Los cambios no suponen violencia

Lunes de Dagoberto

Los cambios en Bolivia han venido acompañados con violencia. Los cambios en Chile, aunque son por otras causas, también vienen acompañados de una ola de violencia. En ambos casos y en todos, la violencia es lamentable y éticamente inaceptable, sea cual fuere el fin que intente justificarlas. Es una vergüenza que, bien entrado el siglo XXI, se acepte o se vuelva indiferente por lo frecuente, todo tipo de violencia desde la verbal hasta la mediática o la psicológica o física, provocada por diferentes formas de represión de la libertades de expresión, asociación o reunión, sea por la sistemática violación de los derechos humanos, ya sea por las explosiones sociales producidas por las injusticias económicas, sociales, culturales o religiosas.

Para resolver los conflictos sociales, para alcanzar los cambios necesarios para la seguridad, prosperidad y democracia de los pueblos no son indispensables ni recomendables los métodos violentos. Cambios no es sinónimo de violencia, ni deben ser considerados consecuencia uno de otro. La historia reciente, en cualquier latitud de nuestro mundo, nos ofrece pruebas contundentes de que, cada vez más, los pueblos logran cambiar, hacer procesos de transición, pueden avanzar gradualmente hacia mejores estándares de desarrollo, libertad, participación y democracia, sin tener que recurrir a la violencia y a la muerte.  

Hace muchos años escribí un editorial en la revista Vitral que afirma que: “Quien cierra la puerta al cambio en paz, abre la puerta a la violencia”. Nelson Mandela asegura en su autobiografía que por lo general, son los que ostentan el poder en regímenes autoritarios quienes deciden los métodos de lucha y no tanto los que son víctimas de la opresión. La violencia es responsabilidad principal de aquellos que cercenan la libertad, imponen modelos económicos que instauran estructuras de injusticias y desigualdades sociales inaceptables, o intenta perpetuarse en el poder o manipular los mecanismos e instituciones democráticas, torciéndole el cuello a las dinámicas cívicas y políticas que permiten desenvolver plenamente las potencialidades de la persona humana y de la convivencia civilizada y pacífica.

El colmo es que los que ostentan el poder y se atornillan a él provocando las explosiones de los pueblos, le endilguen las turbulencias sociales a los oprimidos políticos o a los explotados económicos, según sea el caso, o cuando se unen ambas causas y se coloca al ciudadano en una zona de indefensión, poniéndolo entre la espada y la pared de la desesperación y el bloqueo de todo diálogo auténtico sin dilaciones de tiempo, ni simulaciones de negociación que lo único que están dispuestos a ceder es la perpetración de un simulacro de diálogo que le permita distraer, entretener y comprar tiempo. Esos polvos trajeron estos lodos.

Otro síntoma a tener en cuenta en el análisis de la relación entre cambio y violencia lo tenemos a la vista en dos ejemplos diferentes en su contenido y sus métodos, y con resultados también diversos. En Ecuador recientemente hubo violencia social, los que ostentan el poder, democráticamente elegidos, dialogaron, reconocieron sus errores y cedieron a los cambios demandados por su sociedad civil. Esto desembocó en la estabilidad y el mantenimiento del orden democrático y la paz social. En este caso los demandantes aspiraban a alcanzar ciertas conquistas sociales y una vez obtenidas regresaron a la normalidad. Eso demuestra la buena voluntad de los demandantes y el respeto al sistema democrático y a la estabilidad y al fortalecimiento de las instituciones.

Sin embargo, en Chile, donde una clase media busca niveles de vida similares a los europeos, y por otro lado, las clases más pobres, al otro lado de la brecha de desigualdad, aspiran a mejores calidades y accesos a la educación, reformas de justicia social, salidas de la situación de pobreza, mientras otros grupos de vándalos o anárquicos antisistemas, incendian literalmente, asaltan y profanan iglesias, desean subvertir el orden democrático y todo ello alentando los métodos violentos y arrastrando, con frecuencia, a una parte de los otros dos sectores que luchan pacíficamente por sus legítimas aspiraciones económicas y sociales. Los que ostentan democráticamente el poder han dialogado, han cedido, han hecho reformas, han considerado el cambio de la Constitución… y la violencia de esos grupos antisistemas intentan proseguir el desorden.

En los tres casos se pueden identificar claramente quiénes tienen vocación de reformas y cambios con métodos pacíficos y quiénes optan por la violencia para desestabilizar las sociedades, demoler las institucviones democráticas y crear el caos que abre la puerta a los nuevos mesías, populistas o autoritarios.

Las naciones que necesitamos cambios profundos no debemos identificar a esas tranformaciones y transiciones con la violencia, inevitablemente. Cambio y violencia no forman un binomio inseparable. Eso puede ser una trampa disuasoria para abrir las sociedades a los cambios estructurales por el miedo a la violencia. No son pocos los países en diferentes continentes que han logrado sus transiciones de forma pacífica y civilizada. Mencionamos solo algunos casos de tranformaciones modélicas y pacíficas: Polonia, Checoeslovaquia, el resto de las naciones de Europa Central y del Este con alguna excepción; la inmensa Unión Soviética; la transición española; la ecuatoriana justo después de las elecciones, y muchas otras…

Los cubanos debemos esforzarnos y demostrar al mundo que en Cuba haremos entre cubanos, sin violencia y sin descalificaciones y fusilamientos mediáticos, con verdad y sin mentira ni manipulación de la realidad, los cambios medulares que necesitamos. Estoy seguro de que la nobleza que todavía conserva la idiosincracia cubana junto al deseo mayoritario de nuestro pueblo de hacer los cambios pacíficamente, triunfará sobre los pocos que invocan la violencia verbal, mediática, física y psicológica para mantener el estado de las cosas jugando con la paciencia y el aguante de los que sufren.

No permitamos que se continúe resbalando peligrosamente por la pendiente de la violencia, la represión, el atrincheramiento y la cerrazón ante las demandas y necesidades plenamente identificadas de nuestro pueblo.

Cuba lo logrará si todos excluimos a la violencia.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.   

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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