Por Fernando Martínez Calzadilla
Ahora me encuentro frente a esta hoja de papel en blanco y no sé qué escribir, es entonces que caigo en cuenta, que muchas veces me he sentido de esta manera ante múltiples situaciones. Es que la vida del cubano va más allá de cualquier fórmula que se enmarque en la lógica universal.
Se puede decir que el uso sofisticado de métodos de dominación psicológicas, han devenido en la automatización del ciudadano, que responde ante cierto tipo de estímulo, que le indican qué hacer, a dónde ir, qué les está permitido y lo que les está irremediablemente vedado. Y es que nuestro país se semeja en mucho a un inmenso desierto, tanto en lo desolado, como en que aquí nada es lo que parece. Si esperas largas horas en una parada por un ómnibus que nunca aparece, la responsabilidad no es de la dirección de transporte, sino del excesivo precio del combustible, aunque diariamente se reciban miles de toneladas, producto a los convenios con otros países del área. A dónde van a parar es un misterio.
Los nombres de las cosas han ido mutando con las carencias diarias, las cosas más absurdas y degradantes se ven ya como algo normal. Un joven que se ve forzado a robar harina de su empleo de panadero, no es visto como un ladrón, sino como una persona que resuelve una situación a los cuentapropistas o a cualquiera que no alcanza a comprar los productos en las tiendas recaudadoras de divisas. Toda una bien estructurada red de apoyo a la economía opera tras bambalinas, así se llama ahora, hace unos años se perseguía y tildaba de ilegal, llamándose despectivamente en los discursos como bolsa negra.
En los últimos años, todo un ejército de jovencitos de ambos sexos, rondan por las zonas turísticas del país, muchos de ellos son profesionales y universitarios. Ejercen la más antigua profesión de la historia, aunque en Cuba hace mucho ya que se erradicó la prostitución, mal que solo aqueja a los decadentes sistemas capitalistas.
Otro de los fenómenos que se pueden ver y que a la larga traerá nefastas consecuencias en un futuro próximo es la institucionalización de todos los factores de la sociedad, nada muestra su verdadero rostro, todo ocurre por orden de arriba, aunque los de arriba sean también parte componente de este mismo pueblo.
La indolencia hacia el prójimo que llegan a sentir funcionarios, cuyo fin sería velar por el bienestar ciudadano, roza a veces el límite del oprobio. Miraba en un documental producido por un español en la Isla cuando la crisis de los balseros, como un agente uniformado le propinaba golpes a un indefenso ciudadano. Esos son actos repudiables, porque quien debe proteger, nunca se puede tomar la atribución de reprimir.
El objetivo de esta masificación quizás sea generalizar la culpa, hacerla universal a la hora de pedir cuentas por tanto dolor y sufrimiento. Se ocultan los nombres detrás de seudónimos y números de placa, pocas veces se puede saber con quién se está hablando, o quién es ese que tras un escritorio pretende arrancarte una confesión.
Ya va siendo hora de ir llamando cada cosa por su nombre y diferenciar los verdaderos culpables de los que hacen de manera digna su trabajo, esos que son conscientes de que su deber es ante todo con su patria, son los que quizás mañana estén a nuestro lado y le pondrán nombre a este país sin rostro.
Fernando Martínez Calzadilla (Pinar del Río, 1978)
Periodista independiente. Director del Programa Cultural
Libertad. Comunidad de Briones Montoto.