Cuba ha vivido una nueva semana de pandemia: convulsa, con la novedad del reinicio del curso escolar y la entrada en vigor de nuevas medidas restrictivas en la capital. Respecto a estos dos elementos las opiniones de los ciudadanos son variadas; algunos consideran precipitada la apertura de los centros de enseñanza, aunque las provincias donde esta decisión fue tomada no ofrezcan similitud con el panorama habanero. Las condiciones reales para la protección, alimentación y garantía de los recursos materiales necesarios no son las esperadas. Es de suponer que así ocurra cuando tampoco están cubiertas las necesidades básicas en los hogares cubanos, sobre todo en cuanto a dos factores esenciales: la alimentación y la producción de medicamentos. Otros expresan estar de acuerdo con todo, los mismos que justifican la venta a través de la libreta de racionamiento, la entrega de tickets, y el control policial de las colas, para evitar el “acaparamiento”. No se puede acaparar cuando no hay suficientes productos en oferta. No se puede justificar la mala gestión económica, traducida en la escasez, con los perennes argumentos del país bloqueado. No se puede pedir resistencia cuando se trata de subsistencia.
Conversando con algunos amigos coetáneos coincidíamos que en nuestras tres décadas de vida no habíamos vivido una situación tan difícil como la actual. Por supuesto que la pandemia del Coronavirus no ha tenido precedentes, en cuanto a duración e incidencia nos referimos. Pero es que la situación cubana ha venido agravándose también, y mucho más, en las últimas décadas. El modelo de economía centralizada ha demostrado su ineficiencia; lo suficiente como para haber dado pasos hacia la urgente y anhelada apertura económica de la que hablan los economistas.
En tiempos de crisis el pueblo cubano ha sufrido el efecto de drásticas medidas en órdenes y ambientes inimaginables. De la noche a la mañana, casi literalmente, lo poco que se podía adquirir en las tiendas recaudadoras de divisas, ha pasado a la venta en monedas extranjeras. Los salarios no ascienden, y continúan siendo en moneda nacional. ¿Cómo explicar a los más pequeños de casa el valor del trabajo y qué es un salario justo?
Es doloroso, por lo menos, que la vida afectada ya por una enfermedad mundial, tenga además estos costos y preocupaciones acumuladas. Los tiempos transcurridos desde el inicio de la Covid, lejos de estar dedicados a la reflexión sobre cómo será la etapa de la postpandemia, se han volcado en la búsqueda del pan nuestro de cada día.
La vida se va, o mejor dicho, nos vemos obligados a usarla para hacer colas, como si tuviésemos más vidas de repuesto. Las soluciones “venidas de arriba” son emergentes y pasajeras, y no han resuelto el agobio y la desesperanza provocado por la incertidumbre, no ya de qué va a pasar mañana, sino de qué vamos a poner hoy en la mesa. Las preocupaciones espirituales, filosóficas, la búsqueda de lo trascendente, el cultivo del alma, las cuestiones del ser, se han reducido drásticamente en la vida de muchos. La precariedad del momento obliga a pensar en lo más básico y elemental. Esto hace que se pierda de vista el horizonte, y con él las verdaderas causas que han dado origen a esta profunda depresión agravada por la Covid-19, asimismo las soluciones que como ciudadanos podríamos aportar al bien común de esta isla.
Esta crisis se podría decir que es la misma que atraviesa el mundo, no solo Cuba, pero sería un argumento poco sólido, de escape y evasivo totalmente de la realidad. Cuba atraviesa esta situación de un modo muy particular. Que nada ni nadie nos hagan perder el rumbo. ¡Que no perdamos la esperanza!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.