Volver a la persona humana: único camino hacia una economía diferente

Por Jorge Ignacio Guillén Martínez
 
Fotos de Maikel Iglesias Rodríguez.

Fotos de Maikel Iglesias Rodríguez.

Mucho se ha hablado ya de los disímiles problemas estructurales y coyunturales por los que ha atravesado nuestra economía en los últimos años, y en menor medida, también se han hecho algunas propuestas sobre su futuro, sobre el sueño que tenemos para la economía cubana. Sin embargo, queda muchísimo por sugerir y por repensar para completar ese sueño que nos motive a trabajar decididamente por un modelo económico verdaderamente inclusivo, próspero, solidario y humano; y que además se aleje de los extremos y los “ismos” que tanto daño han hecho y continúan haciendo al mundo actual.

 

En este proceso de pensamiento y de ideación de propuestas para salir de la crisis que desde hace décadas nos acompaña, la realidad de la economía cubana nos impone un reto de vital importancia, un reto que debe ser la más alta prioridad de todo cubano que mire críticamente los problemas que nos agobian y que sueñe soluciones posibles; es el reto de volver nuestra mirada a la persona humana, de reconocerla y buscar en la verdad de su propia existencia las respuestas que nos permitan avanzar por un camino diferente.

 

En la economía cubana ¿dónde está la persona humana?

 

Tristemente, cuando intento hacer un análisis mínimamente profundo de nuestra realidad y de las políticas económicas que se trazan, como los llamados lineamientos o el reciente plan de desarrollo hasta 2030, no logro entender de qué sociedad próspera y sustentable, de qué desarrollo, ni de qué igualdad y bienestar social se está hablando. Me pregunto si son posibles estas compartidas aspiraciones cuando se pasa por alto lo fundamental, lo más sagrado, lo que debería representar la razón de ser de cualquier política pública, plan, lineamiento o lo que sea. ¿Acaso es posible olvidarse de la persona humana?

 

El valor que pueda tener cualquier medida o política depende directamente de la capacidad que tenga para satisfacer las necesidades de las personas, necesidades que van desde lo fisiológico hasta lo espiritual. Pero no basta con las intenciones y los deseos de satisfacer las necesidades, sino que, en la práctica, en la vida concreta de la gente, estas políticas deben tener un impacto real y concreto. En Cuba, la incapacidad de las autoridades económicas para consumar esta medida de eficacia de las políticas diseñadas ha sido un hecho consumado y constante durante muchos años, y esto es un indicador irrefutable para poder afirmar con toda certeza que la persona humana y su bienestar nunca ha sido lo más importante, nunca ha sido lo primero a tomar en cuanta.

 

La persona: dignidad, relacionalidad y vocación comunitaria

 

Cuando se piensa en el futuro, se buscan modelos, teorías e ideas a seguir para lograr la nación que legítimamente anhelamos; casi siempre corremos el riesgo de meternos en esquemas, es el riesgo de ideologizar las teorías, los modelos, etc. Ante esta situación surge la pregunta de ¿cómo hacer para que no suceda esto con las propuestas de futuro que en la Cuba actual se están generando? ¿Cómo evitar los extremismos y las ideologizaciones?

 

Podemos diseñar las mejores recetas y políticas económicas para avanzar hacia mayores grados de desarrollo, pero, tarde o temprano todo fracasará si no ocurre paralelamente a este proceso esa vuelta a la persona humana, ese poner definitivamente nuestra mirada en el respeto a su dignidad y esa potenciación de su dimensión comunitaria, de su vocación de ser para los demás y no solo para sí mismo.

 

Una economía que reconoce este punto de partida y se propone avanzar sobre este cimiento es una economía que se aleja de modelos excluyentes, es una economía que busca nuevas maneras y métodos que le permitan estar al servicio de la persona en su sentido más amplio. Es una economía que supera el imperio de los manipuladores intereses políticos de unas sociedades y el imperio de la reduccionista visión de la persona como un mero consumidor, prevaleciente en otras sociedades, dando paso de este modo a la promoción de la cultura del dar, del compartir, de potenciar la igualdad de oportunidades, de promover valores que respeten y promuevan la humanización y dignificación de la persona y de los ambientes laborales, en pocas palabras, la cultura del bien común.

 

En concreto: ¿qué significa volver a la persona?

Si yo fuera invitado a presentar sugerencias que hagan realidad esta vuelta a la persona de la que he estado hablando aquí, entre muchas otras propondría:

 

– Libre empresa, inversión y propiedad privada: para que la gente pueda crear sus propias empresas, privadas, mixtas, cooperativas, etc. Para que no haya freno a la iniciativa individual, al emprendimiento, para que los cubanos puedan desarrollar todo su potencial y el país avanzar por sendas de crecimiento y desarrollo.

 

– Condiciones de trabajo justas y salarios dignos: para que los cubanos dejen de ser explotados, puedan llevar un plato de comida a sus mesas sin necesidad de robar o acudir a ilegalidades, para tener un nivel y calidad de vida dignos. Que la gente pueda ejercer la profesión que estudió y desarrollarse profesionalmente, para contribuir con gusto y responsabilidad al desarrollo de nuestra sociedad.

 

– Apertura al mundo y a los cubanos: para que fortalezcamos nuestros lazos y vínculos de colaboración con la comunidad internacional, intercambiando sanamente todo lo positivo que podemos aportar las diferentes culturas y países. Y, sobre todo, para que los cubanos volvamos a ser lo más importante para nuestro país, para que nuestro bienestar y la restauración de nuestros derechos fundamentales sean la más alta prioridad.

 

Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).

Laico católico.

Estudiante de Economía.

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