Coronavirus: ¿Depresión o proyecto de vida?

Lunes de Dagoberto

Se van acumulando los días y las semanas de pandemia. La perspectiva del tiempo para regresar a la normalidad es incierta. El confinamiento sanitario, la reiteración de las noticias negativas, la manipulación política panfletaria por todos lados, los fallos en el sistema de salud, el aumento de los fallecidos y la letanía de que a todos nos puede tocar la pandemia y aquellas “profecías” de que el mundo no será igual después para mal, son realidades vividas por la casi totalidad del planeta. En Cuba, a esto se suman las carencias cotidianas e irresueltas que aumentan con la crisis de salud pero que venían  acumulándose por décadas.

Es necesario discernir las responsabilidades para asumirlas y resolverlas: Que Cuba no tenga liquidez para satisfacer las necesidades básicas no es responsabilidad de los ciudadanos. Que los campesinos no tengan la libertad ni el estímulo para sembrar, acopiar y comercializar al precio que le suponga ganancias sin abuso, pero sin topes voluntaristas, no es responsabilidad del ciudadano. Que las relaciones internacionales con amigos y enemigos impacten en la economía dependiente de nuestro país no es responsabilidad del ciudadano. Que la gente con su teléfono móvil se convierta en un reportero ciudadano y refleje la realidad que vive y que ve con sus ojos, sin desfigurar lo que ve, ni asegurar lo que no ve, no puede ser un “delito” punible con altísimas multas por un decreto, el 370, que viola el derecho a la libertad de expresión y es aplicado sin un juicio imparcial por medio. Las fake news o noticias falsas deben ser denunciadas pero no se puede silenciar, amenazar y castigar al ciudadano que no tiene otro medio para expresar y narrar la realidad, la verdad, que está viviendo. También eso produce un miedo ignoto que se suma al de la pandemia. No se puede “estirar la liga” de la paciencia de los ciudadanos y, mucho menos, en medio de una situación de vida o muerte. Además de insistir más en lo positivo: en narrar las curaciones, la heroicidad del personal de la salud, los esfuerzos que se están haciendo para enfrentar este flagelo, la nación, sus autoridades deben aflojar las tensiones, dejar de reprimir las libertades que no lesionan la salud de los demás, crear un clima de respeto, tolerancia y convivencia.

La paciencia se acaba: cuidemos también la salud mental

La conjunción de todos estos acontecimientos negativos, sumados a la sensación de encierro, la molestia limitada pero obligatoria de llevar una mordaza mientras se lucha la supervivencia en largas colas, crispaciones de todo tipo, las irresponsabilidades personales propias y ajenas y, además, que por la televisión y la radio, por las redes sociales y otros sitios oficiales, estén echando sobre los ciudadanos culpabilidades y responsabilidades que son inherentes a las decisiones políticas, económicas y de las relaciones internacionales. Todo esto se acumula y daña a las personas, a su psicología, a su estabilidad emocional, abusa de nuestra paciencia y nos coloca en una situación límite.

La paciencia de los ciudadanos, su capacidad de resistencia, su flexibilidad ente la crisis sostenida por años y agravada por meses, tiene un límite. Las autoridades, las familias, las Iglesias y la sociedad civil toda, debemos tomar conciencia de esta tensión invisible, de una violencia e impotencia reprimida por mucho tiempo, de que las personas y los pueblos no podemos resistir a base de consignas. La vida es una sola y pasa rápido. Ni los intereses hegemónicos internos y externos, ni la imposición obligatoria de una sola forma de pensar, de expresar, de actuar, de vivir, pueden ser impuestas por nada ni nadie sin lesionar gravemente la naturaleza humana. Esto es peor que la pandemia, provoca un daño antropológico agravado por las cerrazones físicas a las que se agregan las cerrazones mentales, políticas, ideológicas e internacionales. Los que sufrimos somos los seres humanos. Los sistemas, las políticas, las crisis económicas o los conflictos entre naciones cuyas raíces deben ser tenidas en cuenta tanto como sus consecuencias, son entes impersonales, decididos por unos pocos pero que dañan a millones en todas partes. También en Cuba.

No escucho hasta el día de hoy, que además de las necesarias y reiteradas medidas sanitarias y preventivas que todos debemos observar, se haya pronunciado otro conjunto de medidas para crear un clima de convivencia más sosegado, menos crispado, menos represivo. Al contrario, han resurgido como por arte de herencia genética, los juicios ejemplarizantes promovidos por autoridades visiblemente irritadas, cuando debían transmitir serenidad a la población, por el contrario, convocan a publicar los juicios, las fotos, las identidades, las direcciones de los violadores de la ley. Esto viola el derecho a la privacidad, a la presunción de inocencia y al debido respeto a los convictos que son seres humanos. Esto recuerda la picota en la plaza pública medieval. Esto no contribuye a la estabilidad de la nación. Esto mete miedo. La represión y el miedo agudizan la crisis no la curan. La represión lesiona la salud mental y lo que hace es soterrar el malestar, convertirlo en fuerza telúrica comprimida, en peligro potencial. Sería bueno proponer, para no quedarnos en la queja estéril, que una comisión de psicólogos, psiquiatras, sociólogos, educadores, religiosos, trabajadores sociales que trabajen en el ámbito de la salud mental, analizara el impacto subjetivo de la crisis por la pandemia sobre las crisis acumuladas. Esto sería un gran servicio a la convivencia pacífica: que la educación ética y cívica de los cubanos sustituya a la represión creciente, que la observancia consciente de la indispensable disciplina sustituya a la doble moral del “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”.

Que la crispación sea curada por la fraternidad en la diversidad

Que la crispación sea sustituida por el paciente y sostenido cultivo de la fraternidad entre todos los cubanos, piensen como piensen. Que la descalificación de compatriotas que discrepan tildándolo de mercenarios, manipulados por potencias extranjeras o traidores a la Patria, sea sustituida por la apertura de mentes, la pluralidad de pensamiento y acción y el respeto a los diferentes. La batalla de ideas no es ni puede ser batalla contra las personas que proponen esas ideas por muy diferentes que sean. No se puede fusilar mediáticamente a ningún ser humano para combatir sus ideas. Las ideas se debaten respetando a la persona que las sostiene. Las ideas se defienden con el diálogo y el debate sereno y respetuoso. Recurrir siempre y en todo caso a la citación, la amenaza velada o explícita, a los juicios ejemplarizantes u otras formas de represión de lo que no debe ser reprimido, según los estándares internacionales y la conciencia de la humanidad, no soluciona el problema de fondo. Lo esconde por un tiempo, con algunas personas, pero está ahí… como un temblor subterráneo y acumulativo. No es sano para las personas ni para la sociedad.

La paz social, la disciplina social y la convivencia pacífica se edifican a base de convencimiento, de educación paciente, de diálogo respetuoso, de contribuir todos a un clima sosegado, civilizado, fraterno. En una palabra todo lo que nuestras autoridades piden y postulan para las relaciones entre las naciones debemos comenzar a ponerlo en práctica entre todos los cubanos y no solo entre los que piensen igual. Hacer esto dentro de nuestras fronteras es negar y contradecir lo que estamos pidiendo a la comunidad internacional. La paz mundial se comienza a construir en el seno de las sociedades nacionales, entre todos los ciudadanos.     

No a la depresión, sí a los proyectos de vida

Lo que más necesitamos ahora, además de la estricta observancia de las medidas sanitarias contra el coronavirus, es cuidar nuestra salud mental y la de nuestros conciudadanos. Poco a poco, como cae la noche sin estruendos, un número significativo de cubanos se deslizan imperceptiblemente hacia la depresión. Es esa “enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de las funciones psíquicas”. Ya mencionamos algunas de las causas que se suman y multiplican exponencialmente y pesan y pesan cada día al levantarnos y tener que comenzar una vida contra natura.

Pero cada persona humana lleva en sí misma, en su naturaleza y condición, las capacidades, las herramientas y el “suplemento de alma” que se necesita para no caer en la depresión. Todo radica en que el ambiente social, la convivencia ciudadana, no conspiren contra esas capacidades innatas al ser humano. Hay personas deprimidas por tres razones, por lo menos:

  • Una, suponiendo que sea una persona sana, porque no lo han educado para cultivar esas capacidades que lleva intrínsecas, porque la familia, la escuela, las iglesias, los grupos de amigos, no le han ayudado a entrenarse en el uso de esas herramientas contra la depresión que conforman su capacidad de resiliencia.
  • Dos, que la persona tenga una enfermedad mental que no le permita desarrollar esas capacidades de resiliencia.
  • Tres, que las circunstancias externas, que la crispación social, que la represión política, emocional, relacional, el aislamiento y la soledad física y moral, sean mayores y aplasten esas capacidades que vienen con nuestra naturaleza y espiritualidad humanas. Esto es responsabilidad de los que tienen el deber de “cuidar, proteger y promover” a los ciudadanos desde cualesquiera que sean sus puestos de servicio público.

Como siempre, intentamos seguir proponiendo soluciones, mirando al futuro de Cuba, asumiendo nuestra responsabilidad cívica y quisiéramos terminar esta reflexión con estas dos propuestas contra la depresión:

1. La introspección, es decir, parar de la faena cotidiana, detener el tropel interior de lo que nos queda pendiente, de lo que vino y no alcancé, de lo que “nos darán” cuando alguien decida que lo necesitamos. Frenar ese atropello interno y meditar, unos minutos primero, obligándonos al principio, fijando una hora, la mejor que podamos, al final del día, cuando creamos que será más propicio ese viaje a nuestro interior. Y allí tomar conciencia de lo que somos: personas libres y responsables, dignas de todo derecho y de tener una vida decorosa y sosegada. De lo que tenemos dentro: capacidad para pensar, discernir, escoger, decidir, con cabeza propia. De las posibles herramientas que sabemos utilizar para salvarnos interiormente: meditar, rezar, contemplación, silencio interior, música de relajación, lecturas edificantes, y otras muchas más. El resultado debe ser, días después, el deseo de alargar ese tiempo tuyo, mío, personal, inviolable, en el sagrario de nuestra conciencia, donde nadie puede entrar, ni decidir, ni manipular.  Y otro resultado el irnos sintiendo más fuertes por dentro, más confiados en nosotros mismos, más animados en profundidad, con  una fuerza serenísima que viene de la conciencia de los que somos y podemos y para los que tenemos fe, la certeza de que tenemos una fuerza trascendente y superior que habita y fecunda ese motor interno, esa moción espiritual, que no tiene que ser exclusivamente religiosa, que los clásicos llamaron mística. Recuerdo a un amigo poeta que en la oscuridad de las noches de aquel inicio del interminable “período especial”, caminando por la calles sin luz de Pinar del Río, junto a un grupo de amigos de la Iglesia y de Vitral, de pronto, se paró y preguntó como un desbordamiento: Pero, de ¿dónde sacan ustedes esa fuerza para vivir esto?, mientras abría las manos. Alguien le respondió: “la mística, José Raúl, la mística”.

2. Trazarnos un proyecto de vida. Una proyección que de sentido a una existencia precaria como la nuestra. Un proyecto ajustado a lo que se puede hacer ahora, pero no alienante y acomodaticio, sino lanzado hacia adelante, con vista larga y luz alta. Poco a poco, primero lo mínimo, luego lo necesario, más adelante lo posible y así hasta un horizonte cada vez mayor. No tiene que ser un proyecto grande, ni una obra imposible. Una vez, una monja amiga mía, Carmina Roselló, comenzó a repartir unas tarjeticas mínimas hechas a mano por ella, en que escribía lo que dijo había sido una frase que yo había dicho en una conferencia a los religiosos cubanos: “Entre la utopía que nos llama y la realidad limitada en que vivimos, están los pequeños pasos que mantienen viva nuestra esperanza”. Que esos pequeños pasos se conviertan  en pequeños proyectos que den sentido y razón a nuestra vida. “Creer en la fuerza de lo pequeño” ha sido un factor vertebral en mí vida. En fin, decía, Viktor Frankl en su obra “El hombre en busca de sentido”, que recomiendo encarecidamente para este tiempo de coronavirus: que al hombre, aún en un  campo de concentración, con todas las libertades conculcadas y la vida reducida al confinamiento absoluto, le quedaba “la última de las libertades humanas” que es decidir cómo vamos a afrontar esas mismas limitaciones:

  • dejándonos aplastar por la cruz cayendo por la pendiente de la depresión… o
  • asumiéndola y, erguidos, decidir que los clavos que nos inmovilizan serán signos e instrumentos de liberación para mí y para los demás. Porque en esto precisamente está el mayor y mejor sentido de nuestra vida, el único que nos salva de la depresión y la angustia: vivir para los demás.

Confío, a pesar de los pesares, en la nobleza de alma del pueblo cubano y en su proverbial capacidad de recuperación: de esta saldremos más humanos, más cubanos, más hermanos.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio