Pbro. Juan Lázaro Vélez González |
“De ley se han de hacer los hombres, y deben dar luz”.
José Martí
Las Sagradas Escrituras, y en concreto el Nuevo Testamento, no tiene una doctrina abstracta sobre el Estado. Las alusiones del Libro Sagrado se refieren a las instituciones concretas y al comportamiento de los hombres frente a ellas. El Nuevo Testamento nos ofrece unas cuantas anotaciones sobre la actitud de los cristianos hacia los poderes políticos existentes en cualquier realidad.
La actitud de Jesús será para los cristianos el modelo a observar en su actitud frente al Estado. Pero, ¿Cuál fue la actitud de Jesús? En la medida en que los Evangelios nos permiten reconstruir la postura de Jesús respecto a las autoridades civiles, podemos decir que Jesús desaprobó el movimiento violento de los Zelotes, pero no por eso apoyó ni moral, ni políticamente a los círculos judíos que colaboraban con los romanos. El partido de los zelotes, fundado por Judas el Galileo el año 6 después de Cristo, aspiraba, conforme al antiguo ideal teocrático, a que en Israel sólo Yahvéh fuera el rey, sacudiendo por la fuerza el yugo romano; se negaba a pagar tributo y preparaba la guerra santa.
Jesucristo predica el Reino de Dios, manteniendo una actitud de indiferencia frente al Estado. Él mismo recomienda “dad al César lo que es del César…”, sin problematizar sobre la legitimidad, origen y prestigio de las autoridades. Al mismo tiempo pide obediencia a las exigencias de Dios: “dad a Dios lo que es de Dios”.
La predicación del Evangelio llevará a los discípulos a un conflicto entre las autoridades judías y paganas (Cf. Mt 10, 17), Jesús quiere alertar a sus discípulos acerca de lo que les espera, si le siguen fielmente: “El que quiera seguirme que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.”
Si tenemos en cuenta el tenor general de las predicaciones de Jesús, las concepciones del judaísmo de entonces y la interpretación de las palabras de Jesús en la Iglesia primitiva, podemos decir quizás que al colocar la obediencia a Dios sobre la obediencia del Estado proclamando que no es Dios, establece ciertas limitaciones a la autoridad del Estado. El Estado no puede atentar contra los derechos de Dios, prohibir su culto u oponerse a sus preceptos.
La actitud de los primeros cristianos ante las autoridades civiles es muy variada. No se puede escoger un solo pasaje, y hacer a partir de él una interpretación universalmente válida. Quizás sea necesario mantener esta tensión que nos ofrecen las variadas actitudes de los primeros cristianos. Por ejemplo, vemos en los apóstoles Pedro y Juan que ante la prohibición de predicar de las autoridades responden decididamente: “Se debe obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hechos 5, 29-31). En diversos pasajes de las Cartas apostólicas del Nuevo Testamento se exhorta a los cristianos a vivir y trabajar en paz (2 Ts 2, 6-16) y se espera de las autoridades que procuren facilitar a todos la posibilidad de vivir en tranquilidad, paz y orden ( 1 Tm 2, 1-2) inclusive en el libro del Apocalipsis nos hayamos con la protesta a la absolutización del poder político (cc.13 y 14). Es significativo que en el libro del Apocalipsis atribuye no a Dios, sino a Satanás, el origen de la autoridad del Estado cuando este abusa de su poder contra la dignidad de los hombres y, por tanto, contra Dios.
La función principal del Estado es indiscutiblemente el servicio y la búsqueda del bien común. Para ello debe proponer y aprobar leyes justas, urgiendo a su cumplimiento, y sancionando su violación. También debe promover el bien común en cada uno de los siguientes órdenes: familiar, económico, cultural, religioso, sanitario, social; además el Estado debe proporcionar garantías políticas al diálogo entre las partes que presentan una oposición legitima y pacífica. Debe también reconocer y garantizar el derecho que tenemos todos los ciudadanos de proponer también proyectos que contribuyan al bien común.
¿Cuál será entonces la actitud de un cristiano ante el Estado?
La postura del cristiano ante el Estado y las autoridades siempre debe basarse en el respeto mutuo y en la garantía de todos los Derechos Humanos para todos sin discriminación.
Asimismo los cristianos debemos cumplir las leyes que son justas y dignas de observar. Siempre se deben cumplir en conciencia tanto en cuanto estén en relación con la Voluntad de Dios.
Debemos colaborar con el Estado y sus autoridades. Esta última realidad se logra en un Estado en el que se reconocen las aportaciones de sus conciudadanos en plenitud de igualdad de Derechos, y no simplemente atentando contra la democracia y la libertad de sus ciudadanos legítimamente capacitados para ejercer sus deberes y libertades. El ejercicio del voto conforme a conciencia es uno de los deberes más importantes para contribuir al bien común.
Esta colaboración con el Estado tiene una gama inmensa desde mantener el orden de las leyes justas, hasta el pago de los tributos correspondientes para el sostenimiento de los proyectos dirigidos al bien común.
Nunca, pero nunca, debemos decir: “Que pague el Estado”, “que se encargue el Estado”, expresión muy común en una sociedad desarraigada de principios civiles y analfabeta de conocimientos de sus Derechos y Deberes. Tenemos que pensar que todos somos parte de la Nación cubana y proyectarnos en conciencia como tal para contribuir al bien supremo de la dignidad humana y del desarrollo social.
Es un trabajo duro, y un compromiso de voluntades, sembrar civismo y fraternidad entre todos los hijos de una misma Nación a la que llamamos Casa Cuba. Ella se lo merece y lo necesitamos todos sus hijos.
Pbro. Juan Lázaro Vélez González (Pinar del Río, 1986).
Cursó estudios humanísticos, filosóficos y teológicos durante ocho años en el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana.
Actualmente es párroco de Mantua, M.N.