Hace unos meses he venido participando en un seminario sobre Prudencia Política. Confieso que cuando conocí el título pensé que se trataría de un bloque temático sumamente teórico, difícil de aplicar, sobre todo cuando se tenía como premisa “La prudencia en Aristóteles y Santo Tomás de Aquino”. Pero gratamente ha resultado en una actividad más que curricular, en un ejercicio aplicado para todos los que aspiramos a ser ciudadanos responsables y participativos en los asuntos de la nación. En estos tiempos que vivimos, donde la política se debate entre farsa vergonzosa y virtud moral, la prudencia viene a cobrar una relevancia extraordinaria.
Ante la duda de la política como vocación o profesión, y del político farsante o imprudente, podemos hablar de una prudencia verdadera y una falsa. A veces confundida esta última con la imprudencia, pero que es útil distinguir porque el falseamiento de la prudencia no significa cometer actos imprudentes, sino usar la prudencia en el sentido de hacer el mal. Cuando hablamos de imprudencia nos referimos a la precipitación, la inconsideración, la inconstancia y la negligencia. Un buen político no recae en dichas acciones, para cada una de ellas tiene una grupo de acciones que desvían la caída hacia esas tendencias negativas.
– El político no se precipita, delibera con mesura, tramita hasta el cansancio, dialoga porque reconoce que es la vía más expedita para el entendimiento y la paz.
– El político no es inconsiderado, juzga con tacto, y pone en la balanza cada hecho, considera a todos por igual porque la esencia humana nos hace a todos seres iguales en dignidad y derechos, independiente de cargos y jerarquías.
– El político no es inconstante, persuade, persiste, permanece en el intento hasta lograr el objetivo trazado que juzga como bueno.
– El político no es negligente, es solícito, atento, oportuno en el hacer y efectivo en las gestiones públicas.
Las falsas prudencias en múltiples ocasiones reciben el nombre de prudencia, pero urge distinguir entre la metáfora y el sentido propio, para no adjudicar al hombre político una cualidad que no le corresponde. El ejemplo más clásico es el de la astucia, que guarda semejanza con la prudencia, y que agrupa un conjunto de habilidades bajo el nombre de prudencias metafóricas. Pero la astucia, como otras cualidades, pueden ser encauzadas por los caminos del bien o del mal. La inteligencia también. Por actitudes como estas la política anda desdorada, pero no debemos referirnos, ni calificar, a la Política con mayúscula como “algo sucio” por el desempeño de un político que no es auténtico.
Cuando el hombre político se hace víctima de sus propias metáforas, acaba viviendo entre las sombras y en un engaño de política. El descrédito de la política nada tiene que ver con la prudencia política verdadera. Ese es el efecto de gobernantes imprudentes y de políticos que en nombre de la prudencia, más bien astucia política, se han refugiado en el oportunismo, cultivando intereses personales y alejándose del bien moral de la república. Cuando falta la prudencia política también falta la vocación de servicio, se vive y se practica una especie de ficción de bien común, se diluye la utilidad pública del hombre encargado de la polis, se desconoce la pureza de los medios para obtener determinados fines, y se terminan irrespetando los derechos inalienables de la persona humana.
El prudencialismo en la política es una guía en la búsqueda de la verdad, esa que el hombre necesita para vivir en libertad y responsabilidad, al servicio de la nación.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.