Por Luis Cáceres
Desde la gaveta de un escaparate les cuento mi historia. Ya viejo y sin valor quiero recordar aquellos tiempos en los que fui una moneda de cinco centavos. Salí a la luz en la primera generación de monedas cubanas acuñadas en 1915, junto a otras de plata y mayor rango que me acompañaban y también a los centavos menores que yo. Por esta fecha era el Presidente de la República el general Mario García Menocal.
Y como nadie mejor puede contar una historia que quien la ha vivido en carne propia, (perdón) en níquel propio, con 94 años de edad pueden imaginar lo mucho que les puedo contar ya que me movían constantemente por todo el país y hasta salí al extranjero donde también tenía valor ¿Cuántas veces fui el recurso para desayuno de niños y mayores? Y si de café se trata, quizás usted no recuerde aquel sabroso café Pilón, Regíl o Tupí que por mi valor se podía comprar un sobre, suficiente para disfrutarlo una familia. O el refrescante guarapo, que en cualquier aldea lo tomaba por mi valor. Qué decir de la pinareña Jupiña Montes también podía adquirirse conmigo, o dulces calientes o fríos, o la popular timba que consistía en un pan con dulce de guayaba, y conmigo también podía comprarle a su gato o a su perro buena cantidad de piltrafas.
Con centavos podía comprarse una libra de sal o una libra de cemento, cuatro caramelos de miel, etc.
Hay muchos que no recuerdan las dos Rutas de Guaguas, compuestas por varias de ellas, llamadas La Roja y la otra La Verde, cuyo recorrido era de Marianao a Miramar. ¿El precio del pasaje? solo 5 centavos (mi valor) y al que le gustara oír la mejor música del momento a todo volumen, los llamados traganíqueles la tenían, no tengo que decirles el precio de cada número.
Conocí a un señor que organizó una fiesta bailable en su propia casa en construcción, con solo paredes sin las divisiones internas con el fin de ayudar a costear con el precio de las entradas dicha construcción y a la vez pulir el áspero piso, obtuvo los veinte números musicales necesarios para terminar su fiesta con un traganíquel.
Muchas veces me perdí, tantas que no recuerdo, soy pequeño y hasta por el agujero de un bolsillo me escapaba, pero siempre me encontraban y con mucha alegría utilizaban mi valor para comprar una cuchilla de afeitar, fumarse un puro, tomarse medio vaso de aguardiente o comprarle una vela a un santo, así de variado y otros muchos ejemplos que no recuerdo. Cuentan que cuando Lola Flores (La Faraona) visitó Pinar del Río mandaba a un muchacho a comprarle unas pequeñas revistas de muñequitos en colores con variedad de secuencias que contaban historietas de la época y puedo asegurar que el precio de cada una estaba alrededor de 5 centavos, o sea, mi valor.
En ocasiones la memoria me falla y a veces confundo lo que pudo haber sido con lo real, pero pregunto: ¿acaso no pudo Jorge Negrete cuando viajó a Cuba haberse tomado una sabrosa taza de café por cinco centavos, o en uno de los descansos del famoso charro, haber jugado una divertida partida de billar por un medio o un níquel como también me llamaban? O Rita Montaner pudo haber consumido un cucurucho de maní antes o después de haber cantado el popular pregón, aunque pienso que a la guanabacoense no le cobrarían el medio, por la propaganda que le hacía a esos vendedores.
Aquello me hacía feliz y me sentía importante.
El tiempo transcurre y un día empiezo a sospechar que algo andaba mal. Después de haber estado perdido, alguien me encontró y fue cuando recibí la primera patada. Quise consolarme yo mismo, haciéndome creer que sería un borracho que me confundió con una chapa de botella, aunque no me pude convencer del todo, pero poco tiempo después empiezo a conocer la triste realidad: las monedas de plata habían desaparecido. Siempre compadecí a mi amigo el kilo (como también se le llamaba a la moneda de un centavo) quizás por aquello de que “el kilo no tiene vuelto”. Como ella casi ha desaparecido, ahora el que no tiene vuelto soy yo.
¡Cuántos comercios y mostradores he visitado en estos años! De política no sé mucho, pero sí de economía y matemática, ahora veo que los golpes que recibo en los mostradores llamando al dependiente han ido aumentando y las atenciones de éste disminuyendo y para no dejar dudas sobre mi poder adquisitivo, les cuento:
En una ocasión dos beodos conversaban, uno sintió deseos de fumar viendo al humeante interlocutor disfrutar de un cabo de tabaco y al ofrecerle mi valor por su mal oliente propiedad este se sintió tan ofendido que lo estrelló contra el piso poniéndole un pie encima y haciendo un violento giro sobre aquello que fuera un tabaco. A lo que el otro le respondió, lanzándome por el aire a tal altura que me pareció ver pájaros volar más bajo que yo. Pensé no aparecer más y hasta lo deseaba pero alguien me recoge y al ver mi fecha de nacimiento me guarda, me saca de circulación, le fue muy fácil convencerme. Aquí estoy, pensando con mis contemporáneos ya desaparecidos y con tristeza recordado aquel tiempo que para mí fue mejor, se lo aseguro, desde la gaveta de un escaparate.
Luis M. Cáceres (Pinar del Río)
Pintor y poeta autodidacta.
Reside en Pinar del Río, Cuba.