Jueves de Yoandy
Existen dos tipos de experiencia, la que el hombre tiene de sí mismo y la que tiene de los demás hombres. Es la simultaneidad entre el yo interior y la dimensión exterior de nuestros actos y los de los demás. Esta convivencia, interacción o dinamismo, hace que la objetividad y la subjetividad se entremezclen mostrando las riquezas de la naturaleza humana; pero también los peligros que las experiencias pueden desencadenar en el campo de la ética.
En los sistemas cerrados, donde pareciera que hasta el oxígeno se encuentra enrarecido, un pequeño hálito de libertad podría desencadenar una serie de actitudes o experiencias amorales. Estas atentan contra la dignidad humana o contra el presupuesto de que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, imago Dei, es un ser de bien. Desgraciadamente, la cuestión ética a veces no va aparejada a cada acto de la persona humana y nos topamos con hechos concretos que, en nombre de la libertad intrínseca, afectan la común unión de todos los actores sociales. Es la violación de la libertad colectiva en pos de defender los intereses personales a toda costa.
La persona del cubano ha sufrido a lo largo de las últimas décadas una degradación en el proceso formativo. La clasificación de las experiencias como morales comprende un análisis desde los pares dialécticos de: lo bueno y lo malo, lo cierto y lo mítico, la coherencia y el relativismo. Este estilo de vida a veces se escapa a la mera existencia del yo interior, que bien puede cultivar lo mejor de la tradición y la educación que haya recibido, porque es innegable la influencia del medio, la arista exterior de la experiencia humana. Desde el exterior se recibe una influencia importante en el comportamiento humano y todas nuestras acciones, más allá de significar, en primer lugar, una sensación personal o una memoria propia de determinado acontecimiento, tienen repercusión hacia el exterior. Es la certeza de que el hombre es un ser social, en tanto las relaciones humanas son la base del comportamiento humano. Por ello es primordial velar por la totalidad de la persona humana en su componente individual y en su interacción con el medio.
No es posible separar la persona de sus actos y, mucho menos de las consecuencias de sus actos. Así como tampoco se pueden analizar de manera aislada las consecuencias de los actos por las que, en última instancia, se podría valorar el comportamiento humano bajo los tres tamices que nos presenta la filosofía socrática: la verdad, la bondad y la utilidad.
Cuba está muy necesitada de este tamizaje. La Iglesia, asociaciones fraternales, y toda la sociedad civil cubana está necesitada de este tamizaje. Los partidos políticos deben pasar estos tres tamices. Ningún hecho personal o institucional debe escapar de lo que también podemos llamar los tres filtros de Sócrates. Solo si los tenemos en cuenta antes de hablar y opinar, podremos ser verdaderamente críticos con respeto y habremos discernido, seriamente, las consecuencias o el peso que ponemos a nuestras valoraciones y a nuestros actos.
La verdad es la que garantiza la certeza de lo dicho, la constatación real de un hecho que ha tenido lugar, que es fácilmente comprobable. La verdad es la conformidad de lo que se dice con lo que siente, se piensa o se hace. Hablando de déficit, pues, no debemos hacernos eco de falsos testimonios, no debemos dar cabida a la intriga, ni a los comentarios malintencionados, ni a las actitudes que van contra la verdad. Ocultar la verdad nos afecta como personas porque crecemos en la vida en la mentira, en la incoherencia que supone la doblez de ser “uno” bajo determinada circunstancia y “otro” diferente ante distintos escenarios. Ocultar la verdad desde la institucionalidad, o lo que es lo mismo, decir la verdad a medias, es hacerse cómplice del mal.
Puede ser que no queramos salir de nuestra zona de confort, pero con estas actitudes caemos en una de las deformaciones más grandes de la ética. Cuando no hay verdad, no hay paz interior, la justicia es ciega, la credibilidad se pierde y sobre todo, nos alejamos de la libertad. La persona humana, la Iglesia y las asociaciones fraternales, la sociedad civil y los partidos políticos, es decir, toda Cuba, debe vivir constantemente en la búsqueda de la verdad.
La bondad debe ser tenida en cuenta no solo en todo lo que vayamos a decir. El discernimiento de si es bueno o es malo lo que decimos, publicamos, respondemos o preguntamos es primordial. Más que eso, es necesario ver la bondad en todas las cosas, sobre todo en esta época en la que tienen lugar cambios acelerados, en diferentes esferas de desarrollo humano. No es necesario llegar a los límites que establecen las leyes, que son elaboradas por los propios hombres; no debemos conformarnos con la tranquilidad de que esto o aquello es lícito. El análisis y el debate debe ser más profundo: ¿todo lo lícito es verdaderamente bueno para el hombre? Aquí se abre un amplio caudal que cuestiona muchas de las políticas públicas, decisiones gubernamentales y opciones personales a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestras vidas. La persona humana, la Iglesia y asociaciones fraternales, la sociedad civil y los partidos políticos, es decir, toda Cuba, debe trabajar poniendo la bondad como requisito indispensable en cada acto por muy irrelevante que nos parezca.
La utilidad tiene al menos dos dimensiones desde las que puede ser analizada. Una en sentido más de valor humano, más tendiente hacia el plano de los sentimientos. ¿Sentimos que es útil lo que vamos a decir? ¿Aporta algo al debate o más bien destruye, sepulta, cierra la puerta al diálogo? La otra dimensión podría ser entendida como utilidad-utilitarismo si lo vemos desde el punto de vista de sacar provecho de algo, pero pensado desde lo material, lo tangible, como puede ser el caso del empleo de la persona humana como medio y no como fin en la experimentación biotecnológica o como moneda de cambio en la resolución de los conflictos. Por otro lado, en sentido positivo, el utilitarismo podría estar hablándonos de un enfoque hacia los resultados, determinando que la opción ética más aceptable sería aquella que contempla mayor beneficio para el mayor número de personas. En cualquier caso, la persona humana, la Iglesia y asociaciones fraternales, la sociedad civil y los partidos políticos, es decir, toda Cuba, debe velar por la utilidad de las acciones y el valor real de la palabras, siendo que a veces no es útil todo lo que decimos. Lejos de eso, el peso de nuestras palabras tiene tal repercusión que es necesario volver a pasar por el filtro de la verdad y la bondad antes de emitir el mensaje.
Volviendo al tamizaje socrático, y adaptando un poco a la realidad social, más allá de la dimensión personal en la que funciona como exhortación o consejo, podríamos resumirlo así: Si lo que hacemos como ciudadanos conscientes no transita por los caminos de la verdad y la bondad, y no se vale de la utilidad de la virtud que posee cada actor de la sociedad civil, vano es el esfuerzo en pos de la construcción de una Cuba libre, donde quepa todo lo fértil que atesora el alma de la nación.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.