América Latina cambia. La Unión Europea cambia dentro de sus fronteras y hacia afuera. Los Estados Unidos cambian hacia dentro y hacia afuera. Los pueblos se expresan y protestan. Los gobiernos cambian y se alternan. La correlación de fuerzas cambia y el mundo sigue. Cuba está de moda. Algún canciller ha hablado incluso de “complicidad” y “dulce” relación con el Gobierno cubano. Al fin, parece que se va cumpliendo aquel deseo del Papa San Juan Pablo II hace 18 años: “Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo.” Vivimos una aparente luna de miel con todo lo foráneo.
Pero, cuidado, esta ola pasará. Los intereses mercantiles cambian rápidamente de la complicidad a la competitividad. De lo dulce de la diplomacia, al salobre paladar del mercado. Se pasa rápido de la exclusiva pasarela del glamour, a las excluyentes cuentas por cobrar.
Mientras esa ola pasa, a unos simbólicos cien metros, tras la talanquera destinada al vulgo, ha sido enviado una parte del pueblo cubano, esperando ser “relleno” de una saga como “Rápido y Furioso”; otra parte mínima de la nación está en un muelle, esperando para hacer un patético y falso folclor con banderas cubanas en un short y la cabeza vacía de espiritualidad y cultura; allí están otros ciudadanos esperando ver, desde lejos, otra luna de miel entre el lucir y el poder en un Prado cercado y veleidoso.
Algunos dirán que estas exclusiones y diferencias existen en todo el mundo. La diferencia está en el resto de la vida cotidiana. Cuba se abre al mundo, pero sigue cerrada a sus propios hijos. No solo sigue cerrada a los opositores políticos y a los disidentes ideológicos, sino a todos “los plurales”, a los trabajadores privados, a los emprendedores y a todo el que, como pueblo inconforme, discrepe, quiera ser independiente y ser dueño soberano de su vida y hacienda.
Esta cerrazón es descrita en un artículo publicado en el periódico del Partido Comunista de Cuba, Granma, del 17 de mayo de 2016 a toda página: “Los aspirantes a la Cuba de rodillas repiten una y otra vez: para Cuba más democracia, más participación ciudadana, más acceso a la información, más libertades. Y ante sus narices densas y su miope visión les pregunto ¿qué país capitalista tiene más de todo eso que Cuba?”
Con todo respeto a la opinión expresada, no podemos coincidir en que aspirar a más libertades, a más acceso a la información, a más participación ciudadana y a más democracia se identifique con los “aspirantes a la Cuba de rodillas”. Hay una multitud de cubanos y cubanas, aquí y por el mundo, que no queremos una Cuba de rodillas y queremos para todos sus hijos la democracia, la participación, el acceso a la información y las libertades por las que vivió y luchó José Martí, “con todos y para el bien de todos”.
Descalificar desune y encona, y Cuba necesita unidad en la diversidad y convivencia sin odios.
Identificar a una ideología o a un sistema económico como los únicos e innegociables es excluir y condenar a una parte, sea cual fuere su cuantía, a vivir como parias, al margen de la sociedad. Y ese no es el espíritu ni el sentir de la nación cubana.
No queremos tampoco regresar al pasado, a una república bananera, a una politiquería de caudillos y clientela. Para la Cuba de pie, y soberana en sus ciudadanos, cambiar no es regresar. Cambiar es avanzar. Cambiar es crecer en humanidad, en desarrollo y en convivencia cívica.
El escenario internacional cambiante y los cambios de paradigmas agotados aconsejan convocar, no excluir, convivir fraternalmente, no identificar terrorismo, golpe, violencia y mercenarismo con cualquier buen intento de mejorar la convivencia cívica en su más alto grado. El lenguaje descalificador es otra forma de violencia, la manipulación de la voluntad de los diferentes es faltar a la verdad en el intento de restarle fuerza moral a los que la defienden honradamente.
Todas las cubanas y cubanos, siempre y en todos los medios de comunicación social, hemos de cultivar un lenguaje respetuoso, objetivo y cordial. Envenenar el clima en tiempos de renovación no ayuda a la Nación que no debe confundirse con una ideología ni con mecanismos económicos. Incluso, las lentas reformas que el gobierno cubano propone, aceptando lo que antes fuera excluido y condenado, son una prueba fehaciente de que se puede “cambiar todo lo que deba ser cambiado” sin que peligre la Nación, la cultura, ni el alma de un pueblo. La dialéctica forma parte de la vida, de la economía y la política. El cambio es la garantía de la vida, y la rigidez, de la muerte. Querer a Cuba es saber cambiar. Y saber cambiar es aprender a buscar las salidas menos traumáticas y más incluyentes, en un debate público y un diálogo civilizado y respetuoso, en el que quepamos todos. Fomentar el miedo a un lobo inexistente no ayuda a identificar serenamente a los verdaderos lobos.
Pero la dialéctica y el debate no son suficientes. Son necesarios también la dialógica y la propuesta. Todos los países necesitan crear y fomentar los mecanismos, y sobre todo el clima y el lenguaje respetuoso, para que sus ciudadanos, sin exclusiones a priori y sin descalificaciones ofensivas, puedan dialogar en paz, proponer sin prejuicios y consensuar salidas beneficiosas para la nación. Los diálogos de paz para Colombia, que Cuba acoge en su suelo, son un ejercicio y una muestra de cómo deben tratarse los hijos de un mismo pueblo aún cuando algunos de ellos han tomado el camino de las armas y la violencia y ahora se sientan a dialogar para buscar caminos de paz, de progreso y de inclusión.
Crear el espíritu de concordia, un lenguaje moderado y un debate respetuoso son siempre, pero especialmente en este momento histórico, no solo una opción política sino también un deber ciudadano. Así lo creemos y lo fomentamos.
Cuba necesita, en esta coyuntura crítica, más que nunca, un diálogo nacional que incluya a todos, y una democracia sin apellidos excluyentes.
Estamos seguros de que con la concertación de buenas voluntades y espíritu de convivencia, Cuba lo logrará.
Pinar del Río, 20 de mayo de 2016
114 aniversario de nuestra Independencia