Martes de Dimas
La virtud es una cualidad moral, cuya característica es obrar bien y correctamente de acuerdo a lo que es justo. Proviene del griego areté y del latín virtus, virtūtis. Indica las habilidades adquiridas con esfuerzo personal que distinguen a una persona de otra: fuerza de carácter, capacidad, aptitud, excelencia, valentía, cordialidad, perseverancia, vinculadas todas con la perfección de la conducta. El término también designa la eficacia para producir determinados efectos, así como las cualidades o propiedades de determinadas cosas.
Cuatro de las virtudes se consideran cardinales porque constituyen la base de toda moralidad: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Cuando una persona es prudente, justa, fuerte y templada espiritualmente, entonces posee el resto de las virtudes morales, porque están contenidas como semillas en las primeras cuatro.
En la Filosofía
Sócrates (470 a.C.-399 a.C.), primer pensador que trató el tema, consideraba que la virtud se podía alcanzar por medio de la educación, fundamentada en la moral y en la vida cotidiana. Sólo el sabio -decía- puede ser virtuoso.
Platón(427 a.C.-347 a.C.), alumno de Sócrates, consideraba a la virtud como el camino hacia el Bien y la Justicia. Decía que el ser humano dispone de tres poderosas herramientas: el intelecto, la voluntad y la emoción. A cada una de ellas le correspondía una virtud: al intelecto, la identificación de las acciones correctas y el saber cuándo y cómo realizarlas; a la voluntad, la realización de las acciones y la defensa de los ideales propios; a la emoción, el autocontrol para interactuar con las demás personas y en situaciones adversas. A esas herramientas le añadió una cuarta: la justicia, que permite convivir en derecho y con seguridad.
Aristóteles(384-322 a.C.), discípulo de Platón, realizó la elaboración más completa del concepto. Planteó que la virtud es un hábito formado por la repetición voluntaria de buenas conductas. Por tanto, el que logra vivir conforme a las exigencias de la razón, es virtuoso.
Los filósofos estoicos entre los siglos III a.C. y II d.C., como Séneca, Cicerón y Marco Aurelio, sostenían que la virtud era el bien supremo y la asumieron como un fin en sí, no como un medio para otros fines, de manera que la felicidad y la sabiduría podían alcanzarse prescindiendo de los bienes materiales.
Inmanuel Kant (1724-1804), filósofo alemán, asoció la virtud con el cumplimiento del deber, basada exclusivamente en la razón, la que define el deber moral para el hombre con autonomía respecto de inclinaciones naturales, afectos o pasiones. Para Kant la virtud es una fuerza volitiva al servicio del cumplimiento del deber.
Jeremías Bentham (1748- 1832), expuso una ética secular como ciencia de la utilidad, sin interferir en la libertad individual, referencia a Dios o a premisas teológicas. Calificaba la acción como justa o injusta por sus resultados.
En la Biblia
Según la Biblia, las virtudes teologales fueron infundidas por Dios en el alma de los hombres: la fe (creencia de cosas relacionadas con Dios, opuesta a la confianza en las propias capacidades); la esperanza (confianza en que el bien vencerá sobre el mal); y la caridad (preocupación por el prójimo y disposición a brindarle apoyo).
Para el cristianismo, además de las tres anteriores, están: la Fortaleza (determinación de luchar hasta el final); la Justicia (trato a las personas con equidad); la Prudencia, (conducta moderada); y la Templanza (la identificación de las cosas verdaderamente indispensables para la vida). En los Evangelios, Cristo es el Maestro de todas las virtudes.
En el Concilio Vaticano II (1962-1965), las virtudes ocuparon nuevamente el lugar que tuvieron en la cosmovisión cristiana: la ética de la virtud como una perspectiva cuya principal preocupación es la formación de un carácter moral en el que lo más importante son las motivaciones y los hábitos. La persona virtuosa tiende hacia el bien a través de acciones concretas. La misma se adquiere mediante el esfuerzo diario, la repetición de actos buenos, el desarrollo espiritual y la ayuda de la Fuerza Divina. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien en todas sus dimensiones.
La impiedad
Contraria a la virtud, la impiedad designa la falta de correspondencia de las obligaciones que incumben a la observación pública religiosa o de culto. Es una actitud rebelde, opuesta a la obediencia a Dios de manera consciente; pero la impiedad rebasa la cosmovisión religiosa, estuvo y está en la Filosofía y en la política.
El padre Varela[1] (1788-1853), estableció una relación íntima y causal entre la impiedad y los males sociales. Al descontento que causa la impiedad -decía- le sigue la desconfianza de los pueblos; mal terrible que destruye todos los planes de la más sabia política y anula los esfuerzos del más justo gobierno.
Varela, quien profundizó en la crítica de todo poder político de origen divino o terrenal, también estableció una relación interdependiente entre patriotismo y virtud. Planteó que toda gestión del Gobierno, para ser exitosa, requiere del consenso del pueblo, de una fundamentación ética de sus leyes y de la virtud de sus gobernantes[2].
Ante la imposibilidad de obtener la independencia de Cuba de forma inmediata, Varela concentró sus esfuerzos en la formación de conciencia y de virtudes en los futuros sujetos del cambio, para los cuales escribió Las Cartas a Elpidio[3] (nombre tomado del griego que significa esperanza). En ellas insistió en la idea vital de ejercitar la virtud como medio de reafirmar los valores morales.
“El patriotismo -escribió- es una virtud cívica, que a semejanza de las morales, suele no tenerla el que dice que la tiene… Nadie opera sin interés; todo patriota quiere merecer de su patria; pero cuando el interés se contrae a la persona, en términos que ésta no le encuentre en el bien general de su patria, se convierte en depravación e infamia. Patriotas hay que venderían su patria si les dieran más de lo que reciben de ella…”[4]
Comprendida la imposibilidad de la independencia inmediata, concentró sus esfuerzos en enseñar a pensar, en la formación de conciencia y de virtudes en los futuros sujetos del cambio: en los jóvenes. De ahí brotó su sentencia: No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad.[5]
[1] https://centroconvivencia.org/columnas-diarias/martes-de-dimas/10445/padre-varela-promotor-cambios-esenciale
[2] Ibarra Cuesta, Jorge. Varela el precursor. Un estudio de época. La Habana, 2004, Editorial de Ciencias Sociales, p. 289.
[3] Obra escrita por Varela en el exilio a partir de 1835. Constituyen un sistema de ideas éticas y políticas de máxima utilidad.
[4] Torres-Cuevas, Eduardo, Jorge Ibarra y Mercedes García. Obras de Félix Varela. La Habana, Editora Política, 1991, Tomo I, p.331.
[5] Varela Félix. Cartas a Elpidio, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1997, p. 114 (Elpidio significa esperanza, la escribió Félix Varela pensando en los jóvenes.
- Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
- Reside en La Habana desde 1967.
- Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
- Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
- Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
- Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
- Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).
Ver todas las columnas anteriores