Cada año vivimos la Navidad de una manera diferente, algo así como aquello que dice el clásico villancico “será del color que tengas tu corazón”. Y es que las circunstancias que vivimos en torno al nacimiento de Jesús, condicionan los estados de ánimo. La sociedad toda, las tensiones económicas y políticas, el desempeño en nuestras esferas de desarrollo personal, la familia que crece o se divide, marcan una pauta a la hora de vivir intensamente este momento importante para la Iglesia Universal y para la humanidad.
Mucho se reflexiona sobre la Navidad. Recibimos postales de felicitación de todo tipo: unas con el misterio del nacimiento, otras con los adornos tradicionales de esta época del año; sin embargo, más alla de la felicitación, que a veces puede ser rutina o cortesía, debemos concientizar el significado que tiene en nuestras vidas que el hijo de Dios haya nacido en un pesebre para venir a entregar su vida por nosotros.
Eso es la Navidad, mostrarnos una verdad única e incuestionable, no una verdad de enciclopedia, sino la verdad que nos hará libres.
En primer lugar, la Navidad nos viene a mostrar la verdad de un Dios misericordioso y justo, del padre que unifica, que congrega en torno a la mesa de la diversidad y el respeto. En el descubrimiento de la paternidad del Señor, creador de todo lo creado descansa el misterio de la fe, la entrega diaria, la fatiga constante en la búsqueda del bien común y la confianza de que debemos hacerlo todo como si dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios.
En segundo lugar, Jesús nos presenta desde el pesebre la verdad sobre sí mismo. Nos anuncia que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia; ha venido para hacer la voluntad del Padre, para ser fiel hasta el fin de nuestros días. Si el niño Dios se hace hombre en la sencillez de un pesebre, rodeado de los elementos más naturales, sin opulencia ni más brillo que el que brota de la sagrada familia ¿cómo hemos de vivir los que nos declaramos seguidores de este modelo? La presentación del Redentor debe servir como guía para nuestras vidas, marcadas por el valor de las cosas pequeñas que se hacen grandes cuando nacen del corazón, y encierran en sí mismas la riqueza del espíritu.
En tercer lugar, Jesús evidencia la verdad sobre el hombre. Con su nacimiento indica que hemos sido creados a su imagen y semejanza, que podemos tener la capacidad de replicar su modelo de vida, a través del reconocimiento de nuestra dignidad y vivir continuamente en su búsqueda, deshaciéndonos constantemente de todas aquellas actitudes que rechazan el camino de la luz.
Algunos consejos para que este buen tiempo resulte en una siembra provechosa pueden ser: dejarse ayudar por la gracia y el amor infinito del niño Jesús; ser auténticos en todo momento; rechazar la mentira y los dobleces que nos hacen separarnos del camino de la verdad; manifestarse sencillos, ser y actuar como personas iguales en dignidad. Quizá la próxima Navidad sea de un color diferente, ello dependerá una vez más de nosotros. No esperemos este tiempo al final del año para valorar la verdad más importante desde hace más de 2000 años: Jesús ha venido para salvar a la humanidad y esa salvación debemos experimentarla entre la gracia y la verdad.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsablede Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.