Vargas Llosa, Macondo, mi madre y la casa verde

Por Orlando Luis Pardo Lazo
Mario Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa
La reacción iracunda de la Cuba oficial no deja lugar a dudas: Mario Vargas Llosa debió morir antes de su Premio Nobel de Literatura 2010.
De hecho, su “candidatura eterna” en la Academia Sueca fue torpedeada durante décadas a la espera de ese golpe de guadaña, pero el autor peruano ha demostrado ser de madera más noble que la del caguairán, sobreviviendo a todas las diatribas —que rozan con el delirio— provocadas por su insistente “incorrección política” de cara a la Izquierda Internacional.
Tras una envidiable ristra de novelas, ensayos, cuentos, y hasta un episodio presidencial del telenovelón latino o acaso ladinoamericano, Mario Vargas Llosa se hizo por fin con la gloria nórdica (y con un millón y medio de dólares norteamericanos). ¡Aleluya, Arequipa…! En efecto, no es una errata o un sabotaje redactado a regañadientes en la página cultural del periódico Granma: a Mario Vargas Llosa le ha tocado su turno en la cola muchas veces cómplice de un Premio Nobel que desde hacía bastante él había conquistado.
A este pensador polemiquísimo, de prosa no por profunda menos potable, por estar de vuelta de un siglo XX saturado de socialismos macondianos (así como del alba de un XXI con ínfulas de remake revolucionario), el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, en un gesto de injerencia literaria con precedentes, lo sentenció de un plumazo de Pedro de la Hoz como el “Anti-Nobel de la ética”.
Como réplica, entrevistado al respecto para un diario digital cubano que se edita desde el exilio, Mario Vargas Llosa apenas recuerda entre risas que aún existe un órgano oficial de un partido comunista en una isla llamada Cuba. El flamante Nobel de Literatura 2010 se azora un poco, como niño cogido en falta por su entrevistador: Ah, ¿pero ha habido una reacción del gobierno de Cuba…?
Y es que, tal como él mismo declarara días atrás, Cuba es un caso no tan obsceno como obsoleto: la Revolución leída como un género literaria y literalmente fuera de moda, a pesar de los últimos coletazos del mercado europeo y la academia norteamericana, ambos siempre tan fascinados por ese fenómeno de feria que es nuestro paraíso proletario sin propiedad privada pero con mayoral.
Como conciencia crítica de la sociedad (de todas las sociedades que en la historia han sido), Mario Vargas Llosa evitó caer en la barbarie maniquea del “intelectual comprometido”, practicando una palabra sin mordazas que, cuando le convino, pudo ser comprometedoramente mordaz. Pero su don demócrata de gente dejó siempre una puerta abierta a la razón, al diálogo civilista, a la civilización que en la América de la post-conquista acaso nunca del todo llegó (repúblicas resabiosas incluidas, donde la inquina se postuló primero que la independencia). Así, al peruano insigne nada humano le fue ajeno, ni siquiera Gabriel García Márquez, cuya opinión sobre el Premio 2010 nadie parece haber invocado por el momento.
Fuera de ese exabrupto violento de tú a tú (por celos, como corresponde entre machos a la cabeza del Boom), y como buen converso de todos los -ismos, Mario Vargas Llosa chapoteó en las intrigas de las ideologías y por poco se embarra, pero tomó a tiempo una higiénica distancia (Brecht como medida de todas las cosas): de ahí tal vez su segunda ciudadanía acuñada en España. Disectó más que disertó, con lucidez quirúrgica de alquimista, a nuestra rala realidad continental. Sin embargo, leyó a Latinoamérica con una condescendencia que Latinoamérica tal vez no mereciera. Y, para colmo, experimentó con la narrativa hasta donde parió su imaginación, dinamizando sin dinamitar la resaca mágica de los realismos, aunque ahora no estoy seguro de que Mario Vargas Llosa deje a algún personaje de ficción tatuado en la memoria emotiva de sus lectores (en esto Gabriel García Márquez le ganó el match por Knock Out).
El Nobel de Literatura es demasiado importante para dejarlo en manos de los literatos. Por suerte, nunca ha sido el caso, pues ningún escritor canónico se conforma sólo con ejercer su escritura. Así, el Premio Nobel es y debe ser un premio político (que no politizado), como políticas son las fuerzas en pugna que empujan la vida en el planeta hacia su caos o su redención. En lenguaje no tan bíblico: hacia la esclavitud totalitaria en futuro perfecto o hacia la democracia siempre demacrada de un presente precario; hacia la oscuridad del feudo o hacia una luz menos claustrofóbica y más posnacional.
Desde hace 74 años y medio, Mario Vargas Llosa coexiste con casi exactamente la edad de mi madre (él es sólo tres días mayor que ella): una doméstica que a sus veintitantos de capitalismo rural en Cuba ya no conservaba molares, devenida obrera ejemplar re-alfabetizada por la Revolución (prótesis dental incluida), que ahora es una anciana católica ultraconservadora que nunca oyó de La guerra del fin del mundo, Conversación en la catedral ni La fiesta del chivo: únicos libros del Nobel de Literatura 2010 que he poseído en mi casona verde de tablas centenarias en Lawton (la bolsa negra excede mi bolsillo en blanco).
Desde que descubrí esta coincidencia en una nota de catálogo (cuando Senel Paz me presentó a Vargas Llosa en un texto que luego sería el filme Fresa y Chocolate), no sé por qué semejante detalle me lo hizo un autor familiarmente tan simpático. Como si lo hubiera leído incluso antes de yo nacer. Como si nuestros semicien años de soledad socialipsista fueran más tolerables con Vargas Llosa allá afuera libre, látigo en mano con cascabeles capitalistas en la punta. Como si él fuera el más cubano en la galería de los Premios Nobel (José Martí y Lezama Lima fueron demasiado adelantados para su época; Alejo Carpentier sí lo iba a obtener y por lo demás antes que García Márquez, en 1980, pero ese mismo año murió).
Roto por fin ahora, en las postrimerías de la Revolución Cubana, aquel Maleficio de Macondo que maniató en el viejo milenio al Premio Nobel (el hereje Jorge Luis Borges fue excomulgado en obra propia, entre otras sutilezas siniestras), yo conservaré para mis descendientes al Mario Vargas Llosa periodista de puertas adentro, el que trajo sin panfletos hasta mi ducha a la primera Nicaragua sandinista; al teórico entrañable de una literatura local que pecó de provinciana con traje y corbata; al autor que me hizo cavilar como un autista con mi almohada sobre el rastafarismo, el matrimonio gay, el terrorismo guerrillero, las demagogias populistas, la corrupción consuetudinaria, el nacionalismo y otras supersticiones tercermundistas (aunque el infarto sea en el corazón arrítmico de Europa), y hasta de la presencia yanqui en un Iraq sin dictadura pero no menos mortífero, entre otros etcéteras de excelencia.
Su obra está traducida a 33 idiomas de La Tierra (no creo que a nadie lo lean en tantos idiomas en La Tierra, pero valga el dato como un récord de la retórica vargasllosiana). Yo lo aplaudo apenas como un compatriota de ruta. Un compañero, a pesar de los compañeros. Un liberal, a pesar de los liberalismos. Un Hombre, con hache de horror y de humanidad (jamás de unanimidad). Y por eso le pido perdón sin cortapisas por las perversiones paleopolíticas que ha publicado sobre su persona la prensa presa de mi país.
El Premio Nobel se entrega cada año justo el día de mi cumpleaños, 10 de diciembre. Sin él enterarse, por supuesto, en el 2010 yo sé que Mario Vargas Llosa estará brindando por mí con sidra, pero sin ningún Síndrome de Estocolmo estatal. Congratulaciones entonces, de parte de esa Cuba mejor que ojalá todavía sea, también, posible.
Orlando Luis Pardo Lazo (Ciudad de La Habana, 1971)
Lic. en Bioquímica (Universidad de La Habana, 1994).
Fotógrafo, editor y escritor de formación autodidacta. Desde 2002 es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Autor del blog de opiniones LUNES DE POST-revolucióN (www.orlandoluispardolazo.blogspot.com) y del foto-blog BORING HOME UTOPICS
(www.vocescubanas.com/boringhomeutopics).
orlandoluispardolazo@gmail.com
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