Lunes de Dagoberto
Superar más de casi 70 años de autoritarismos en Cuba, entre una dictadura militar de 7 años y el totalitarismo de más de 60, conlleva un largo proceso hacia la sanación del daño antropológico, la reconciliación nacional y un desarrollo humano integral que incluya a todos los cubanos, los de la Isla y los de la Diáspora.
Según la experiencia de otras transiciones, ese largo camino está hecho de cinco componentes inseparables, de lo contrario, al cabo del tiempo se abrirán de nuevo las heridas, se olvidarán los errores, se enconarán los rencores y la historia volverá a comenzar con nuevos componentes de odio, violencia y muerte.
Esos cinco jalones del camino de sanación nacional son: la búsqueda de la verdad, la recuperación de la memoria histórica, los procesos de justicia transicional e integral, el cultivo de actitudes de perdón y magnanimidad una vez encontradas la verdad y la justicia, para arribar con paso firme a la reconciliación entre todos los cubanos.
La verdad
Como una de las características de los totalitarismos es reescribir una historia súbdita de su ideología, es necesario la búsqueda de la verdad objetiva que nos hará libres y responsables de lo vivido y sufrido. Continuando el estudio de la Encíclica Social del Papa Francisco “Fratelli Tutti (F.T.) me gustaría compartir varias citas que siguen este itinerario de reconciliación, construcción de una amistad cívica y el cultivo de una fraternidad universal. Sobre la verdad dice la Encíclica:
“Recomenzar desde la verdad: Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que «el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza». Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite, «los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis recurrente. El pueblo tiene el derecho de saber qué pasó»” (F.T. 226).
El Papa considera como tres hermanas inseparables a la verdad, a la justicia y a la misericordia porque sabemos, desde los antiguos, que: la suprema justicia sola llega a convertirse en suprema injusticia. Justicia sí, pero misericordia y magnanimidad para sanar, también:
“… la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. […] La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible»” (F.T. 227).
La memoria histórica
Además de la búsqueda de la verdad entre todos, mediante un debate público y un diálogo nacional que sea incluyente, honesto y transparente, debemos salvarnos de la deconstrucción de la historia y comenzar un proceso de rescate de la memoria histórica. Así lo dice el Papa en la mencionada Encíclica:
“Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero… En esta línea se situaba un consejo que di a los jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido»” (F.T. 13).
El Papa Francisco precisa algo que los cubanos hemos experimentado a lo largo de estos más de 60 años, que es que un sistema político y una sola ideología han intentado “arrebatar el alma” de los cubanos, licuar la conciencia histórica, vaciar de sus verdaderos contenidos el lenguaje y crear una semiótica al servicio de la dominación del espíritu humano. Este es uno de los síntomas del daño antropológico que podemos constatar con el paso de generaciones en Cuba. Así lo explica el Papa:
“No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política». Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción” (F.T. 14).
El intelectual polaco Adam Michnik resumió de una manera genial y sonora la necesidad de no olvidar, de cuidar la verdad y la memoria histórica cuando expresó: “Amnistía sin amnesia”. El Papa Francisco afirma este proceso en la Carta Fratelli Tutti cuando expresa con claridad meridiana que perdonar no es olvidar:
“…no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido. No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno»… Deben ser recordados siempre, una y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos. Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios!” (F.T. 246-248).
“Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Necesitamos mantener «viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción». Lo necesitan las mismas víctimas —personas, grupos sociales o naciones— para no ceder a la lógica que lleva a justificar las represalias y cualquier tipo de violencia en nombre del enorme mal que han sufrido. Por esto, no me refiero sólo a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad. Es muy sano hacer memoria del bien” (F.T. 249).
La justicia transicional e integral
Otro de los jalones de este difícil camino hacia la reconciliación y la paz es la administración de una justicia transicional e integral que garantice la defensa, la rehabilitación y la indemnización de las víctimas y la enmienda y la rehabilitación de los victimarios. Lo ideal es que ambos, víctimas y victimarios, luego de que estos hayan pasado por un debido proceso judicial, una pena proporcional a sus delitos, puedan ser reeducados y salvados, sin ningún rasgo de impunidad ni venganza. La Encíclica Fratelli Tutti expresa:
“Tampoco estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido. Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida desde las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia de grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes. Como enseñaron los Obispos de Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el mismo respeto. No puede haber aquí diferencias raciales, confesionales, nacionales o políticas»” (F.T. 252-253).
El perdón y la magnanimidad
Sin embargo, lo más difícil y a veces incomprensible para los que cultivan la revancha, el odio y la venganza, es perdonar, es hacer crecer esa virtud, esa altura de humanismo, esa anchura del alma que llamamos precisamente magnanimidad (alma grande). La clave de no volver a repetir las mismas atrocidades y métodos de los opresores es que los liberados de su yugo rompan definitiva y totalmente la cadena del odio, el círculo vicioso del “ojo por ojo y diente por diente”, la espiral de la violencia estructural e interpersonal. Para sanar de verdad el daño antropológico y el alma de la nación es absolutamente necesario, insoslayable, educarnos en el perdón y la misericordia, dinteles que ensanchan la virtud de las almas grandes. Perdonar no es debilidad. Se necesita más fortaleza interior para romper la cadena de la venganza que para seguir presos del odio y la muerte. Por eso uno de los primeros actos jurídicos que debería garantizar el proceso de reconciliación nacional en Cuba es la abolición total, completa y definitiva de la pena de muerte y comenzar a educar a los hijos de Cuba en la cultura de la no violencia y la inviolabilidad sagrada de toda vida humana, desde su concepción hasta su final natural.
Acerca del perdón dice el Papa Francisco en su reciente Encíclica:
“El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón” (F.T. 250).
Y en cuanto al valor moral y la altura cívica de los que aprendamos a perdonar expresa:
“Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada” (F.T. 251).
La reconciliación nacional
Así cubriendo con el diálogo y el debate público, sanado el daño antropológico y satisfaciendo las estaciones que construyen este largo camino, recordemos: la búsqueda de la verdad, la recuperación de la memoria histórica, el ejercicio de una justicia proporcionada e integral, culminando esa justicia con misericordia, magnanimidad y perdón, solo así podremos poner los sólidos y duraderos cimientos para construir una reconciliación nacional sin vuelta a atrás, sin disimulos ni complicidades. El Papa expresa:
“Algunos prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto, la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad. De hecho, en cualquier grupo humano hay luchas de poder más o menos sutiles entre distintos sectores. Otros sostienen que dar lugar al perdón es ceder el propio espacio para que otros dominen la situación. Por eso, consideran que es mejor mantener un juego de poder que permita sostener un equilibrio de fuerzas entre los distintos grupos. Otros creen que la reconciliación es cosa de débiles, que no son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por escapar de los problemas disimulando las injusticias. Incapaces de enfrentar los problemas, eligen una paz aparente… El perdón y la reconciliación son temas fuertemente acentuados en el cristianismo y, de diversas formas, en otras religiones” (F.T. 236-237).
Camino hacia la amistad cívica y la fraternidad universal
La reconciliación, en sí misma, es sumamente valiosa. Sin embargo, ella puede vivir en un nivel más alto de la mera conflictividad inherente al pluralismo. La reconciliación, aún más, es la autopista de la amistad cívica y de la fraternidad universal. Así culmina, o debiera culminar este itinerario que todos debemos aprender y fomentar. La Iglesia y los creyentes podemos tener unas herramientas que nos permitan ejercer este servicio junto con agnósticos y no creyentes, son los instrumentos de la paz y el amor ágape, gratuito, entregado, sin esperar correspondencia. Termino con esta preciosa cita de la Encíclica Fratelli Tutti:
“Cuando los conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el pasado, hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores «siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia». Reiteradas veces propuse «un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. […] No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna». Sabemos bien que «cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto de nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se transforman […] en un ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los que se podrían haber considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida»… «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación»” (F.T. 244-245 y 276).
Independientemente de nuestro credo religioso o de nuestras opciones filosóficas o políticas, todos podemos ser discípulos y protagonistas de este trayecto que pasa por la verdad, por la memoria, por la justicia, por el perdón, por la reconciliación y que tiene como destino la amistad social y la fraternidad universal.
Aprender y recorrer este difícil pero apasionante camino pudiera ser el mejor regalo para la Cuba que sufre. Ofrezcámoselo.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.