Unidad y diversidad, el orden de los factores sí altera el producto

Por Reinaldo Escobar

 
Nada es más penoso para una ideología dogmática que verse en la situación de tener que adoptar la terminología de los nuevos tiempos.
 

Por Reinaldo Escobar Casas

Fotocomposición Reinaldo Escobar
Fotocomposición Reinaldo Escobar
 
 Nada es más penoso para una ideología dogmática que verse en la situación de tener que adoptar la terminología de los nuevos tiempos. Conceptos como “dictadura del proletariado”, “lucha de clases” o “intransigencia revolucionaria” van cediendo terreno ante nociones más a tono con la época como “tolerancia” “inclusión” o “unidad en la diversidad”. Es muy difícil ser un pensador del siglo XXI y seguir siendo racista, homofóbico o machista, como también se vuelve inoportuno seguir intentando “dominar la naturaleza” o pretender, a contrapelo de la sostenibilidad del planeta, que “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva”.
 
Como parte de la adopción de la nueva terminología, últimamente se nos viene haciendo creer que en la conformación de los órganos del Poder popular rige el principio de Unidad en la Diversidad. Para esto se nos muestran varias “diversidades”, a saber: genérica, racial, etaria, de preferencias religiosas o sexuales y la consabida diversidad de perfiles ocupacionales. Es así que nos abruman con el equilibrio representativo entre hombres y mujeres; negros, mestizos y blancos; jóvenes y viejos; católicos, protestantes y santeros; más algún que otra a las puertas de sus respectivos armarios y un calidoscopio de doctores, ingenieros, obreros, estudiantes y campesinos.
 
Diríase que estamos en presencia de un perfecto abanico, cuyas varillas, diversas y diferentes, están firmemente sujetas a un punto sobre el que pueden girar, pero de donde no pueden desprenderse. Ese punto de unión responde a la irrevocable decisión del Partido Comunista de mantener en el país un sistema político y económico cuyo sostén ideológico se fundamenta (según el discurso oficial) en las ideas del marxismo-leninismo, aunque en la práctica de todo aquel andamiaje solo queda la alergia a la propiedad privada sobre los medios de producción, el afán planificador y la voluntad de exterminio contra toda oposición política.
 
En rigor, donde se habla de Unidad en la Diversidad, lo que realmente existe es la aceptación de matices diversos entre quienes están unidos por un mismo propósito político, o lo que es lo mismo Diversidad en la Unidad. Esta aceptación de diferentes matices, entre quienes ostentan una probada postura militante (con o sin carné), se restringe a los rasgos distintivos antes mencionados (genéricos, etarios, raciales, etc.) que no implican un posicionamiento ideológico y que se relacionan con parámetros comunes de nuestra identidad nacional. Para incluir alguno de estos aires diferenciadores, como es el caso de las creencias religiosas, hubo que despojar al marxismo de su ateísmo que promulgaba una “cosmovisión científica del mundo” y para otras admisiones hubo que tragarse toda aquella exhibicionista virilidad donde quedaba claro que esta era una tarea de hombres machos y mujeres de pelo en pecho.
 
Semejante Diversidad en la Unidad es aceptable para organizar un Partido. Después que nos miramos los unos a los otros y nos identificamos como comunistas, demócrata-cristianos, liberales o socialdemócratas, no tiene ninguna importancia ser maquillista en una compañía de ballet o estibador de los muelles, negro o blanco, viejo o joven, hombre o mujer. Lo que importa es defender la programática de la Organización. Pero para que la pluralidad de opciones esté justamente representada en el propósito de llevar adelante a una Nación, los rasgos distintivos tendrán que estar fundamentados en las ideas, no en los genes o en las hormonas. En las opiniones, no en el credo religioso o el perfil ocupacional.
 
La Unidad tiene que fraguarse sobre principios aceptados por todos, como lo son la soberanía popular, los derechos humanos, la independencia de la Nación, la protección de la Naturaleza y la vocación de vivir en paz con el resto del mundo. Una vez que nos miremos los unos a los otros y confiemos que en eso estamos de acuerdo, ya ser liberal o comunista, demócrata-cristiano o socialdemócrata, no será motivo para quedar excluido.
 
La Diversidad deberá estar íntimamente ligada a la Representatividad, de manera que la presencia en los espacios decisorios, dígase Parlamento, Ejecutivo, Congreso, Senado, o como se llame, no obedezca a una deducción mecánica de aspectos puramente demográficos, sino a la proporcional adhesión a tendencias políticas que en libre e igual competencia conquisten el favor de los electores. Cada uno creerá que con su proyecto sirve mejor a la Nación y en eso también radicará la Unidad.
 
Habrá que estar más preparado para los fracasos que para los triunfos. Prometer es fácil, lo difícil es cumplir, sobre todo porque no estamos solos en el mundo y “el efecto mariposa” de una crisis -digamos que en Japón- puede hacer naufragar un sueño en el Caribe. Resulta más que previsible que podamos entonces escuchar a los agoreros del pesimismo diciendo que todo estaba mejor cuando el país era más fácil de gobernar. Pero lo que nazca de una discusión donde las diferentes tendencias tengan igualdad de derecho a participar siempre será más deseable que lo que se alcanza en una conversación donde todos aparentan estar de acuerdo. Lo que nazca de una auténtica Unidad en la Diversidad siempre será mejor que lo que se acuerde bajo la Diversidad en la Unidad.
 
Probablemente antes que la luz sea vista por la criatura habrá que pasar por un parto doloroso. Será un requisito gozar de libertad de expresión y libertad de asociación. Unos querrán condenar, otros preferirán perdonar. La palabra cambio tendrá que ser algo más que una letras que se escriban en las paredes, tendremos que cambiar todos, tendremos que cambiar mucho.
 
No hace falta agregar que todo esto es posible. Para ello no necesitamos ni descubrir petróleo, ni multiplicar la producción azucarera, ni siquiera algo más sencillo como que se produzca un hecho sobrenatural, o algo más difícil como que nuestros gobernantes lo permitan. Basta con que nosotros, los ciudadanos, hagamos cumplir nuestra soberana voluntad.
 
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Reinaldo Escobar Casas (Camagüey, 1947)
Periodista. Bloguero de la plataforma Voces Cubanas.
Reside en La Habana.
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