Hace unos días conversé con una buena amiga que vive una difícil situación. Salió de Cuba con la esperanza y el deseo de encontrar libertad y posibilidades que no tuvo en su tierra. La vía que le fue posible fue a través de una misión, para más tarde desertar y comenzar un difícil y nuevo camino en su vida.
Su trayectoria no ha sido fácil, comenzando por la penitencia que ella y su familia han sufrido al tener que estar separados durante ocho largos años, en los que se le ha prohibido entrar al país. Cuánta añoranza, cuántas lágrimas derramadas, cuántos abrazos sin ser entregados en esta familia. Qué alto es el precio de la libertad.
A pesar de los obstáculos que ha tenido que enfrentar a lo largo de estos ocho años, consiguió seguir adelante, formar un hogar y ayudar a su familia tanto cómo ha podido. Después de “levantar cabeza”, como dice el buen cubano, y haber echado raíces en una nueva tierra, se encuentra de nuevo con un pasado que intentó dejar atrás, pero que se coló en el país que la acogió, Venezuela.
En sus conversaciones me ha contado la precaria situación que vive gran parte del pueblo venezolano, la miseria y las vicisitudes a las que día a día se enfrenta, cómo difícilmente lo que ganan alcanza para comprar algo de comida. Cómo es hoy un lujo comer un bistec de res, algo que la aburría de tanto comerlo y hoy lo añora. Actualmente le cuenta a su esposo que recuerda cómo sus padres se bebían las lágrimas por no tener más que arroz y plátano para alimentarla en Cuba en su adolescencia.
Me cuenta cómo ve a los niños comiendo de la basura. Cómo las familias intentan escapar de esa pesadilla que los ha invadido. Cómo muchas mujeres profesionales se han visto obligadas a trabajar en labores domésticas para llevar comida a sus hijos.
Mira el país que la acogió con tristeza y dolor, desconociendo lo que a su llegada era un país próspero, siendo uno de los países con mayores reservas de petróleo del mundo. Hace tiempo que se cumplió el pazo para poder entrar al país y debido a las consecuencias de la actual situación que vive en Venezuela no ha podido reunir el dinero para su pasaje y el de su hijo. A pesar de ello, ella es una luchadora que no se rinde, ya pasó una escuela difícil antes. Nada dura para siempre. Todo pasa, aunque tarde un poco.
Rezo para que ella y su familia se encuentren pronto.
- Rosalia Viñas Lazo (Pinar del Río, 1989).
- Miembro del Consejo de Dirección del CEC.