Con ocasión de la Carta Pastoral de los Obispos Católicos de Cuba “La esperanza no defrauda”
Por Yadián Alba Carreño
Cuando el 8 de septiembre, Festividad de Nuestra Señora de la Virgen de la Caridad, nuestro Obispo Manuel Hilario de Céspedes, luego de celebrar la Santa Misa, presentó una síntesis de la carta pastoral “La esperanza no defrauda” inmediatamente me puse de pie para expresar con mis aplausos, gratitud y correspondencia con el texto de la misma. Agradecimiento por la sintonía que denota el deseo expreso de nuestros obispos de compartir junto al pueblo, sus anhelos y frustraciones, al tiempo que nos alientan a esperar y a confiar en Aquel que tiene la última palabra. Correspondencia al sentirme identificado con los aspectos que aborda de la sociedad cubana actual y el modo en que lo hace.
Me llamó la atención cómo en el punto 11 del mensaje de nuestros obispos, se hace alusión a que la Iglesia no solo está llamada a ofrecer un ministerio puramente religioso y cultual, sino que en su ser y quehacer evangelizador, abarca tanto la promoción de la persona humana como a la sociedad a la que sirve, siendo fiel a la recomendación de Su Fundador de ser sal y luz del mundo (…).
Cito: “La Iglesia de Cristo no puede quedarse encerrada en sí misma y satisfecha con atender solo a los que la conforman. Juan Pablo II nos había dicho “el servicio al hombre es el camino de la Iglesia” y este servicio al hombre, lo brinda sin distinción de personas, por su religión, raza, edad, sexo, condición social o pensamiento político.
Ciertamente, la Santa Madre Iglesia debe acoger en su seno a todas las personas sin excepción de ningún tipo, acompañando a quienes más sufren e imploran la ayuda del Todopoderoso, así como el auxilio y protección de Santísima Virgen de la Caridad. La Iglesia ora, atiende los deseos y súplicas de todos, por lo que nadie puede ni debe cuestionar la presencia y participación de ningún ciudadano o grupo en nuestros templos y celebraciones. Cada persona tiene su propia experiencia de Dios, su proceso en el camino de la fe y eso, solo nuestro Padre que está en el cielo, lo conoce.
Otro aspecto de la carta que me causó gran resonancia fue el tópico “los cambios alientan la esperanza de nuestro pueblo”, donde los obispos aseveran: “Confiados en el Señor esperamos que estas reformas, al igual que otras acciones que consideramos necesarias, lleguen ciertamente a alcanzarse, pues, experimentamos apremio en la ciudadanía con respecto a esas aspiraciones, ya que en ello tienen puestas sus esperanzas muchos de nuestros ciudadanos”.
Un año concluye y el próximo comienza sin mejoras significativas que redunden en la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos. Así, año tras año. Los graduales y sucesivos cambios que ha realizado el Estado cubano aún no logran satisfacer las aspiraciones y necesidades de la población como para generar un buen grado de satisfacción personal, familiar y social. Súmesele a ello, la inestabilidad de algunas de las medidas adoptadas, que generan incertidumbre en los ciudadanos al no saber a qué atenerse, pues, con el mismo frenesí que se producen las aperturas también acontecen los cierres. Por otra parte, he podido constatar que siempre se nos habla de mejorías futuras, mientras gastamos nuestras vidas luchando por la subsistencia, inmersos en resolver las necesidades más acuciantes, mientras el tiempo trascurre y no nos hace ningún favor. El tiempo no entiende de justificaciones, llega el ocaso de la vida de mucha gente, incluso talentosa, sin ver concretados muchos de sus anhelos.
Un acápite con el que me identifiqué, fue el de: “Para que se afiance la esperanza debemos superar nuestra pobreza”. Nuestros obispos se refieren a “la pobreza material producto de salarios que no alcanzan para sostener dignamente a la familia, así como otras formas de pobreza que afectan a las personas más vulnerables y desamparadas, aun cuando existe una preocupación social por atender a quienes afrontan esta situación. En Cuba, además, a este tipo de pobreza, debemos añadir la de algunos grupos sociales que normalmente no deberían sufrirla, entre otros, la pobreza material del ingeniero y del trabajador de la cooperativa agrícola, del médico o la maestra, del deportista que da gloria a su país, o la del pescador, cuyo trabajo ingresa divisas al país”.
Se hace necesario y urgente, que cada trabajador perciba una remuneración suficiente como para alcanzar, al menos, un nivel de vida sobrio, que procure con ello, tanto su sustento como el de su familia, así como disponer de recursos financieros para el disfrute de sus merecidas vacaciones.
El costo de la vida se eleva cada día más y con frecuencia se aprecia el incremento de los precios de muchos productos, mientras los salarios siguen siendo los mismos, sin perder de vista que una vez que son convertidos en CUC no sobrepasan los $16,00 a $25,00, los cuales se deben emplear en gastos de alimentación, aseo, transporte, comunicación, servicio del fluido eléctrico, medicinas… más los gastos imprevistos que se presentan. Como le escuché a un amigo: mientras los precios van por los ascensores, los salarios van por las escaleras. ¡Cuán difícil le resulta a un recién graduado sostenerse y al mismo tiempo intentar independizarse de su familia! ¡Cuán engorroso le resulta a un médico o a un profesor “estirar” su sueldo todo un mes, con dos hijos adolescentes! ¡Cuánto trabajo pasa un anciano que solo depende de su chequera! ¡Cuántos profesionales que estudiaron con pasión han tenido que emprender en trabajos que no tienen afinidad con su perfil ni con el ejercicio de su carrera, debido a su economía familiar!
Algunos optan por emigrar para lograr satisfacer sus ansias de realización personal y ayudar a sus familiares que dejan aquí. Otros echan a andar su creatividad e ingenio e incursionan en oficios o trabajos por cuenta propia donde serán mejor remunerados. No perdamos de vista que a largo plazo ese capital humano, que de alguna forma está subvalorado, puede impregnarle a la Nación el dinamismo que nos conduzca a la restauración de la tierra que nos vio nacer.
Pienso que es muy sugerente para nuestros gobernantes, considerar y meditar las observaciones que los obispos emiten: “Creemos imprescindible en nuestra realidad cubana una actualización o puesta al día de la legislación nacional en el orden político. Desde hace algún tiempo han surgido incipientes espacios de debate y discusión en diferentes instancias y ambientes, en ocasiones, creados por los mismos ciudadanos: intelectuales, jóvenes y otros que desde la base, han expresado de distintos modos su visión de los cambios necesarios en Cuba con opiniones y propuestas serias y diversas”.
En el contexto de todo el mensaje, aprecio también que se exhorta a fomentar una sana y civilizada convivencia, tanto hacia adentro como hacia afuera de la Patria.
Quiera Dios que esta semilla de esperanza germine en el corazón del pueblo cubano y dé frutos a su tiempo, suscitando en todos la práctica de la virtud. ¡Que así sea!
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Yadián Alba Carreño (Cárdenas, 1981).
Laico católico.
Licenciado en Terapia Física y Rehabilitación.
Reside y trabaja en Cárdenas, Matanzas.