Los cubanos: entre las rutinas y las rutas

Lunes de Dagoberto

La pandemia del Covid-19 ha roto todas nuestras rutinas y los seres humanos somos “gente de costumbres”. Vivir sin nuestras rutinas ha sido el mayor desafío a la estabilidad de nuestras existencias cotidianas. Y vivir de “forma rara”, extraordinaria, rompiendo el “pasito” de siempre puede ser asumido o sufrido, para bien o para mal.

Una religiosa amiga me envío por WhatsApp una meditación de un sacerdote sobre el Evangelio que se leyó en todas las Iglesias católicas del mundo, templos y casas, ayer domingo. Se trata del pasaje de los discípulos de Emaús. Unos seguidores de Jesucristo que regresaban a ese su pueblo decepcionados, entristecidos, descreídos, porque todo había terminado en el fracaso y la muerte de su Maestro en la cruz. Volvían a su rutina. Esa palabra que es, como dice el predicador, un diminutivo de ruta. Un dejar el camino por vereda, un vagar en un laberinto cotidiano buscando una salida sin saber, ni poder decidir, hacia dónde queremos salir. No hay salida sin destino. No hay ruta sin horizonte. La rutina sin mapa es incertidumbre sin sentido.  

A aquellos que se dejaron aplastar por lo que “vieron sus ojos del cuerpo” no veían la ruta, la cambiaron por volver a la chata rutina. Nada les devolvía las ganas de vivir, el entusiasmo de ser mejores, arrastraban los pies y el alma, como muchos cubanos, por el camino de la rutina ya sin ruta vital. Pero el sorprendente Jesús se les hace encontradizo y hace con ellos la rutina… pero ellos no lo reconocen, les ardía el corazón por la buena explicación, las buenas razones, pero seguían clavados en la cruz de la desesperanza: como el pueblo cubano hoy. Hacer sin mapa de ruta ni sentido de vida, lo que toca hacer y la grisura de la vida cotidiana sacada de mis costumbres.

Pero ellos habían experimentado ya en sus propias vidas cuál era su Camino, su Verdad y su Vida. Ellos habían tenido la experiencia de cómo se le da sabor a la vida. Ellos perdieron la rutina por la cruz que se le atravesó en sus vidas y creyeron que la pérdida de la rutina era sinónimo de la pérdida del sentido de vivir. Perdieron la rutina y el rumbo. Ese ardor interno y esas ganas de vivir que tiene todo aquel que ha hecho un mapa personal para dar dirección y sentido a los días que nos toque vivir.

Cuba: vivir nuestras rutinas con ruta

Esa experiencia vital de saber de dónde venimos, hacia dónde vamos y para qué estamos en esta vida, es capaz de darnos una fuerza, un espíritu, un “suplemento de alma” que, no solo nos anime a seguir, sino que le dé columna vertebral a nuestra existencia, nos haga coherentes por dentro y por fuera, en el ser y el actuar. Es tal esa fuerza vital que es capaz de “resucitar a un muerto”.

Pero un detalle, un leve gesto, no se le escapa al predicador: reconocieron a Jesús “al partir el pan”. Y esa rutina, aparentemente sin trascendencia, esa costumbre de su amigo, ese instante, doméstico, cotidiano, de la mayor simplicidad, sirvió para reconocerlo. Hay gestos que identifican a una persona. Hay rutinas que son señales de una ruta. Solo hay que tener “ojos para ver” esas señales de vida, esos diminutos surcos que identifican nuestras huellas digitales y que en su invariable rutina nos ponen nombre, proyecto de vida y derrotero, aún en medio de un mar turbio, anochecido, tormentoso por dentro, que no nos permite ver el horizonte. Solo subiendo al palo mayor de nuestras vidas, solo resistiendo el bamboleo de la incertidumbre, mientras más alto más fuerte, podremos otear la huidiza línea de la utopía que está marcándonos la ruta, el ritmo y la rutina.

Los cubanos podemos hundirnos en nuestro camarote, arrastrar nuestra existencia por el camino de la frustración, crucificados por una autoridad que intenta controlar nuestra vida, trazar nuestra ruta y hasta decirnos que una ideología es la “única que nos puede salvar”. Los cubanos, no todos, quizá hemos entrega el timón de nuestro sobrevivir, en lugar de subir al palo mayor para ver lejos y ver el rumbo hacia tierra firme, hemos bajado a las bodegas de la subsistencia, a la oscuridad del camarote, al anochecer del camino de regreso a la vida sin sentido y sin decisión personal sobre nuestros actos. En una frase: muchos podemos perder la ruta por seguir la rutina.

Ojalá que los cubanos aprovechemos este cambiazo de rutina para cambiar nuestra ruta. Que esta crisis de cotidianidad sea una conmoción de nuestra voluntad y una asunción de nuestra responsabilidad personal, ciudadana, a eso que el Papa San Juan Pablo II, rompiendo esquemas y rutinas ideológicas, nos convocara hace ya más de 20 años: “Ustedes son y deber ser los protagonistas de su historia personal y nacional”.[1]

Ojalá que los cubanos, podamos salir de unas rutinas, sin horizonte y sin sentido y podamos descubrir “la dignidad plena del hombre” de cada cubano, para edificar una hoja de ruta, un derrotero nacional “con todos y para el bien de todos”, los de aquí y los de la Diáspora (que comprende al exilio histórico, a los que salieron después, a los emigrados por cualquier razón, pero que sienten con Cuba, con la nación) todos, los ciudadanos, los grupos de la sociedad civil, los partidos políticos, el oficialmente reconocido y los reconocidos por parte de algunos de nuestros compatriotas que también son soberanos por ser ciudadanos, y no por pensar diferente o por elegir una ruta discrepante con el rumbo oficial pueden ser considerados como apátridas, ni mercenarios, ni “gusanos”.

Cuba: compartir el pan de la cubanía para reconocernos diversos sin condenar ni dividir

Todo hombre y mujer es persona y goza de todos los derechos y deberes. Goza también de la libertad y la responsabilidad, por su condición humana, de decidir, su ruta y su rutina, su vida y su destino. Nadie, ninguna persona, en Cuba ni en ningún lugar del mundo puede, ni debe, ser considerada como “una mala hierba” que hay que arrancar de raíz”[2] (Granma, sábado 25 de abril de 2020, página 6). Con todo respeto, pienso distinto de una visión maniquea que intenta dividir al pueblo cubano. Pienso que no es martiana porque Martí quería “un futuro en que quepamos todos”[3]. Y además de no ser oportuna en este tiempo de crisis, ni en ningún otro, pareciera colocarse por encima del bien y del mal, como juez supremo para decidir, enumerar ejemplos y separar los “buenos” de los “malos”, según su juicio personal. El trigo y la cizaña, es decir, la lucha entre el bien y el mal está en nuestros corazones, en nuestra conciencia, no en bandos beligerantes por pensar diferente. José Martí dijo: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad.”[4]

Ni Jesucristo, el fundador de una religión de miles de millones alrededor del mundo, uno de los líderes humanistas que más ha influido en nuestra cultura occidental y en todos los sistemas políticos que han existido; ni Él que es considerado por los creyentes que lo siguen como el Hijo de Dios y llamado por el sincretismo popular de los cubanos como el “Justo Juez”; ni Él que prohibió que sus seguidores separaran el bien del mal que habita en todo corazón humano sin excepción, quiso clasificar a los hombres en hierba buena y hierba mala. No permitió que separaran el trigo de la cizaña en aquel conocido y actualísimo pasaje de la Biblia:

 “Jesús les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega.”[5]

Hacia la post-pandemia por las rutas del pan, la libertad y la fraternidad

¿Podremos los cubanos aprender a elegir nuestra ruta y la rutina para transitarla entre todos?

¿Sabremos los cubanos descubrir la ruta de la nación en medio de las rutinas cotidianas?

¿Descubriremos los cubanos que “al partir y compartir” el pan de la cubanía nos podremos reconocer incluyendo a todos los cubanos?

¿Seremos capaces los cubanos de promover una educación ética y cívica para no dividirnos entre mala hierba-mal nacidos y buen trigo-buen cubano?

¿Aprenderemos los cubanos a construir la unidad en una diversidad en que quepamos todos?

¿Tendremos los cubanos el Amor y la Virtud de los padres fundadores para dejarnos de vivir en el sin sentido de la rutina sin mapa y trazar entre todos y con todos un itinerario para caminar juntos la Ruta Nacional?

Como cubano que vivo dentro de esta Isla-laberinto, compartiendo las nostalgias y frustraciones de nuestro camino de Emaús, sin juzgar a las personas sino compartiendo el pan de las ideas discrepantes, creo firmemente que seremos capaces, todos, de reconocernos al partir el pan de la cubanía, que no es propiedad de nada ni de nadie sino que debe ser rutina de todos, mesa de la fraternidad abierta e incluyente en un mundo plural y globalizado.

Y deseo, espero y trabajo, para que mientras hacemos este camino de esperanza, sintamos que nos “arde el corazón” al descubrir que es mejor incluir que discriminar, que es mejor educar que reprimir, que es mejor perdonar que juzgar, que es mejor sembrar consensos que arrancar de raíz al compatriota, que es mejor reconciliar que condenar, que es mejor una Patria en Rutas diversas que vivir en una rutina impuesta. Que es mejor despenalizar la discrepancia que prohibir las divergencias por decreto.

En fin, que es mejor una Cuba diversa con todos, próspera por su propio esfuerzo, constructora de la fraternidad del pan compartido y edificadora de puentes entre las diversas rutas y sus consecuentes rutinas que nos conducirán hacia la mesa de hermanos de una nación feliz.

Ánimo. Saldremos de esta, enrumbados por esas rutas y rutinas del pan, la libertad y la fraternidad.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere. 

 

[1] San Juan Pablo II. Discurso al llegar al Aeropuerto “José Martí” de La Habana el 21 de enero de 1998.

[2] Concepción, E. “Arrancar de raíz la mala hierba”. Granma 25 de abril 2020. Opinión. p. 6.

[3] Martí, J. (1891) “Discurso del 10 de octubre de 1891”. O.C. Tomo 4. Centro de Estudios Martianos. Karisma Digital. La Habana, 7 de noviembre del 2001. p. 261-262.  Martí, J. (1893) “Mi raza”. Periódico Patria. Nueva York, 16 abril de 1893. O. C. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1976. Tomo 2. p. 298-300. 

[4] Martí, J. (1893) “Mi raza”. Periódico Patria. Nueva York, 16 abril de 1893. O. C. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1976. Tomo 2. p. 298-300. 

[5] Jesucristo. La Biblia. Evangelio de san Mateo capítulo 13, versículos del 24 al 30.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio