Por Margarita Gálvez
Hoy cuando ya peino canas, y comienzan a llegar a mí los recuerdos, vienen a mi mente cosas del pasado y analizo cuánto ha servido en mi vida lo que aprendí en su transcurso y los beneficios que me ha reportado a través de los tiempos. En este proceso, rememoro una frase que me impactó, a pesar que en aquel momento no pude darle su verdadero valor y comprender a profundidad la gran verdad que encerraba.
Decía la frase: “Los adultos, a medida que nos alejamos de la niñez, menos nos acordamos de ella”.
En ese momento estudiaba mi carrera de magisterio en la Escuela Normal de Pinar del Río y contaba 15 ó 16 años de edad, aún me sentía demasiado cerca de la niñez: pero la frase quedó grabada en mi memoria y hoy vuelve a mí, y desde mi madurez pienso: ¡Qué sabia fue la persona que tal frase escribió!
Es cierto que los mayores cometemos el error de creer que el niño es un adulto en miniatura. Y nada más alejado de la realidad. ¡Qué error! No soy psicóloga, ni pretendo introducirme en el complejo campo de la psicología; pero mi experiencia durante 57 años como maestra, 44 como madre y 18 como abuela, me han permitido aprender un poco sobre los pequeños habitantes del planeta. A veces, cansados del duro trabajo del día, al ver a unos niños jugando a pleno sol, sudorosos de correr, hemos exclamado: ¡qué tontos, en lugar de acostarse un rato y descansar! Si yo pudiera acostarme ahora… Usted tiene deseos de descansar, ¿y el niño? ¿se siente cansado? ¿O, por el contrario, necesita liberar parte de la energía que su organismo posee? No olvidemos, sus intereses no son los nuestros, su lógica no coincide con la nuestra, sus reacciones ante una situación a veces nos deja perplejos, sencillamente no lo entendemos.
Viene a mi memoria una poesía de Antonio A. Gil, titulada “Infancia” que dice así:
Se encontraron en la plaza
Por primera vez y ya
Como viejos conocidos
Comenzaron a jugar
Y por una bagatela
Se pelearon sin piedad.
Terminada la contienda
Cada cual se fue a su hogar
Incubando la venganza
Más terrible y ejemplar,
Y al llegar al otro día
¡Se pusieron a jugar!
Analicemos:
1. No necesitaron presentación para establecer una relación y ponerse a jugar.
2. Se pelearon por una tontería.
3. Después de pelear pensaron en vengarse, “cobrarse la ofensa” cuando se volvieran a encontrar.
4. Cuando se encontraron ya todo estaba olvidado, “se pusieron a jugar”.
¿Se dan cuenta? Ese es su mundo, debemos tratar de comprenderlos, enseñarlos, guiarlos, no pretender imponerles nuestras creencias y acciones.
El mundo del niño es el mundo del juego y debemos aprovechar el mismo para cultivar su educación porque jugando se aprende. En el juego se aprende a ser solidarios, a ser parte de un equipo, a respetar las reglas del juego, a ceder a veces por el bien de los demás, a ser disciplinados.
Hay un viejo método de enseñanza llamado “método de juegos” que no pierdo las esperanzas de ver aplicado algún día en los primeros grados de nuestra enseñanza primaria. Claro, la aplicación del mismo requiere algunos recursos materiales, maestros muy bien preparados y locales adecuados; pero yo sé que se puede.
No pretende este trabajo analizar las excelencias y dificultades del método de juegos, de todas formas no soy la persona indicada, solo pretendo que padres, maestros y adultos en general, comprendamos que “un niño no es un adulto en miniatura”.