Wendy Ramos: La sutileza de la humildad o el canto a la esperanza

Por Madián Fernández González

Cada generación suele sentirse, la mayoría de las veces, protagonista de una época de privilegios, por lo cual su proyección resulta, en alguna medida, altiva con respecto a la que la antecedió y se mezclan así, continuación y ruptura, herencia y fundación. Ciertamente la humildad es una virtud que muchas veces se adquiere con la madurez y que, en muchos casos choca con el espíritu trasgresor de los más jóvenes.


 

Por Madián Fernández González

 

Autorretrato.

 

Cada generación suele sentirse, la mayoría de las veces, protagonista de una época de privilegios, por lo cual su proyección resulta, en alguna medida, altiva con respecto a la que la antecedió y se mezclan así, continuación y ruptura, herencia y fundación. Ciertamente la humildad es una virtud que muchas veces se adquiere con la madurez y que, en muchos casos choca con el espíritu trasgresor de los más jóvenes. Pero siempre hay quien nos sorprende por la modesta parsimonia con la que asume los siglos de historia que le anteceden y va, poco a poco, bebiendo de cada fuente en la incansable búsqueda de sí mismo.

 

“Espiral evolutivo” pareciera el término más indicado para definir la obra de Wendy Ramos Cáceres. Esta joven, egresada de la Escuela Profesional de Artes Plásticas “Carlos Hidalgo Díaz” en el año 2006, quien actualmente cursa los estudios de Conservación y Restauración en el Instituto Superior de Arte (ISA), ha demostrado en su, aún corta pero talentosa carrera, cómo se evidencian esos procesos de indagación en el conocimiento universal. Y que, en su labor creativa, percibimos no solo desde el punto de vista de los planteamientos temáticos, sino también desde el despliegue de los estilos artísticos y las técnicas plásticas empleadas.

 

Su generación ha sido, en la mayoría de los casos, contestataria por naturaleza. Condición que los ha llevado a querer siempre mostrar el rostro de una realidad que es, al mismo tiempo, tecnológica y tercermundista, donde los conflictos de simultaneidad provocados por la convivencia de lo contemporáneo y lo tradicional, de las ideas utópicas y el espíritu del subdesarrollo constituyen caldo de cultivo para todo tipo de debate filosófico, político o artístico… Y Wendy no escapa a esa influencia generacional, pero de igual forma consigue ir más allá.

 

La suya es una obra donde la contradicción religión vs. mundo contemporáneo, emerge constantemente, y se vuelve desgarradora en piezas como Madre, ¿a dónde van los desaparecidos?, de 2003. Sin embargo, ella no aborda la religión desde una perspectiva crítica ni de cuestionamiento, ni siquiera desde una posición de investigación antropológica, sino que lo hace desde el profundo convencimiento de la fe. Lo cual le permite mostrarnos la roca en medio de la tormenta, la calma en medio del caos.

 

En obras como La fuerza de la vida, de 2004 o …para que al nombre de Jesús…, de 2012, no hay ingenuidad ni retórica, más bien encontramos una reafirmación del yo en la experiencia espiritual, que se acentúa a través del uso de los códigos del expresionismo abstracto. Y que es distinguible aún en aquellos momentos en los que se apropia del lenguaje postmoderno, como en la serie instalativa de las veletas: Síntesis, Tesis y Antítesis, del 2006.

 

Wendy se mueve constantemente, y con profundo respeto, de un género a otro. Su postura es una postura nostálgica, como la de quien sabe que “no hay inocencia más radical que la de una vida en la que nadie cercano ha muerto todavía”1. Pues aún cuando su fe le brinda un fuerte asidero ante las turbulencias del mundo que nos rodea, también le ha hecho crecer y madurar en la reflexión constante de aquel que murió para expiar nuestros pecados. Sin duda estamos ante una artista que no crea por modismos, sino que toma con sutileza sus tormentos y sus sufrimientos, los moldea y los eleva en un canto a la esperanza.

 

Madián Fernández González.

Licenciada en Historia del Arte.

Referencia

1Cerda, Carlos. Una casa vacía. Editorial Alfaguara. Santiago de Chile, 1996.

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