La fidelidad salva

Lunes de Dagoberto

Ayer participé en la Primera Misa de un joven sacerdote de mi parroquia y la predicación estuvo a cargo de su formador, un sacerdote paúl que centró su homilía en dos puntos clave de la vida de toda persona y especialmente de los cristianos: la fidelidad y la responsabilidad. Comparto con ustedes mi propia reflexión a partir de lo que me sugirió su prédica para mi vida de laico católico.

La fidelidad es a la vez un don de Dios y una tarea de cada persona. Quien tiene fe cuenta con un soporte adicional y más trascendente para mantener su compromiso en el transcurrir del tiempo. En verdad, la vida está llena de vaivenes, tentaciones, amenazas y persecuciones de todos lados. La fidelidad se representa, con frecuencia, con una flecha o con un anillo. Ambos simbolizan una trayectoria, es decir, el “pasar la vida” con una dirección y con un sentido. Al mismo tiempo, se cierran ciclos de vida como anillo al dedo, que nos recuerda que hemos dado un sí, un consentimiento al vivir con un propósito, entregado a unos principios, a una opción fundamental, a una vida comprometida con una fe y una actuación que deseamos sea lo más coherente con esa fe.

Quien ha vivido muchos años y se ha mantenido fiel, a pesar de todo y de todos, va profundizando ese compromiso interior, va abriéndose su propio camino que en mi caso puede ser seguir a una persona, a un Maestro de vida, que es Jesús de Nazaret, camino, verdad y vida. A medida que avanza el tiempo, si logramos mantener el rumbo, con la mano en el timón, las velas desplegadas y con la vista fija en el horizonte al que aspiramos llegar, vamos comprobando que la fidelidad es una decisión personal, un acto de voluntad, un ejercicio de discernimiento y soberanía personal, pero que solo puede consolidarse y perseverar si cuenta con el auxilio de una espiritualidad que aliente y sostenga, alimente e ilumine, fortalezca y enrumbe, a la voluntad de ser fiel.

Esa es la primera responsabilidad en la vida de toda persona: Asumir libremente un proyecto de vida, caminar, actuar y avanzar siendo coherente con el proyecto que elegimos y rectificar cuando los baches del camino nos hagan caer o desviarnos por un momento. Caer y levantarse, no importa las veces. El propio Cristo cayó tres veces en el camino del Calvario y tres veces se levantó hasta entregar su propia vida por fidelidad a su misión en este mundo.

Solo pido una cosa a esta altura de mi vida: Que en la tarde de nuestra existencia, cuando emprendamos el viaje definitivo hacia la Plenitud de la Felicidad en la Casa de nuestro Padre Dios, mis hijos y nietos puedan sentirse orgullosos de su padre y abuelo, a pesar de mis limitaciones y pecados, y sintiendo el apretón de amor que les di repetidamente en esta vida. Que puedan grabar, sin avergonzarse, esta promesa de Cristo, el Cordero glorioso, convertida en oración de confianza plena, este versículo de la Biblia que siempre llevo en mi corazón, en mi mente y en mis proyectos, y que constituye el motivo de mi esperanza: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Apocalipsis, capítulo 2, versículo 10).

La fidelidad cuesta. La fidelidad duele. La fidelidad curte. Pero la fidelidad salva. Así lo creo, así lo he vivido y así lo espero.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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