La orientación vocacional, entendida como el conjunto de prácticas y desarrollo de habilidades que fomenten la toma de decisiones referidas al futuro profesional del estudiante egresado de la enseñanza media, es hoy día una asignatura pendiente en Cuba.
Otrora existió como una asignatura más dentro del currículo de esta enseñanza, fundamentalmente en grados terminales. Hasta se empleaba un libro de portada colorida, que mostraba el plan de estudios de cada carrera universitaria, el perfil del egresado de la enseñanza superior en cada una de las especialidades, y una serie de informaciones necesarias cuyo objetivo principal era el de propiciar el discernimiento y la elección acertada en dependencia de las afinidades y realidades académicas de cada estudiante.
Es por ello que podemos hablar de una ausencia de educación ciudadana que permita desarrollar competencias necesarias para captar o percibir los problemas sociales y manifestarse en pos de su solución, con el aporte personal en cada una de las esferas de desarrollo.
Cuando cada uno de nuestros padres “pasa trabajo” en nuestros hogares, llegado el momento de “la decisión”, ese tan temido momento de las pruebas de ingreso a la educación superior, es que nos acordamos de este mal: la falta de orientación vocacional. Es ahí cuando achacamos al sistema educativo el papel que nos corresponde también, y en primer lugar, a la familia, así como a la Iglesia y la sociedad civil en general.
Si bien nuestros padres se preocupan por la promoción, los escalafones e índices académicos, el plan de carreras para la provincia, el aumento y/o disminución de las cuotas, el famoso “corte por donde se quedó este año tal o más cuál carrera”, muchas veces propician en sus hijos la tendencia hacia tomar el camino más fácil, menos sacrificado o el que mejor resulte en estos tiempos. Atrofiando de esta forma todo posible gusto, afinidad o verdadero interés. Pensamos muchas veces en “repasadores o profesores particulares”, pero pocas veces en “orientadores de la vocación” y en “espacios formadores de la vocación”.
Es práctica común en muchos países que los estudiantes, previo al ingreso a la universidad, visiten las instituciones universitarias y centros de investigación asociados, para ayudar en “la elección”. Conocer de cerca lo que posteriormente podría parecerse a nuestro futuro, no constituye para nada una opción desacertada.
Actualmente en Cuba, lo referido a la carrera de Medicina para los varones, cuya elección los libera de ejercer el servicio militar obligatorio, es a mi entender, que tuve que “tomar la decisión” en mi tiempo, hace ya algunos años, por lo menos discriminatorio. No deja de ser muy probable que un varón escoja hoy ser médico por ese gran incentivo de liberarse de un año de prácticas militares y desvinculación del estudio. Además del que ya viene siendo un viejo incentivo no solo para los varones, sino también para las damas: las misiones y colaboraciones médicas al concluir la enseñanza universitaria.
Es responsabilidad del profesorado propiciar la formación integral de la personalidad del estudiante, lo que se traduce en el estímulo a su independencia y creatividad. El proceso docente-educativo debe centrarse más en el aprendizaje que en la enseñanza, y debe estar basado en la adquisición de competencias, que sirvan fundamentalmente para tomar decisiones tan importantes en la vida como ¿qué voy a ser en el futuro?
Algunos de los posibles caminos, amigos lectores, podrían ser:
- Fomentar el discernimiento ético para hacer una opción fundamental que oriente un proyecto de vida personal con sentido en las circunstancias actuales.
- Concretar la opción fundamental en actitudes coherentes para llevar a cabo el proyecto de vida en cada ámbito de la existencia cotidiana.
- Otorgar desde el hogar una mayor importancia a la formación y orientación vocacional, a través de charlas familiares, conversatorios con amigos y egresados de los perfiles de interés.
- Disminuir la presión por parte de los padres y demás familiares a la hora de la toma de decisiones. Respetar la afinidad, habilidades concretas y no poner con mayor peso en la balanza otras motivaciones como “posibilidad de escape”, “aquí se sale mejor” o “eso en Cuba no tiene futuro”.
- Establecer una coherencia, por parte del Estado y el sistema educativo, entre las necesidades reales de una carrera universitaria y el futuro perfil de trabajo para ese futuro egresado. De esta forma se garantiza que se oferten carreras que verdaderamente tengan desarrollo profesional dentro del país.
Estos y muchos otros puntos serían necesarios para que exista una verdadera orientación vocacional. Si este proceso educativo se desarrollase debidamente de seguro tendríamos, al menos en el campo de la medicina, mejores profesionales. Creo que no existiría la disyuntiva de librarse del “verde” (como muchos le llaman al servicio militar obligatorio) o escoger, de verdad, la carrera que me gusta.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.