Lunes de Dagoberto
Como una plaga silenciosa, como una espada de Damocles, hace meses, hace años, los cubanos veníamos presagiando esta nueva etapa de crisis del sistema. Nunca ha cesado, nunca se declaró superada, pero tuvo mejorías sintomáticas. Venezuela apareció hace 20 años a brindar cuidados paliativos.
En efecto, los insoportables y temidos apagones han regresado. Y vienen acompañados de la correspondiente semántica, con la engañosa fraseología, para no pronunciar la palabra terrible, la realidad que nos aplasta innegable. Ahora no se les llama apagones sino “déficit energético”, o “rotura planificada”, o “déficit de generación” o, cuando más, interrupción por acomodo”…
Cuando usted llama, aún con un ripio de esperanza, que es la última que se “apaga”, preguntando que si se trata de una rotura, cosa que usted increíblemente desea escuchar, porque tiene el anhelo de que pronto se arreglará o si es un apagón… una voz cansina y fingidamente dulzona le responde: No, compañero, no se trata ni de rotura ni de apagón, es un “déficit de generación” o cualquiera de esas frases indescifrables.
Usted regresa a la realidad y comprueba que la oscuridad paralizadora, el calor insoportable y la experiencia vivida durante 60 años de que “esto no hay quien lo arregle”, le convierten sus entrañas en hervidero, y comienza a cavilar, mientras agita el abanico a la misma velocidad del sillón o mecedora. Vienen en lenta procesión, como letanía creciente y perturbadora algunas de estas interrogantes:
¿Cuándo pondrán la luz?
¿Hasta cuándo será esto?
¿Esto será por lo que pasa en Venezuela?
¿Será por el “bloqueo” de los Estados Unidos?
¿Será que no hemos ahorrado apagando las luces y no usando los aires acondicionados?
¿Será porque esto pasa solo en Pinar del Río porque es la provincia donde pasa todo?
¿Estarán trabajando mal los de la empresa eléctrica?
¿Se me descongelará el refrigerador y se me echará a perder lo poquito que he conseguido?
¿Se me descargará el móvil y me quedaré sin comunicación?
¿Por qué no anuncian los apagones como en el otro período especial para uno planificarse?
¿Con qué cocinaré si hubo años de campaña para sustituir por ollas eléctricas todo lo demás?
¿Por qué teniendo la experiencia anterior cuando se cayó el campo socialista no cambiaron?
¿Por qué teniendo otra oportunidad con Venezuela no se cambió el modelo económico?
¿Por qué no se cumple la reiterada promesa de que no se afectaría el sector residencial?
¿Por qué cambian las palabras y no llaman a las cosas por su nombre?
Se agotan las preguntas entre el sudor y el desánimo, entre intentar entender lo incomprensible y la rebeldía de ver como tropezamos con la misma piedra y no cambiamos lo que hay que cambiar.
Cuando ninguna de las anteriores preguntas, y tantas otras, no encuentran respuestas y se acumula el cansancio de todo y de 60 interminables años de sufrir sin sentido y sin progreso, entonces ocupa toda nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestra voluntad, una profunda y vehemente convicción:
Si de verdad se ama a Cuba, si ciertamente se quiere la felicidad de nuestro pueblo, entonces hay que cambiar el modelo, el sistema, lo que sea necesario para poner la dignidad, el respeto y la vida próspera y feliz de cada cubano, por encima de todo empecinamiento en una única ideología, en un único partido, en un único y excluyente proyecto social que ha tenido nada menos que 6 décadas para ensayar, experimentar, cambiar cosméticamente, volver a empezar cada vez lo que la vida, la historia y la tozuda realidad demuestran que no funciona.
Amar a Cuba es cumplir en la práctica, en las leyes, en las políticas públicas y en la cotidianidad con aquel deseo tan anhelado y tan incumplido de nuestra Apóstol:
“Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
Hagámoslo ya. No se puede jugar con la candela de los alumbrones. Hagámoslo antes que los apagones acaben con la paciencia de nuestro pueblo.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. - Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.