Verdad y Caridad, su sinergia en el presente y futuro de Cuba

Foto Yoandy izquierdo Toledo.

El amor va convirtiendo los ámbitos concretos de realización humana, la cultura, la sociedad, la economía, la política en realidades positivas y ayuda también a corregir ciertos sesgos que se pueden originar en egoísmos personales y grupales. La búsqueda de la verdad está inserta en su existencia concreta y personal. Le inquieta sobremanera el deseo de saber. Es consciente de las dificultades de la inteligencia para encontrarla. A la verdad se va por el amor. Él es quien le mueve e impulsa a ir en búsqueda de la verdad. En este camino se encuentra Agustín con diferentes compañeros de viaje. Él, enamorado de la verdad, nunca está solo. Una amplia red social le ayudará a recorrer con singularísima reflexión aquella senda interior en la que va madurando la aventura por el descubrimiento de la verdad. No es una búsqueda ordenada y planificada al modo escolástico, sino que crece y se alimenta de experiencias auténticas, de reflexión crítica y de un insaciable deseo por dar con la verdad. No quiere engañar ni engañarse. Vida y pensamiento aparecen entrelazados en el filósofo de la verdad. Empapado de la cultura de su tiempo, predominantemente literaria y fundada sobre el estudio de la retórica y la filosofía presente en los autores clásicos, San Agustín reinterpreta y amplía la búsqueda de la verdad al campo de la sabiduría cristiana.

De está búsqueda ha sido participe también la Iglesia, que en su magisterio ha abordado en múltiples ocasiones estás dos máximas de la verdad y la caridad. La más reciente de Benedicto XVI con la Caritas in Veritate (CV) en 2009. La encíclica se inscribe dentro de la amplia y honda historia, cuyo comienzo se suele situar en el año 1891 con la publicación de la encíclica Rerum Novarum de León XIII y después con la Humanae Vite de Pablo VI (1968) que tocaban la verdad y la caridad vinculadas a la riqueza de la antropología cristiana y otra la Doctrina Social de la Iglesia. Ante los nuevos problemas sociales, Benedicto XVI concentra la atención, en el tema del desarrollo, para señalar la necesidad de un verdadero desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Su mensaje central es precisamente éste: que la caridad, vivida en la verdad, “es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (CV 1). El corazón de la encíclica está en la llamada del Papa a reencontrar el sentido más profundo del obrar humano en el auténtico amor a Dios (que es Amor y Verdad) y en el amor gratuito y solidario a los hombres. La Iglesia Cubana también se ha hecho eco en documentos que han marcado una época en la historia reciente en estos temas, muestra de ello son “El amor todo lo espera” (1993) y “La Esperanza no defrauda” (2014).

Todos ellos tienen una conexión que los atraviesa trasversalmente, sembrar la esperanza por medio del amor desde una visión de autenticidad cristiana que no es otra cosa que ese eterno retorno a la verdad. En este constante camino de rememorar el pasado, muchas veces olvidamos la importancia de la construcción del presente con una mirada al porvenir. Por lo que me plateo en este artículo hablar más de la realidad presente y los desafíos y sueños del futuro, más que seguir anclado a un pasado que ya no podemos cambiar. Es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. Deseo volver a recordar particularmente dos de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad: la justicia y el bien común. Este artículo plantea una reinterpretación en nuestra realidad cubana, cargada de límites, errores y la mala voluntad de muchas personas y grupos sociales. Si queremos ser realistas en nuestros análisis tenemos que tener en cuenta los sesgos y desviaciones humanas que son parte de nuestra realidad personal y social. De principios como el amor y la verdad, que tanto se han deteriorado en nuestro contexto y hoy son anclas necesarias para buscar fondo en este mar de desconcierto que nos rodea, que muchas veces pareciera que va en búsqueda de un horizonte que no podemos recuperar.

Si se trata de hablar del amor a la verdad se hace indispensable definir primero qué es la verdad. Es algo que Tomás de Aquino hizo no sólo en la primera cuestión de las muy conocidas cuestiones disputadas De Veritate sino en muchos otros textos paralelos. Como es bien conocido, el Aquinate define la verdad como adaequatio; la adecuación no es, sin embargo, correspondencia. En efecto, la verdad no es la correspondencia entre dos cosas una mental y otra real, por el simple motivo de que no existe una realidad mental y una realidad de las cosas, sino ambas integradas en una realidad que estamos experimentando nosotros mismos al ser parte de ella.

Hay un adagio latino que dice “Soy amigo de Platón, pero lo soy más de la verdad” que nos centra en nuestro tema. Pero ¿qué quiere decir? Que la verdad tiene un valor tan grande que ni siquiera puede subordinarse venderse a la amistad. Para este filósofo el amor puede ser entendido como el estado de éxtasis y a la vez de moderada frustración que se experimenta al saber que hay algo más allá de lo físico que nos llama pero que, a la vez, no nos será entregado totalmente, ya que por mucho que no lo queramos seguimos encadenados al mundo de lo material, el lugar en el que disfrutar de las cosas depende en buena parte de nuestra proximidad en el tiempo y el espacio ellas y en el que es casi imposible mantenernos al margen de la influencia que ejerce sobre la estética, las apariencias. La concepción platónica del amor es, por consiguiente, el de un impulso que nos lleva a querer ir más allá de lo material en nuestra experimentación de algo, en el acceso a su belleza, que para el pensador tiene que ver con su cercanía a la verdad y no por su estética.

Definido conceptualmente que es la verdad y el amor del que estamos hablando, aunque con tales definiciones no son sino herramientas de acceso a ellas mismas. Podemos entonces acércanos a comprender la naturaleza de la problemática en el presente y el futuro de Cuba. Muestras de este presente condicionado por errores del pasado, como la pérdida de conciencia de la enseñanza de las virtudes cristianas y humanas desde el interior de la familia. La insuficiente formación escolar desde los niveles más bajos de la enseñanza académica. Potenciar socialmente cambios que nos han conducido por los caminos de egoísmo, o aquello del salvase quien pueda, que ha activado el instinto de la supervivencia que nos define y a la vez marca cuantiosas diferencias de la otra parte del reino animal. Como también la perdida de la identidad nacional, la desculturización de toda una sociedad. Los cambios económicos, políticos y sociales que nos han llevado a una crisis en todos los sentidos del hombre cubano actual, donde plantearse problemas éticos como donde ponemos moralmente la verdad y el amor son impensables para un hombre que se aleja mucho del concepto idealista enseñado por una filosofía antihumanista como la del piensas como vives o vives como piensas.

De este punto de inflexión partimos a un futuro de disolución de raíces, que tiene como punto de partida la desfragmentación de toda una sociedad y del principio básico de todo humanismo, la realización y la felicidad del individuo en medio de una era de cambios que trasgreden toda acción intelectual que potencie valores, donde el ateísmo va cada vez más en aumento y con ello el efecto de Narciso que al mirarse tanto en su propio espejo, cayo un día al lago en que se deleitaba observándose, de ese punto partimos. Haciendo una gran abstracción siempre se puede hacer una sinergia entre presente y futuro a través de la resiliencia, es decir la capacidad de continuar operativos o funcionando en caso de avería. Tal vez también echando mano de la misma etimología griega de la palabra sinergia, que “con trabajo” duro podamos hacernos nosotros todos como sociedad en este momento las siguientes preguntas: ¿Qué puedo hacer yo para cambiar esta realidad? ¿Cuáles son las posibles soluciones? ¿Qué soñamos como nación para el futuro inmediato de Cuba? De las repuestas a dichas cuestiones podremos entonces hacer o deshacer un futuro de esperanza cimentados en calidad de verdad y caridad. Que como el filósofo el amor a la verdad le lleva al hallazgo de la Verdad, y a abrazarse a ella misma por amor, para proseguir el viaje de la vida anclado en la Verdad.

 

 


  • Amed Acosta Hernández (Villa Clara, 1997).
  • Licenciado en Cultura Física por la Facultad Manuel Fajardo de la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas.
  • Preseminarista de la Diócesis de Santa Clara y hasta el momento Prenovicio Dominico de la Orden de Predicadores, con Bachiller en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino de Tocuman-Argentina y el Centro Fray Bartolomé de las Casas de La Habana, Cuba.

 

 

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