Lunes de Dagoberto
El eminente alumno del Padre Félix Varela y educador cubano, José de la Luz y Caballero, dejó esculpida en la memoria y la cultura del pueblo cubano esta frase tan vigente y tan urgente, también en nuestros días, aquí en Cuba:
“Antes quisiera yo ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral.”
Para los fundadores de la nación cubana, la justicia constituía un valor supremo, una virtud esencial para la vida personal, familiar y social de su proyecto de República. Tal es así que, como proclama Luz, prefieren que se desplomen las instituciones, es decir, las estructuras indispensables que dan sostén, firmeza y seguridad al edificio de la sociedad, instituciones que son la principal fortaleza de toda República democrática antes de que caiga del pecho, es decir, del alma, del corazón y de la conciencia de nuestros compatriotas ese “sentimiento de justicia” que según la profesora española Adela Cortina es el primer fundamento de una “ética de mínimos” capaz de alcanzar consensos en la sociedad.
En efecto, aunque “sin instituciones fuertes no hay país”, estas estructuras y organismos se pudren, se corrompen y se desintegran si las personas, los funcionarios, los ciudadanos que trabajan en ellas, o que se sirven de ellas han perdido el sentido básico de la justicia. Viene entonces la pandemia de corrupción, del favoritismo que en Cuba se llama “sociolismo”, viene el tráfico de influencias, las decisiones vengativas, los rencores personales se convierten en la fuente de las decisiones injustas.
Sin “sentir” la justicia como un valor, sin tenerla como brújula de todas las actuaciones, sin instituirla como racero del discernimiento ante cada opción, sea personal, sea social, política, económica o cultural, entonces comienzan a degenerarse las instituciones, a desangrarse la sociedad, a perderse la dirección del proyecto de nación, a perderse el sentido de la vida, a difuminarse la coherencia entre lo que se piensa, se cree, se habla y se actúa.
Por el contrario, comprendo por qué Luz y Caballero da la primacía a este valor central de la sociedad: con justicia en el corazón, en la mente y en las decisiones de los ciudadanos, pueden cambiarse las estructuras, pueden cambiarse los sistemas, puede vivirse una época de cambios e incluso un cambio de época como el que estamos viviendo, y conservarse la columna vertebral de la convivencia cívica. Cuando se ha cultivado y salvaguardado con un marco jurídico justo y humano, valga la redundancia, no hay que temer a los cambios profundos y estructurales, no se acabará el mundo, no vendrá el caos, siempre y cuando rijan los destinos de los pueblos la justicia, la libertad, el amor y la paz.
Cuando ha caído del pecho humano el valor de la justicia y por tanto el Estado de Derecho, al cual respeten y obedezcan todos: ciudadanos y autoridades, cuando se ha perdido el sentido de lo justo, entonces hay que temerlo todo.
Algunas actitudes, medidas y decisiones a lo largo y en la profundidad de nuestra sociedad, muestran los signos de la arbitrariedad y del irrespeto a la justicia, cubriendo de un ambiente de indefensión e incertidumbre a la vida cotidiana de los cubanos. Ningún ser humano, ninguna familia, ninguna sociedad, está exenta de injusticias que se deben resolver acudiendo a tribunales de justicia imparciales y libres de toda política. Sin embargo, cuando los órganos de justicia parecen ser parciales, manipulados contra la discrepancia, el pensamiento alternativo y la soberanía del ciudadano, entonces toda nación debe despertar de la oscura noche de la inequidad y amanecer a la mañana en que se coloque en lo más alto del cenit social a ese “sol del mundo moral” que es la justicia.
Fijémonos, por último y no menos importante, en un detalle luminoso del aforismo de Luz y Caballero: se refiere no a los órganos de justicia, ni a un marco jurídico compuesto por leyes positivas, sino al “sentimiento de justicia”, es decir, se refiere a la fuente y al origen interior y subjetivo de la justicia que es y debe ser un “sentir”, no solo una razón o una norma externa que, por sí mismas no garantizan una administración humana de la justicia. Se trata del fondo del asunto, de su raíz: el sentido de qué es lo justo que anide en el corazón de los ciudadanos y en el alma de los pueblos. Se trata más de sentir en carne propia las causas justas, se trata de compadecer (que significa padecer-con) el que es víctima de las injusticias, ponerse en su lugar, en el de la familia y entonces hacer el proceso de discernimiento de las actuaciones humanas. Sin “sentir” la justicia dentro es muy difícil ejercerla fuera.
Creo firmemente que los cubanos seremos capaces y audaces en la reconstrucción de una nación plural, incluyente y justa donde las tinieblas de las injusticias humanas no sean el horizonte de la supervivencia sino que la luz sin ocaso de la equidad sea la estrella polar, el norte y la columna vertebral de una nación que se edifica en la suprema expresión de la justicia, que es la misericordia.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.