nos descubrimos fungiendo, sin querer, inconscientemente, haciendo de agentes de la mentira. De maquilladores del Rostro de Dios que es la dignidad de cada persona. De linieros que cambian, con la mejor de las intenciones, el “chucho” para que el tren de la vida no tenga que pasar por “cañadas oscuras” y lo que estamos haciendo es desviándolo hacia el paradero de la vida, hacia la estación segura en la que no pasa nada sencillamente porque está detenido, apagado, parqueado en el sin sentido de la vida. Pero hay que recobrar el sentido, enderezar el “chucho”, recobrar el camino de la esperanza cuya hoja de ruta es el proyecto de vida que hemos asumido libremente. La esperanza no vendrá con nuestro tren de vida parado esperando a que arreglen los polines de la política, la economía, la familia, la Iglesia… Rectificar el rumbo, re-encendiendo los motores que llevamos dentro, volviendo a las autopistas del sentido de la vida y corrigiendo la dirección por el GPS de la esperanza que es el proyecto de vida, es el único remedio para las reiteradas caídas. Las rectificaciones son las “señales” que nos permiten recuperar el camino de la verdadera esperanza.

Ser fieles hasta el fin

La fidelidad a la mística interior, al sentido de la vida, a nuestra escala de valores y a nuestro proyecto de vida es el verdadero itinerario hacia el secreto de vivir “una esperanza contra toda esperanza”. Ser fiel hasta el final es la meta del camino de la verdadera esperanza. Nada en este camino nos conduce hacia la alienación, ni a los anestesiantes optimismos, ni al opio de los pueblos, ni a una esperanza de los falsos sermones y discursos de los demagogos. Por este camino no hay cruz que nos haga pesimistas. Por él podemos cantar con los clásicos latinos del siglo VI: “Ave Crux, Spes Nostra”: “Salve Cruz, Nuestra Esperanza”[1]. Aún más, tengo la experiencia de que: la fidelidad es el mayor surtidor de esperanza cierta.

Porque mientras más se avance en el camino de la vida sin perder el sentido ni el rumbo tendremos en nuestro interior la inefable experiencia de la fidelidad probada que es otro nombre del amor. La fidelidad largamente disfrutada cruza el umbral de la esperanza y nos conduce a ese estupor gozoso de haber vivido la Vida en abundancia y Plenitud. No por gusto, creo y espero en esa fórmula del amor triunfante, rara por su simplicidad y transparencia en el críptico y simbólico Apocalipsis de la Biblia, libro de las tres más grandes religiones monoteístas y que yo quiero sobre mi tumba, sencillamente porque esta ha sido la razón de mi esperanza:

“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la Vida” (Ap. 2,10). En

Claro que sí, vale la pena vivir en plenitud este verdadero camino de esperanza.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

[1] San Venancio Fortunato. (536-610). Es la novena estrofa del Vexilla Regis, un himno compuesto por el obispo Fortunato en el siglo VI con motivo del traslado de las reliquias de la Vera Cruz de Cristo desde Jerusalén al monasterio de Poitiers en Francia. Fue cantada por primera vez el 19 de noviembre del año 569.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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