Una bandera cubana en el centro de la catolicidad

Lunes de Dagoberto

Justo al mediodía de ayer domingo, tuve la dicha de participar, desde la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, del Rezo del Ángelus y el mensaje que el Papa envía a todo el Orbe, y especialmente a los miles de fieles reunidos en la Ciudad Eterna para recibir su Bendición Apostólica desde la ventana de su Biblioteca.

Algunos romanos entre nosotros atribuían que la plaza estuviera más llena a que en los meses de vacaciones acuden muchos más peregrinos. Allí estabamos rodeados de una multitud cosmopolita, familias enteras con niños en brazos, ancianos en sillones de ruedas, una multiplicidad de lenguas que por arte de la comunión eclesial rezamos junto con el Padre y Pastor que ora, guía y enseña a más de mil millones de feligreses dispersos por todo el mundo. Y como en un nuevo y perenne Pentecostés, todos rezamos en una misma lengua, la de la fe, la esperanza y el amor. La lengua de la comunión y la participación, la lengua de los discípulos de Cristo, la lengua de la unidad en la diversidad, el lenguaje de la libertad de los hijos de Dios, anunciada como una Buena Noticia en el Evengelio de Jesús de Nazaret.

El día anterior habíamos rezado en los altares donde están los cuerpos de San Juan XXIII y los de los papas Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Después de arrodillarnos frente a la Tumba de San Pedro, oramos por la Iglesia Universal y por la Iglesia en Cuba, y muy especialmente nuestra Iglesia de Pinar del Río, que el próximo sábado acogerá al 8º Obispo diocesano, Monseñor Juan de Dios Hernández Ruiz; quien siendo estudiante de la cuarta probación en Roma, en 1987, condujo a un peregrino que visitaba por primera vez la Ciudad Eterna hasta la misma Plaza que abraza con la Columnata de Bernini y allí, cayendo la noche, rezamos por esta misma intención, Cuba y su Iglesia, un Credo, un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria. Treinta y dos años despúes hemos hecho la misma oración perseverante y fiel por la Patria y la Iglesia.

En esta ocasión trajimos con nosotros desde Cuba una bandera cubana nueva que elevamos por sobre nosotros con orgullo, para que fuera bendecida por el Santo Padre desde su ventana, junto con todos los objetos religiosos que llevábamos la mayoría de los fieles con sus respectivas enseñas nacionales. Las palabras que resultan siempre insuficientes pero que podrían narrar lo que hemos sentido son: comunión, catolicidad, es decir universalidad, piedad, apertura de espíritu, orgullo patrio, fraternidad universal, sentido de pertenencia a una enorme familia que le reza a un solo Señor, en una sola Fe, a un solo Dios y Padre de todos los hombres. La Plaza era al mismo tiempo: templo, hogar y asamblea. En una palabra: Iglesia.

El mensaje del Papa hablaba del gozo, la alegría que brota de la vida nueva en el Espíritu, y aclaraba el Sucesor de San Pedro, que no se trata de un gozo pasajero, superficial, externo, sino de un gozo profundo de los que creemos que nuestros nombres, por muy humildes que sean, están escritos en el Libro de la Vida; es decir, en la mente y el seno de nuestro Padre, en el Corazón redentor de su Hijo, en el Amor del Espíritu consolador y renovador. Esa es nuestra fe, pero hecha realidad sentida y casi palpable en la Plaza Mayor de la Cristiandad. Se convierte en experiencia apostólica, como la de los discípulos de Emaús, cuando lo describían en el Evangelio como que “nos ardía el corazón.”

No era solo una bandera, eran reunidos en la oración y en la bendición del Padre común, toda mi familia, los que están todavía aquí, mis tres hijos: Daguito, Javier y Ana Isabel y sus esposas Rosalia y Dunia y su esposo José; mis tres nietos: Brenda, Isabela y Milán. Mis padres que ya están con Dios: Dagoberto Raúl e Isabel, mis abuelos y tíos, por ellos y por todos los difuntos rezó también el Papa. También estuvieron presentes en la plegaria los colaboradores de Convivencia, sus patrocinadores y todos aquellos que han aportado su arte y pensamiento para que este proyecto haya sido posible por más de 12 años. En la plegaria también estuvieron amigos y vecinos.

Por supuesto que no éramos solo católicos los que compartíamos esta profesión de fe en un único Dios: había, judíos, musulmanes, otras denominaciones cristianas que tenenmos como centro de nuestras vidas el Libro de los libros: la Biblia. Y para darnos un ejemplo de universalidad y ecumenismo ví con alegría allí también monjes budistas, creyentes hindúes, sintoístas con sus trajes típicos y sus signos externos. Eso es para mí la catolicidad de los Hijos de Dios que nos unimos en el Amén, el Shalom, en el Omm, en cualquiera de los gemidos inefables del único Espíritu que nos insufló el Creador.

En este templo con cúpula de cielo, con piedras humanas tan diversas, con emociones como vitrales que dejan pasar la libertad de la luz, se unen en profunda y eterna comunión de amor, lo humano y lo divino, lo terrestre y lo celeste, el dolor y las alegrías, las angustias y las esperanzas, lo pasado y lo por venir. Pero sobre todo eso resuena en el hondón de nuestra alma aquellas imperecederas palabras de Jesucristo a San Pedro, el primer Papa de la historia y talladas en el mármol impoluto que rodea la gloriosa cúpula de Miguel Ángel y en la imponente fachada de la Basílica Madre de todas las Iglesias del mundo: “Et porta inferi non praevalebunt”, “Las puertas del infierno, del mal, no prevalecerán”.

Esa es nuestra esperanza. Ningúna de las fuerzas del mal en el mundo prevalecerá sobre la virtud y el bien, sobre la libertad y la justicia, sobre la paz y el Amor.

Sí, la última palabra será de la Vida.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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