El contexto en el que Hannah Arendt desarrolla sus ideas respecto a la relación entre verdad y política es un contexto en el que -como en la mayoría de los escenarios a lo largo de la historia- se da un divorcio entre la política en términos de teoría, de ciencia, como saber, por un lado, y por otro lado la política como acción, la acción de los políticos, la gestión de la cosa pública. Arendt estudia y critica la brecha entre la ciencia, la teoría política y la acción diaria de los políticos, y destaca este aspecto como un aliciente para el surgimiento de los totalitarismos (Arendt, 1998).
Al mismo tiempo, en el contexto de la modernidad, otro factor interesante que ocupa un espacio importante en la reflexión de Arendt y que condiciona la relación entre verdad y política es la existencia de las ideologías, es decir, un conjunto de principios e ideas “que dan sentido de antemano a la acción política”, como se señala en los apuntes del tema 10 de la asignatura. Las ideologías, este conjunto de ideas orientadoras, con frecuencia suponen una renuncia a la verdad objetiva, se alejan de los hechos y configuran un diseño de la realidad política a menudo distante de las verdades de hecho.
Como parte de la fabricación ideológica mediante la que la política deja de cumplir su razón de ser (el servicio) para convertirse en instrumento de poder y control fundamentalmente, destaca otro elemento estudiado por Hannah Arendt (1998) en su obra, y es el de las facilidades que con el avance científico técnico predominante en la modernidad, los poderes políticos se tornan capaces de reescribir la historia y la realidad, así como manipular el futuro de acuerdo a sus intereses ideológicos.
Las ideologías tratan de destruir el orden político, tratan de ocultar la verdad, de disfrazarla, y de proponer un supuesto orden superior en el que se alcance la solución perfecta a los problemas existentes (lo que resulta poco realista). Pero la verdad no puede manipularse, y aunque las ideologías pretenden acabar con la verdad (verdades de hechos según Arendt) como objetivo principal sobre el que se basa la edificación del nuevo “orden político”, a largo plazo se torna insostenible todo intento de destrucción absoluta de la misma. Esto explica la violencia de las ideologías ante los que reconozcan otras verdades diferentes a la impuesta por el poder.
Cuba es un buen ejemplo en el que se manifiesta la enorme brecha entre los planteamientos ideologizados expuestos mediante la propaganda por el poder político, y la realidad concreta a la que se enfrentan los ciudadanos. La realidad es manipulada o tergiversada por la política ideológica, tal y como señala Arendt que sucedió con frecuencia en el siglo XX. El rechazo, la manipulación o la reducción que hacen las ideologías de la realidad constituye el principal motivo para el rechazo de Arendt a las mismas. Un rechazo enérgico y claro de todo pensamiento ideológico, en cuanto negación de la verdad y la búsqueda de la misma, o negación de la realidad.
Las soluciones de Arendt
Las soluciones de Hannah Arendt para el problema planteado con anterioridad, se encaminan hacia un reconocimiento de las verdades de hecho como actitud primordial del político, antes que la mera teorización política, pues esta última puede alejarnos profundamente de la realidad y adentrarnos en el mundo de las ideologías. Arendt (1968) plantea que no es posible la sobrevivencia del mundo, de lo humano, sin un reconocimiento de la verdad. En este sentido, la política -entendida como servicio al bien común y como espacio de organización de la vida en sociedad- no debe escapar de la verdad, aunque con frecuencia -señala la autora- instrumentalmente la mentira o la tergiversación de las verdades parecieran ser más efectivas en la lógica política contemporánea. En sus palabras: “No puede concebirse ninguna permanencia, ninguna perseverancia en la existencia, sin hombres dispuestos a dar testimonio de lo que existe” (Arendt, 1968, p. 19).
Se desprende también de las reflexiones de Arendt (1968) una imperiosa necesidad de volver a la persona humana, de mirar la existencia de la persona, su dignidad, su autenticidad como una realidad innegable que debe ser asumida como tal, por la política y cualquier otra forma de organizar la sociedad. Por ejemplo, no reconocer la diversidad, la pluralidad intrínseca e invariable de la existencia humana sería una negación de la verdad que conduce a sistemas que atentan contra la propia existencia humana, sería justificar las ideologías, las divisiones maniqueas de los pueblos, y en fin se legitiman los totalitarismos, las dictaduras de unos contra otros.
Así ocurrió con los totalitarismos del siglo XX, así ocurre aún con sistemas profundamente ideológicos como el cubano, donde solo se reconoce un partido político y además se define como fuerza superior de la sociedad, donde se define constitucionalmente el socialismo como única ideología y sistema irrevocable, dejando la condición de traidores para los que no comulguen con esta forma de organización política de la realidad, donde se plantea que solo practicando el socialismo los cubanos serán capaces de realizarse plenamente como personas (Constitución de la República de Cuba, 2019). Claramente, en este ejemplo se observa una tergiversación de la verdad como vía para legitimar el poder político. Es absurdo plantear que once millones de cubanos han de aceptar felizmente una misma ideología y que solo ese camino conduce a la plena realización de la persona humana, no obstante, los poderes políticos cuentan a menudo con los recursos para ocultar esas verdades, tal y como señala Arendt.
Continuando con el caso cubano, en el último año se ha llevado a cabo un proceso de debate constitucional convocado por el gobierno, en el que una nueva constitución con estas ideas que he mencionado en el párrafo anterior claramente planteadas, ha sido sometida a debate (Constitución de la República de Cuba, 2019). El debate ha sido desarrollado en los medios oficiales de comunicación, con total censura para quienes discrepan con la realidad oficial, luego de unos meses de debate se introducen cambios a la propuesta en la forma de presentarla y no tanto en el contenido, y se muestra en la propaganda que la inclusión de las propuestas ciudadanas es expresión de democracia. Luego del debate, comienza la campaña para el referendo, en el que los cubanos debíamos dar nuestro rechazo (votar NO) o respaldo (votar SI) al nuevo texto constitucional.
La campaña por el Sí, invade el espacio público por completo, los medios de comunicación, las instituciones (que la gran mayoría son estatales), cada ambiente de la vida social se ve ocupado por la propaganda mostrando el Sí como la opción digna, como la opción responsable con el futuro, como la única aceptable; y por otro lado discriminando la opción del No, con represión a los que se atrevieran a hacer campaña por el No, y censura en los medios de comunicación. Finalmente, el Sí ha ganado con un 73%, pero curiosamente un 26% del padrón electoral no ha respaldado la ratificación del texto constitucional, una realidad que por primera vez en la historia reciente de la Isla se logra percibir de forma tan significativa.
El ejemplo anterior, es un claro ejemplo de como se comporta la relación entre verdad y política. Esta última con frecuencia no gusta de la primera, intenta esconderla, eliminarla, tergiversarla, destruirla, como ha pasado con los totalitarismos, entre ellos el de Cuba; sin embargo, hay un punto donde se torna imposible la negación de la realidad, donde las verdades de hecho se imponen sobre las tergiversaciones ideológicas por muy bien pensadas que estas últimas estén. Esto se ha demostrado en el caso cubano, donde gracias al acceso a las nuevas tecnologías y a internet, gracias al cambio generacional, gracias al impacto que en la realidad están teniendo los pequeños negocios privados, al mayor intercambio que se ha dado con el resto del mundo, la verdad comienza a despertar, y la gente comienza a verla y a creer en su fuerza.
Las propuestas de Hannah Arendt (1968) encajan perfectamente como solución a este problema que he descrito para la realidad cubana. La autora plantea la necesidad de entender que la política no es una ciencia exacta, no es un campo donde se puedan hacer generalizaciones totalizantes, sino que es importante la flexibilidad, el reconocimiento de la pluralidad, de la diversidad intrínseca del ser humano, y solo a partir de esta base es posible avanzar hacia una solución de los problemas que conduzca al bien común. No es posible, como plantean las ideologías, imponer una verdad construida por unos pocos que preestablecen el orden que debería tener la sociedad y los comportamientos que han de tener los ciudadanos, limitando por demás, la libertad de los individuos.
Por otro lado, la autora plantea la renovación, el cambio, la continua superación como una cualidad de las ideas políticas y de la práctica política. Es erróneo entender la política de forma estática, los tiempos cambian, los ciudadanos cambian, las realidades cambian y la política ha de ser siempre capaz de adaptarse de forma creativa a estos nuevos presupuestos, de lo contrario se niega la verdad y se avanza hacia la ideologización de la política, y con ello los totalitarismos, la violencia hacia quien alce una verdad diferente a la de la clase dominante. Al mismo tiempo, la necesidad de reconocer la libertad de expresión es uno de los aspectos relevantes que señala Arendt. La política ha de reconocer la libertad que los ciudadanos poseen para pensar y mostrar la realidad desde sus propias perspectivas personales, y propiciar el diálogo como categoría de encuentro alternativa a la imposición de la violencia hacia aquellos que se atreven a reconocer la verdad, o a expresarse divergentemente respecto al poder político dominante.
La clave principal para evitar que verdad y política sigan enfrentados hasta el punto de generar consecuencias destructivas para la humanidad está en la persona humana; es decir, volver a la persona como principio y fin de la actividad política, reconocer su dignidad y respetarla como valor supremo, lo que lleva a entender a la persona como un ser social que se realiza solo mediante una alteridad que la lleva a salirse de sí mismo para entrar en una relación con los otros. Reconocer la diversidad, la libertad, y los derechos naturales (derechos a la vida, por ejemplo) que implica la condición humana.
Este es, en sentido general el camino que propone Arendt a partir de su crítica a las ideologías y su análisis de la relación entre verdad y política. Este es el camino que aún hoy, parece ser el más efectivo ante un mundo donde las ideologías de género, los fundamentalismos religiosos, los sistemas políticos de extrema derecha o izquierda, configuran un mundo de exclusiones y divisiones, un mundo de tergiversación de la realidad e intentos de suplantarla por ideas preconcebidas y dispuestas para implementarse por selectos grupos de personas, un mundo -en fin- donde la profunda distancia entre verdad y política aún nos mantiene sumergido bajo el poder de viejas y nuevas ideologías.
Bibliografía
1. Arendt, H., 1968. Verdad y Mentira en la Política. Cuarta ed. Barcelona: Penguin Publishing Group.
2. Arendt, H., 1998. Los orígenes del Totalitarismo, Madrid: Taurus.
3. Constitución de la República de Cuba, 2019. Constitución de la República de Cuba, La Habana: s.n.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
Licenciado en Economía.