Lunes de Dagoberto
Hace unos días hablaba con otro amigo agnóstico, tengo muchos, y surgió esta pregunta en la conversación: ¿hasta dónde llega la misión del cristiano en un Estado laico y una sociedad secularizada? Le devolví la pregunta a mi amigo que es periodista independiente: ¿hasta dónde llega la labor periodística en una sociedad democrática? Inmediatamente recibí una respuesta contundente: a todos los sectores y ambientes de la vida respetando la libertad ajena y la privacidad de su vida.
El debate devino en el tema del equilibrio o la dialéctica entre la libertad personal y los derechos de alcanzar todos los espacios de la vida pública. Hay que alcanzar todos los ambientes hasta el límite que pueda poner la libertad de cada ciudadano de ser respetado en sus propias opciones filosóficas, religiosas y sociales.
La tentación es siempre dividir la vida en compartimentos estancos, en tiendas por departamento, en la cual cada aspecto de la vida se conserva en la esfera privada y sin relación alguna con las demás facetas de la vida personal, familiar y social. De este modo, la religión se convierte en un asunto privado sin espacio alguno en la sociedad y sin alcance alguno en otros compartimentos de la propia vida del creyente. Virando la dirección, es como si un ateo o un agnóstico, lo fueran solo cuando se plantea el tema filosófico o religioso, pero “se acuerda de Santa Bárbara cuando truena”, o el cristiano que solo es coherente con su fe cuando va al culto pero en el resto de su vida lleva una existencia incongruente con sus creencias.
Aprovechando que el Papa Francisco ha declarado el mes de octubre de 2019 como “Mes extraordinario de las misiones” y de que ha elegido a un cubano como Cardenal de la Iglesia Universal, me he hecho la misma pregunta: ¿hasta dónde repercuten estos dos eventos en la vida familiar y social en un Estado laico como es Cuba?
Lo primero es definir que un “Estado laico o secular se denomina al Estado, y por extensión a una nación o país, cuyas estructuras son independientes de cualquier organización o confesión religiosa o de toda religión”. “En un sentido laxo un Estado laico es aquel que es neutral en materia de religión por lo que no ejerce apoyo ni oposición explícita o implícita a ninguna organización o confesión religiosa. Es importante señalar que no todos los Estados que se declaran laicos lo son en la práctica. A diferencia del Estado laico, un Estado aconfesional es aquel que no se adhiere y no reconoce como oficial ninguna religión en concreto, aunque pueda tener acuerdos (colaborativos o de ayuda económica principalmente) con ciertas instituciones religiosas.” (Cf. Sentencia del Tribunal Constitucional español, y la Constitución de 1976). Ello establece la separación entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, se diferencia del Estado ateo o confesional que persigue o restringe los derechos de la libertad religiosa o de una confesión que sea diferente a la mayoritaria. Todo Estado moderno y lacio o secular debe crear el marco jurídico que reconozca y proteja todos los derechos inherentes a la libertad religiosa, que no es solo la libertad de culto sino la de expresar y comunicar su fe y las consecuencias sociales de su fe en un clima de respeto, tolerancia y convivencia entre diferentes.
Una vez que hemos visto que la Constitución de un país ha reconocido la condición de Estado laico como es el caso de Cuba como dice la Constitución de 2019, art. 57 (“Toda persona tiene derecho a profesar o no creencias religiosas, a cambiarlas y a practicar la religión de su preferencia, con el debido respeto a las demás y de conformidad con la ley”, entonces, sería bueno preguntar a los propios creyentes para indagar sus criterios de hasta dónde llega la misión de un laico en la sociedad.
Pregunté a algunos laicos católicos y la respuesta fue muy diversa:
– Debemos recibir en la Iglesia a todos los que vengan.
– Debemos ir casa por casa, donde nos reciban.
– Debemos tener medios de comunicación y escuelas donde se anuncie el mensaje.
– Debemos repartir escritos asequibles y cortos a todos el que lo desee recibir.
Y así otras sugerencias similares… todas de persona a persona, o de medios de comunicación o colegios a personas. Entonces cambié la pregunta: ¿Ustedes desearían que en las estructuras económicas, políticas, culturales, sociales, deportivas, vecinales, y otros espacios y estructuras sociales, se asumieran libremente los valores humanos y de inspiración cristiana como son la libertad, la justicia, el perdón, la reconciliación, la fraternidad, la paz, el amor, entre otros? La respuesta fue un “sí” unánime.
Entonces, ¿cómo lograrlo si los laicos creyentes que se desempeñan en esos ambientes no proponen sus puntos de vista, los valores de inspiración cristiana? ¿Cómo sembrar estas semillas de formas de relaciones sociales basados en la convivencia pacífica, la justicia social, la solidaridad, el empoderamiento ciudadano, el respeto, la tolerancia y la inclusión de los diferentes siempre que sean pacíficos y a su vez no fanáticos si los laicos no realizan su misión más allá de los templos, las actividades tradicionales? Lo dice claramente el Papa San Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiadi del No. 17 al 19:
“En la acción evangelizadora de la Iglesia, entran a formar parte ciertamente algunos elementos y aspectos que hay que tener presentes. Algunos revisten tal importancia que se tiene la tendencia a identificarlos simplemente con la evangelización. De ahí que se haya podido definir la evangelización en términos de anuncio de Cristo a aquellos que lo ignoran, de predicación, de catequesis, de bautismo y de administración de los otros sacramentos. Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla. Resulta imposible comprenderla si no se trata de abarcar de golpe todos sus elementos esenciales…” (No. 17).
Renovación de la humanidad…
“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad… La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.” (No. 18).
… y de sectores de la humanidad
“Sectores de la humanidad que se transforman: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación.” (No. 19).
La libertad religiosa incluye y la misión de los laicos comprende tanto la que se realiza en el interior de los templos o en las visitas a las casas o enfermos, como esta otra, riesgosa, difícil, paciente, menos evidente, con pocos frutos inmediatos, a veces perseguida, descalificada, ridiculizada, pero que es indispensable para que los criterios de juicio, los valores determinantes, las líneas de pensamiento y los modelos de vida de la humanidad puedan estar más en consonancia con la naturaleza humana, la dignidad de la persona, las libertades y los derechos de los ciudadanos y la fecunda convivencia fraterna y pacífica para avanzar en el desarrollo humano integral; es decir, crecer de condiciones menos humanas a condiciones cada vez más humanas.
No se trata, por tanto, de proselitismo religioso, sino de siembra de valores y virtudes, de dignificación de toda persona humana independientemente de su credo u opción filosófica o política. Se trata de la plena y multidimensional misión de los laicos cristianos en todos y cada uno de los ambientes y sectores de la sociedad donde se desenvuelva según su vocación y carismas.
Tengo que reconocer, por experiencia, que esta dimensión social de la misión es aún incomprendida tanto por el Estado como por la Iglesia, es considerada como “meterse en política” o como “intrusismo” en el espacio público, con la imprecación de que los creyentes se metan en sus templos y sus instituciones y no irrumpan con sus valores y virtudes en la vida pública. Privatizar la religión es uno de las violaciones de los derechos humanos más frecuentes en la sociedad secularizada de hoy. Tengo también que reconocer que cuando en las reuniones de la Iglesia se desea hablar de misión, se organizan campañas misioneras, como este Mes de las Misiones, casi siempre se restringe a lo que San Pablo VI considera en el documento citado: “Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla.”
No mutilemos, ni silenciemos, ni parcialicemos, por temor o por falsa prudencia, lo que la prudencia aconseja que abarque toda la sociedad, porque un día, cuando en Cuba haya espacios parlamentarios, cívicos, educacionales o comunicacionales incluyentes y plurales, entonces los laicos cristianos y la jerarquía de las Iglesias lamentaremos la crisis de valores, el daño antropológico, la violencia en las estructuras, en fin, la “omisión de la misión” que alcanzara todos los ambientes. Entonces se levantará la voz de los pastores, de los laicos, de los catequistas, de los misioneros invitando, exhortando a los laicos a asumir su vocación y misión tan silenciada y reductiva durante tantos años. ¿Será entonces demasiado tarde?
Creo que nunca es tarde si la dicha llega. Pero lo más sabio, lo más prudente y lo más evangélico, que significa proclamar una Buena Noticia, se haga desde ahora, desde ya.
Si no, por qué no se aplica a nuestro contexto concreto la definición de su propia misión que asume Jesús de Nazaret tomándola del profeta Isaías en la Sinagoga de su pueblo y que leemos, pero a veces no ponemos en práctica en el Evangelio de San Lucas, capítulo 4, versículos 18 y 18:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado
para llevar la buena noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar libertad a los presos
y dar vista a los ciegos;
a poner en libertad a los oprimidos;
a anunciar el año favorable del Señor.»
¿Hasta ahí llega nuestra misión de cristianos en Cuba?
Ojalá que este mes de octubre de 2019 dedicado a las misiones nos interpele en todas las dimensiones de la misión de Jesús de Nazaret.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.