Por Dagoberto Valdés
Abren un boquete en el muro que delimita la propiedad de los padres de Karina y Livia Gálvez Chiú, ambas miembros fundadores de la revista digital www.convivenciacuba.es . Pero la mandarria no es para mayor apertura, es para dar paso a la mordaza y a la cerrazón.
En efecto, con la agilidad que extrañamos en todo el resto de las gestiones de una sociedad momificada, pasan por el boquete: taladros, antorchas de soldadura, vigas angulares de acero, inmensas planchas de grueso zinc parecido al de los contenedores, y una brigada de hombres de mirada perdida que comienzan a levantar un muro. Sí, un muro, en medio de la convivencia familiar.
Tres hombres levantan las planchas de zinc de más de dos metros. Van tapiando lentamente el espacio para la convivencia. Avanzan sin respiro erigiendo un absurdo y brutal monumento a la cerrazón, al fin de una etapa, a la sinrazón.
Mientras, tres niños de la casa preguntan dónde volarán ahora sus palomas. Su palomar estaba tras el muro.
Hace 10 días que un obispo, Mons. Siro, había venido al patio de Karina para bendecir una artística réplica de la imagen de la Virgen de la Caridad de El Cobre. Amorosamente entronizada en un sencillo y digno pedestal con el escudo y la bandera cubanos, el símbolo religioso inspiraba los sentimientos que construyen fraternidad. Piden que quitemos a la Virgen de su altar confiscado. Nos negamos a sacar de nuestros espacios el signo de nuestra fe, el emblema patrio y la razón de nuestra Convivencia: el amor y la paz.
La superstición les indicó, “de profundis”, no tocarla ellos, pero apareció al fin un jefe sin piedad y sin escrúpulos y bajó la imagen que parecía intentar cubrirlo, también a él, con su manto de caridad. Pero se le escapó con gesto firme y rostro burlón.
Luego las lámparas del techo, los armarios de la cocina, las toallas del baño. Tres puntos de soldadura sellaron la puerta de hierro y cristal del servicio sanitario. Un primer bloqueo llegaba a su fin. Mientras, izadas con premura y estruendo, avanzaban las planchas de zinc en apretado sellaje de las tinieblas y la división. Son las mismas que han sembrado de odio a este noble y sufrido pueblo. Hasta que uno de los trabajadores de cano pelo, al verse filmado y fotografiado, deja la plancha recostada a un árbol que quedó del lado de la luz y se marchó cabizbajo. Otro la atornilló. Poco a poco van desapareciendo, tras el muro de la infamia, las grises figuras del funcionariado y la represión.
Al caer la noche, el frágil silencio de un hogar crispado volvió a romperse con las barretas que abrían una zanja para los cimientos de otro muro, este de bloques y cemento, que según el jefe tenía que terminarse esa misma noche. Tras el muro de acero y zinc, otro de bloques y cemento. Todo le parece poco seguro a la exclusión. A media noche todo había concluido.
A veinte años exactos de la caída del Muro de Berlín, el signo más repugnante del totalitarismo, parece increíble este viaje al pasado de bochorno y exclusión. Pinar del Río ve levantarse un muro durante una luminosa mañana del 15 de diciembre de 2009. No divide a una ciudad, peor, divide el espacio de la convivencia. Como en toda Cuba, divide el corazón de una nación. Bloquea la tolerancia y se erige en parte aguas de las tinieblas. La más pacífica y sencilla ciudad de Cuba contempla, espantada, un nuevo muro para coartar la convivencia entre sus hijos e hijas.
Para los que creían que los muros se hacían en la frontera mexicana o en la tierra santa de Palestina, aquí tienen un nuevo muro en tierra vueltabajera.
Para los que creían que, razonablemente, este tipo de cosas ya no ocurriría en el siglo XXI, aquí lo pueden ver al acercarse las Pascuas más tristes e inciertas que ha tenido Cuba.
Para los que creían que el diálogo y la razón irían abriendo espacios en la sociedad cubana y, por enésima vez, volvieron a intentarlo, aquí tienen los métodos con que responde la impotencia del poder ante la vulnerable maternidad de la verdad.
Los que decidieron levantar el muro han cruzado peligrosamente la línea roja que algunos creían ver entre la política y la sociedad civil. Han transgredido el límite entre las tácticas y las estrategias.
Y cuando se traspasa violentamente la línea entre lo político y lo cultural, todo se pierde. El pie transgresor se hunde. La mano que ejecuta se vuelve descarga de odio. Y anochece en las mentes que lo planificaron y ordenaron.
Se alza un simbólico muro. La convivencia de la familia cubana pierde momentáneamente espacios. Se avanza vertiginosamente a un pasado de violencia y cerrazón.
Cuba pierde.
Sabemos que un día este muro caerá. Como todos los otros. Para eso la revista Convivencia, como muchos otros, ha querido ser un sencillo umbral para la ciudadanía y la sociedad civil en Cuba. El muro caerá porque será derribado a base del más perseverante amor a Cuba. De una incluyente voluntad de reconciliación y de una apasionada entrega por la paz de la nación cubana.
Entonces todos los muros caerán y Cuba ganará.
Ing. Dagoberto Valdés
Director de la revista Convivencia