“Vivir es amar. Amar es resucitar”- Estos místicos versos de Dulce María Loynaz pueden resumir la vida y obras del arzobispo emérito de Santiago de Cuba, Pedro Claro Meurice Estiú, llamado, con razón, el León de Oriente.
Ahora que el fin de su peregrinar lo sorprendió en otra orilla de la única Cuba, quizá como signo visible de su pasión por unir a la Nación-en diáspora, hay una pregunta numerosa y urgente: ¿cuál ha sido su legado para su Patria y para su Iglesia?
Esta pregunta es demasiado inminente y su respuesta trascenderá la dolorosa puerta de su paso a la Casa del Padre. De modo que, la historia, con sus ritmos y tiempos necesarios e inviolables, irá respondiendo con mayor profundidad y amplitud. Pero no debemos dejar pasar el tiempo de reflexión abierto por la muerte para comenzar a pergeñar, en emocionados trazos, ese legado que es, sin duda, patrimonio de todos los cubanos, creyentes o no, de ahora y de mañana: Vivir en la coherencia entre lo que se cree y lo que se hace.
Mons. Meurice, fue una cátedra de sabiduría, amor entrañable a Cuba y fidelidad irrestricta a su Iglesia. De esa cátedra, dura como la roca de Pedro y clara como el segundo nombre del patriarca, no salía el rugido de un león selvático, sino la transparente voz de los sin voz. En ese sentido es que entendemos el calificativo de León de Oriente, como voz de muchos cubanos que encontraban en la suya acogida y amplificación y canalizaron sus sufrimientos y esperanzas por este voluminoso “vita-fone” (nunca mejor dicho: voz de la vida).
Desde la conmoción de su partida, deseamos trazar algunos puntos de su legado, no con nuestras palabras sino con las suyas propias en el momento más solemne y trascendente de su magisterio: la presentación del pueblo cubano ante la bendita imagen de la Virgen de la Caridad que salió del Cobre a la Plaza y ante al Sumo Pontífice de la Iglesia, cuyas manos sufridas y conocedoras de nuestra realidad, iban a coronar a la Reina de Cuba, reconocida ya por Juan Gualberto Gómez como “emblema patrio”.
1. Cuba es y debe ser una tierra de libertad y dignidad, de fe y caridad.
Así lo expresa casi al comenzar su breve presentación en la mañana luminosa de aquel sábado 24 de enero de 1998: “Esta es una tierra indómita y hospitalaria, cuna de libertad y hogar de corazón abierto… esta tierra que custodia, con entrañas de dignidad y raíces de cubanía, la campana de la Demajagua y la bendita imagen de la Virgen de la Caridad de El Cobre.(1)
2. Cuba necesita hacer la síntesis entre autoridad y participación ciudadana, gobernabilidad y gobernanza, sin mesianismos ni anarquías.
¡Qué falta nos hace ahora, y aún más en el futuro próximo, esta segunda síntesis vital! Síntesis entre la necesaria autoridad de un gobierno democrático, cuya capacidad de dirigir los destinos de la nación llamamos gobernabilidad y esa otra capacidad inseparable de la anterior que es la gobernanza o capacidad de los ciudadanos para autogestionarse con participación libre y responsable su propio destino. Así lo expresa en su legado, Mons. Meurice: “Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden, pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos…Este es un pueblo que ha luchado largos siglos por la justicia social y ahora se encuentra, al final de una de esas etapas, buscando otra vez cómo superar las desigualdades y la falta de participación.”
3. Cuba necesita reconstruir el dañado tejido de la sociedad civil, como escuela y garantía de esa gobernabilidad responsable.
Los hilos para tejer esa convivencia cívica vienen mencionados: espacios, fraternidad, libertad y solidaridad. Estas son las palabras textuales que nos dejó Monseñor Meurice: “Cuba es un pueblo que tiene una entrañable vocación a la solidaridad, pero a lo largo de su historia, ha visto desarticulados o encallados los espacios de asociación y participación de la sociedad civil, de modo que le presento el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de libertad y solidaridad.”
4. Cuba debe reconocer y promover la primacía de la persona humana sobre todas las demás estructuras de la nación.
El fracaso antropológico es el peor de los daños del paternalismo de Estado. La salida debe encontrarse, según el legado de Meurice, por un proceso de personalización y empoderamiento de los ciudadanos para que sean capaces de elegir y diseñar su propio proyecto de vida: “Le presento a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo.”
5. Cuba necesita una profunda educación cívica que le permita discernir y valorar su nación y sus raíces.
El analfabetismo cívico y político, fruto de la manipulación ideológica de la enseñanza, ha producido confusión y desarraigo. Esa pérdida de la conciencia ética lleva a la masificación y al escapismo. Educar es enseñar a discernir, no a maniobrar en las conciencias confusas. Es por ello que en aquella Plaza Antonio Maceo resonó con tanta fuerza este diagnóstico, era la primera vez que se decía tan claramente y tan en público desde hacía cuatro décadas. El mundo entero lo escuchó, era la voz del León de Oriente. Aunque de modo ahora decreciente, la confusión mantiene aún vigencia: “Le presento un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Son cubanos que, al rechazar todo de una vez sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero”.
6. Cuba debe fortalecer su independencia geográfica y política fomentando la soberanía ciudadana de toda persona humana.
Existe una inseparable relación directamente proporcional entre libertad personal e independencia nacional. En Cuba ha quedado demostrada negativamente, por los frutos de dependencia económica y política difíciles de superar, primero con la URSS y el campo socialista, y luego con Venezuela, que ha convivido con la restricción a las libertades personales. Muchos países, tanto de capitalismo “primitivo” como de socialismo “real”, han sufrido de esa hemiplejia en su soberanía. Así lo describía el Arzobispo primado de Cuba: “este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación.”
7. Cuba necesita aprender de la historia pluricentenaria de esa parte de su pueblo que es la Iglesia. Sus luces y sombras de ayer advierten y educan para discernir las de hoy.
La necesaria laicidad del Estado y el derecho a la libertad religiosa de todos los cubanos y cubanas, no debe ser un pretexto incivil para borrar de un tirón la historia de esta Isla, imbricada, querámoslo o no, con la Iglesia que vino de España y se mezcló con las africanas y evangélicas en el variopinto tejido del ajiaco nacional. Más que borrar habría que rescatar la memoria de estos caminos del alma de la Nación. Ser desmemoriados en todo lo concerniente a los valores del espíritu, sustituyéndolos por complejos secularistas, mesianismos ideológicos o tabúes confesionales, no solo seca el espíritu de los pueblos sino que los somete a los más espurios ídolos y esclavitudes. Otra vez Dulce María lo había dicho de forma poética: “el que no ponga el alma de raíz, se seca”. Es por ello que considero que esta parte de las palabras de Monseñor Meurice no debían ser obviadas o dejadas solo para católicos. La matriz de Cuba, por católica, que quiere decir “universal”, es y debería ser, útero sin exclusiones. Así lo relató Monseñor Pedro el Claro: “Santo Padre, le presentamos la época gloriosa del P. Varela, del Seminario San Carlos en La Habana y de San Antonio María Claret en Santiago, pero también los años oscuros en que, por el desgobierno del patronato, la Iglesia fue diezmada a principios del siglo XIX(…) atravesó el umbral de esta centuria tratando de recuperarse hasta que, en la década del 50, encontró su máximo esplendor y cubanía (…) Luego, fruto de la confrontación ideológica con el marxismo-leninismo, estatalmente inducido, volvió a ser empobrecida de medios y agentes de pastoral pero no de mociones del Espíritu, como fue el Encuentro Nacional Eclesial Cubano(…). Iglesia en una etapa de franco crecimiento y de sufrida credibilidad que brota de la cruz vivida y compartida. Algunos quizás puedan confundir este despertar religioso con un culto pietista o con una falsa paz interior que escapa del compromiso”.
8. Cuba debe construir su presente y su futuro contando con toda la nación: la que vive en la Isla y en la Diáspora.
La Hna. Mirtha, religiosa que lo acompañó durante todo su episcopado y los últimos momentos de su vida terrena, narra que las últimas palabras de Mons. Meurice fueron: “¡No se separen! ¡No se separen! ¡No se separen!”. Es la súplica del buen pastor que cuida hasta el último aliento la comunión de su pueblo. Una interpretación de este triple ruego podría ser: no se separen como Iglesia; no se separen como pueblo; no se separen de Dios, lo bueno, lo bello, lo verdadero. Otras podrían ser las necesidades de comunión: unidad en la diversidad, no en la uniformidad. Navegar a trancos y retrancas por la historia de un pueblo es surcar por singladuras de flota acompañada, de marina sin banderías, aunque fueran de diverso pasaje o mercantes. Es superar la era de navíos excluyentes, piratas o armadas violentas, venciendo a las tentaciones de desmembrar, excluir, o separar a los que no son, no piensan, no creen, o no actúan como una de las partes. Es construir un barco-país “donde quepamos todos” al decir de Martí. Bajo el manto de la virgen que en Cuba se llama Caridad, el más fuerte vínculo de comunión, Meurice, como buen capitán de la barca de Jesús, trazó esta ruta por el aciclonado Mar de las Antillas: “la nación vive aquí y vive en la diáspora. El cubano sufre, vive y espera aquí y también sufre, vive y espera allá fuera. Somos un único pueblo que, navegando a trancos sobre todos los mares, seguimos buscando la unidad que no será nunca fruto de la uniformidad sino de un alma común y compartida a partir de la diversidad.”
9. Cuba debe identificar cuál es su mayor pobreza y trabajar para salir de ella: la falta de libertad.
Amartya Sen, un reconocido economista indú, aportó a la humanidad la demostración de un científico social sobre la relación biunívoca entre la libertad personal y el desarrollo de los pueblos. Nosotros los cubanos y cubanas, sabemos por certeza empírica, afincada en la cotidianidad, que ninguna reforma o actualización de ningún sistema económico, político o social dará como fruto el desarrollo de la nación si no se reconoce de manera legal, se promueve en la sociedad y se educa conscientemente, que la libertad de la persona humana es la base, el cimiento y el motor de todo progreso. Sin libertad no hay responsabilidad y sin responsabilidad no hay desarrollo posible. En el contexto de 1998, esta verdad era visible como una luz en la oscuridad, así lo resume el patriarca que presenta a su pueblo: “La Iglesia en América Latina hizo en Puebla la opción por los pobres, y los más pobres entre nosotros son aquellos que no tienen el don preciado de la libertad.”
10. Cuba -la Isla y su Diáspora- tiene vocación de universalidad.
Debe abrirse de sus egoísmos y exclusiones entre cubanos y cubanas y debe abrirse al mundo, porque el mundo hace tiempo se quiere abrir a Cuba.
Juan Pablo II lo había dicho ya en esa misma visita. Las palabras de Meurice dialogan con ese deseo del papa polaco. Cuba debe entrar al futuro por los puentes de la interdependencia solidaria y la comunión globalizada. Su geografía de Isla casi nunca marcó negativamente a los cubanos y cubanas. Gente abierta, hospitalaria, franca, expresiva y cariñosa. La ideología foránea y continental que nos encerró en un bloqueo isleño, fue por cierto, concebida, en ciernes, en otra Isla al Norte de Europa, pero exportada al Caribe ya bajo los siete cerrojos de la Siberia oriental. Nada más extraño a nuestro carácter y vocación. Con proféticas palabras, bajo el Sol radiante del Oriente cubano, Pedro Claro Meurice Estiú, cerraba significativamente sus palabras abriendo los cerrojos de las mentes y fabricando puentes sobre los bloqueos de los autoritarismos, al decir: “Este es un pueblo que tiene vocación de universalidad y es hacedor de puentes de vecindad y afecto, pero cada vez está más bloqueado por intereses foráneos y padece una cultura del egoísmo debido a la dura crisis económica y moral que sufrimos.”
Muchos en estos días han destacado el carácter profético y la coherencia vital entre fe y vida de Mons. Meurice. Algunos han aclarado que estas palabras las pronunció como Pastor y no como politiquero. Porque en la coherencia en que supo vivir y guiar a su pueblo, no cabían “políticas” de parte o partes. “No se separen”, fue su último consejo en la búsqueda de la comunión incluyente y universal. Porque como pastor de la “polis” a él encomendada, hizo y dijo lo que le pareció mejor para alcanzar el bien común y eso es Política en sentido amplio, incluyente, y como diría el papa Pío XII, “la política es una forma eminente de la Caridad”. Esa también la vivió proféticamente Meurice.
Un día la historia y la Iglesia buscarán y destacarán vehementemente “esta voz que clamaba en el desierto”.
Así como Meurice pudo vivir valientemente la coherencia sin fisura entre sus dos amores: Cuba y el Evangelio de Cristo, así los cubanos y cubanas deberíamos vivir sin doblez y sin miedo esa coherencia entre lo que sentimos, lo que creemos, lo que decimos y lo que hacemos.
Ese sería el mejor monumento a la memoria del pastor que fue fuerte, vio lejos, habló claro, amó mucho… y actuó consecuentemente.
Pinar del Río, 4 de Agosto de 2011
(1) Las citas en cursiva corresponden al discurso de presentación y saludo al Papa de Mons. Meurice, pronunciado al comienzo de la Misa en Santiago de Cuba el 24 de enero de 1998.