Vivan los cambios

Por Belisario Carlos Pi Lago
Parece que vivimos una reedición de la vieja Perestroika en el marco caribeño de principios del XXI. Todos hablan de cambios. Y si “al que no quiere caldo, se le dan tres tazas”, pues, ¿por qué a once millones que sí quieren, no mojarle, aunque sea, los labios?
Empezamos con la apertura de hoteles y otros lugares de esparcimiento al público cubano. No todos, pero bueno, algo es algo, como decimos los guajiros. Dicen que el huequito nuevo creó una avalancha hacia el interior de esos cotos, otrora vedados. Y es lógico, chico, estamos locos por asomarnos al mundo. Claro, despacio, que esa curiosidad pueril va a pasar en unos días, no lo duden. Y luego, ¿qué, la imagen del eunuco entre doncellas desnudas? Sí, porque cuando se vaya el humo del “ya puedo”, vendrá el del “con qué lo hago”. Oye, y la resaca de la decepción es peor que la embriaguez de la esperanza. ¿De qué le vale al ciego que lo acepten en el equipo de béisbol o al paralítico, en la delegación de atletismo? Vaya, porque a nadie se le ocurriría entrar con moneda nacional al Meliá Cohiba. Eso sería como caer en la Fosa de las Marianas sin un salvavidas. Pobre náufrago, por Dios.
No, no es que yo sea un escéptico, créanme. De verdad que estoy contento con la nueva onda y con las cosas que se dijeron en el Congreso de la UNEAC, sobre todo con las palabras de Eusebio Leal, coño, porque, aunque yo no ande La Habana entre “sábanas blancas colgadas en los balcones”, también tengo dos muchachos en La Florida y no quisiera que me obligaran a pelearme con ellos. Sí, viejo, en otros tiempos lo hacían. Total, si, de todas maneras, ellos viven en Miami, que, es como decir una sucursal. Claro, si vivieran en Idaho o en Wyoming, ya eso es otra cosa. Imagine que se le aparezcan cada dos o tres años con un nietecito blanco como un papel que sólo sabe decir, “plis”, “Ayamsorri” y “exquiusmi”. No jorobe, compadre eso es un bebé probeta. Un muchacho para ser nieto mío tiene que largarse para el río sin permiso y darse un chapuzón y virar con los bolsillos llenos de guayabas verdes. Ah, y yo, si fuera de visita, ¿qué me haría por allá, sin un plato de arroz y frijoles para comer con una cuchara grande y meter las manos en la fuente de la carne frita y después chuparme la manteca de los dedos, mientras con la otra secuestro un par de plátanos a puñetazos? Qué va, coño, yo soy cubano aunque me lo operen. Déjenmelos en Hialeah, en Fort Lauderdale o en West Palm Beach, que es como decir La Lisa, Jacomino o el Calero de Pinar del Río. Sí, sí, yo no he ido, pero dicen que los cubanos tienen aquello repleto de ajonjolí y pan con dulce de guayaba.
Y no soy historiador de la capital ni reconstruyo la Habana Vieja con Bodeguitas del Medio y babalaos de CUC, pero quiero a mis hijos de Miami tanto como cualquiera del Buró Político o de la Asamblea Nacional pueda querer a los suyos, que, en definitiva, están en los mismos lugares en busca de lo mismo. Y me gustó lo que dijo el historiador. No, de verdad, fuera de jodederas, y también le perdono que se haya demorado tanto en decirlo. Más vale tarde que nunca, qué cará. Hasta los homosexuales cogieron su tierrita. Y bien que se la merecen, coño, bastante UMAP y marginaciones que se pasaron por el pecho. La verdad es que no hace tanto de aquellos carros-jaula que parqueaban frente a los teatros y aquellas recogidas masivas, sobre todo en recitales de “figuras mal vistas, como Marta Estrada. Oye, qué inquina contra los maricones. Y por gusto, compadre. Bueno, desde que hicieron una estatua de John Lennon con espejuelitos y todo allá por un parque de la Capital, yo sabía que las cosas estaban dispuestas a cambiar. Sí, porque, cuando aquello también te iban arriba por gustarte la música en inglés y hasta te botaban del Partido Comunista por entrar en una iglesia. Mira que expropiaron carnés por esas boberías. Oye, como si estar con Dios y con el Diablo fuera delito en alguna parte del mundo. Deje a cada cual que tenga cuantas caras le hagan falta para sobrevivir, que el mundo sólo es mundo cuando tiene de todo. Fíjense que Dios le ordenó a Noé llevar una pareja de cada especie cuando lo del Diluvio y no hizo excepciones.
Y la verdad es que soy un simple profesor que todavía no ha visto ningún beneficio personal en las nuevas ideas, bueno, no sé ahora, después del cambio de Ministro, pero lo cierto es que de nuevas no tienen un pelo, como ya dijimos, y no importa, compadre, si la Ilustración nos llega con trescientos años de atraso, bienvenida sea. Viva el progreso.
Y, de todas maneras, cuando miro atrás, es cierto que hemos avanzado un buen trecho, no lo duden. Vuelvan otra vez la vista y recuerden aquellos años ochenta, cuando andábamos rabiando por un video y se nos prohibía comprarlo y teníamos que hacer mil y una maromas para adquirirlo, aún con el dinero “contante y sonante” en la mano. Pero, vaya, que el cubano no es fácil. El que más y el que menos se buscaba su extranjero o su pariente del lado de allá y en un santiamén ya estaba viendo películas de Charles Bronson o de Ryan O´Neil. Sí, porque aquellos Boris no sé qué cosa y Vladimires no sé qué más nunca se nos pegaron. Y mira que nos dieron muela con eso de que eran mejores, pero, qué va.
¿No se acuerdan de los primeros chavitos que nos ganamos con el relojito roto de la vieja y la cadenita de oro dieciocho que nos trajo tía cuando cumplimos los tres añitos? Claro que sí, ¿cómo se nos pueden olvidar esas cosas? Sí, a todos, de una u otra forma, nos da no sé qué el habernos desprendido de tan caros recuerdos por unos trapos más o menos. Pero, coño, ¿qué podíamos hacer, si no teníamos qué ponernos y la hojas de parra ya estaban pasadas de moda?
Hay que comprender, señores, el traje de papá Adán y mamá Eva cayó en desuso desde el mismo Génesis y, aunque se trate de revivir con el nombre de hilos dentales y otros eufemismos, desde que la serpiente engatusó a la mujer nos inoculó el pudor. Hay que vestirse, no jodan.
Ah, y ahora también podemos comprar celulares y llevarlos al cinto como hacíamos cuando se nos acababan las tiritas del fulminantes de aquellos revólveres que nos echaban los Reyes Magos; ya no tiraban, pero los otros niños nos los veían y rabiaban de envidia. ¿No es verdad que lucen preciosos colgados a la cintura? Bah, qué más da, ya aparecerán diez o doce chavitos para hablar un par de minutos en el parque o donde todos nos vean. Sí, porque los cubanos parafraseamos a Descartes a nuestra manera: “Parezco, luego existo”.
Coño, y ahora me da por pensar que si nos venden celulares y computadoras, eso significa una apertura en las comunicaciones, así es que seguramente quitan esas antenas que bloquean la radio y de nuevo podremos escuchar emisoras del mundo entero. Qué rico. Es verdad que corremos el riesgo de que la gente oiga Radio Martí y otras bellezas del Sur de La Florida, pero, ¿qué se puede hacer? Prohibirnos algo tan viejo y tradicional como la radio para que no nos contaminemos de información viciada sería como suspender la fabricación de morfina sólo porque algunos la usan como droga. Y, total, de todas maneras, muchas de las cosas que dice Radio Martí, ahora se dijeron también en el Congreso de la UNEAC y a nadie le falta un pedazo. La verdad duele, pero no mata. Y, a propósito, estoy seguro de que, más temprano que tarde, se pondrá en libertad a esos hombres y mujeres que cumplen prisión por plantear realidades más o menos parecidas a las puestas de relieve por algunos delegados al magno evento de los intelectuales. Y, fíjense si la luz proyectada fue intensa, que hasta los miopes pudieron ver y han dejado de repetir que nuestros alumnos aprenden tres veces más con las descabelladas transformaciones llevadas a cabo por el Ministerio de Educación, o por qué sé yo quién. Bueno, de todas maneras, el que “pagó las verdes y las maduras” fue el Ministro. No nos tomó ni quince años darnos cuenta de que aquello era inoperante, tremenda luz larga. Bueno, se veía a las claras que se iba a descubrir, si ya hasta han visto que el país está cubierto de marabú.
Sé de un conocido dispuesto a vender su casita para comprar una computadora. “Y, ¿qué tú quieres?”, contesta enardecido y añade, “tengo casa desde que nací y no quiero morirme sin tener una cosa de esas. ¿Qué es lo que tú te piensas?”.
Bueno, a mí no me da tan fuerte. Saqué mis cuentas, y de acuerdo a lo que puedo ahorrar con un sueldo de profesor, después de pagar la corriente, algunos cuartos de pollo y otras necesidades biológicas como el jabón, para el dos mil cuarenta y siete me compro la mía. Claro, eso contando con que los zapatos que me mandan los muchachos aguanten el tiempo reglamentario y no me obliguen a gastos imprevistos de esos que te rompen el balance de un par de meses.
Bueno, con noventa y siete años no estaré tan viejo para disfrutar las ventajas de una PC. He oído hablar de personas, allá por el Cáucaso y otras profundidades, que vivieron hasta ciento sesenta. Sí, soy un optimista a ultranza, ¿qué puedo hacer?

Belisario Carlos Pi Lago (La Palma, 1950)

Poeta, ensayista y profesor de francés e italiano.
Licenciado en Inglés. Ganador de varios Concursos Literarios de la Revista Vitral
Ha publicado varios libros como “Las ideas masónicas y la fe católica”, 2003; “Tres pelícanos de tela-Historia de Cuba en Décimas”, 2006. Ha publicado numerosos artículos en revistas y periódicos.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en La Palma. Pinar del Río.
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