“UN LUGAR TODO ARAGÓN”: MARTÍ UNIVERSITARIO

Universidad de Zaragoza. Plaza de la Magdalena.

“Lindo es Madrid”

Una grata casualidad concurre con la aparición de este número de Convivencia: se cumplen ahora 150 años de que el alumno José Julián Martí Pérez culminara su Bachiller y se graduara en Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza. Su camino hasta allí, como se sabe, fue bastante atroz: había pasado por la etapa más dura de su vida que dejó claramente descrita en su folleto El presidio político en Cuba, publicado en Madrid en el verano de 1871. Unos meses antes, durante su estancia en Cádiz, a cuyo puerto arribó a bordo del vapor Guipúzcoa, había publicado Castillo, un artículo sobre su compañero de la cárcel Nicolás del Castillo, aparecido en el periódico gaditano La Soberanía Nacional el 24 de marzo y en el sevillano La Cuestión Cubana, el 12 de abril. Su paso por las canteras de San Lázaro había dejado en su cuerpo y en su espíritu unas “huellas que no se borrarán jamás”. Los horrores del presidio tuvieron así una contundente denuncia en las entrañas mismas de la península: “Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado en la misma calle, junto a la misma casa, en la misma ventana donde un mes antes recibíamos la bendición de nuestra madre…” Era un niño apenas cuando fue obligado a “pasar allí con el agua a la cintura, con el pico en la mano, con el grillo en los pies, las horas que días atrás pasábamos en el seno del hogar, porque el sol molestaba nuestras pupilas, y el calor alteraba nuestra salud…” y a “volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la blasfemia, del golpe y del escarnio, por las calles aquellas que meses antes me habían visto pasar sereno, tranquilo, con la hermana de mi amor en los brazos y la paz de la ventura en el corazón…”

A todo ello hubo de sumarse el dolor del destierro. Cuando, al poco tiempo, llegó a la capital de España su amigo del alma Fermín Valdés Domínguez, lo encontró enfermo y pobre. Así lo recuerda en su Ofrenda de hermano:

Martí estaba muy enfermo en julio de 1872. Dos veces lo habían operado de un sarcocele producido por un golpe de la cadena de presidiario en las crueles faenas de la cantera. Nunca se curó de la que fue para él terrible dolencia, por las operaciones hechas a destiempo y en malas condiciones, y que tantas veces le obligó a guardar cama y le impedía andar.

Vivía entonces en una buhardilla y comía gracias a unas clases que daba en casa de don Leandro Álvarez Torrijos y de la señora viuda del general español Ravenet. Ocultando él, como siempre, sus necesidades, nada decía de sus penas a nadie, y menos a su generoso y leal amigo el español Torrijos, ni a la cubana y noble generala. Delgado, sombrío el semblante, era un condenado a muerte por la enfermedad.

El presidio interrumpió, abruptamente, sus estudios de Letras y Filosofía. Se había examinado de admisión, eso sí, en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, el 27 de septiembre de 1866, a tres años de haberse fundado este. Tuvo entonces nota de aprobado y, en el año académico 1866 a 1867, cursó las asignaturas de Gramática castellana y Principio y ejercicios de aritmética, obteniendo en todas ellas la calificación de sobresaliente. Las de Doctrina cristiana e Historia sagrada las ganó por asistencia y aprovechamiento.

Si bien la llegada de su amigo supuso un alivio, lo cierto es que sus dolencias, su precaria situación, así como su entrega casi inmediata a su labor independentista, le impidieron tomar los libros en Madrid debidamente. Fermín también traía en su cuerpo los estragos de la cárcel y el pesar profundo por el injusto fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, compañeros suyos de carrera.

Los doctores Candela y Gómez Pamo los atendían. Acordaron operar de nuevo a Martí, y en aquella difícil intervención quirúrgica se vieron los defectos, ya irremediables, de las anteriores. No quedó curado Martí, pero decidieron seguir sus distintas carreras…

El propósito de continuar en Madrid los estudios que ambos iniciaron en La Habana no sólo fue opacado por las enfermedades de ambos sino por otra fiebre de la que tampoco se curaron nunca: la necesidad irredenta de ver a su patria libre: “ambos estaban enfermos; pero con elementos para hacer la guerra a muerte, se aprestaron para la lucha”.

En España se encontraba también Carlos Eduardo Sauvalle Blain, deportado como Martí por haber dejado su levita en las manos de los voluntarios que intentaron asirle a la salida del Teatro Villanueva el día de la manifestación, en enero de 1869, y cuya casa era frecuentada por compatriotas exiliados. A su cargo corrieron los honorarios que la Imprenta de Ramón Ramírez, San Marcos 32, cobró por la impresión de El presidio político en Cuba. Fue él también quien se encargó de sufragar la impresión, en febrero de 1873, en la Imprenta de Segundo Martínez, Travesía de San Mateo 12, de La república española ante la nación cubana, publicada bajo el sello del editor francés Carlos Bailly Bailliere, así como las operaciones a las que Martí fue sometido. En el álbum de Sauvalle deja escritas estas cariñosas palabras:

Cuba nos une en extranjero suelo,

Auras de Cuba nuestro amor desea:

Cuba es tu corazón,

Cuba es mi cielo,

Cuba en tu libro mi palabra sea.

Pero donde sus nombres quedaron más unidos, sin embargo, fue en la sonada polémica que ambos protagonizaron contra el periódico liberal La Prensa, del cual era director Leopoldo de Alba Salcedo, quien acusaba a los cubanos residentes en la capital española de “filibusteros que pidiendo reformas y reformas alientan y protegen las esperanzas separatistas”. Martí y Sauvalle contestaron con sendas cartas, publicadas el 17 y el 22 de septiembre de 1871 en El Jurado Federal de Madrid. Estas misivas, cuyo tono es contundentísimo y demoledor, reafirmaron el valor y el arresto público que no abandonaron nunca más a José Martí el resto de su vida.

Es también en Madrid donde conoce al pintor Pablo Gonzalvo, a Eusebio Blasco, periodista y comediógrafo y a Marcos Zapata, autor teatral, todos zaragozanos. Ellos, probablemente, alentaron al joven para que se fuera a la capital del Ebro, conociendo bien la tranquilidad y las bondades mañas. En su universidad acababa de graduarse de Derecho, en 1873, Eusebio Valdés Domínguez, hermano de Fermín, cuyo testimonio también debió de ser favorable. A todo lo anterior apunta Fermín: Cada día se sentían más enfermos Martí y Valdés Domínguez; y, por indicación facultativa, decidieron ir a continuar sus estudios a Zaragoza.

Así es como, en mayo de 1873, deja la ciudad de la que años más tarde dirá en un artículo “lindo es Madrid”, a pesar de todo sufrimiento vivido en ella, y solicita el traslado de su expediente para retomar sus tan abandonados estudios.

“En la vega florida”

Durante tres días publicó el Diario de Avisos de Zaragoza las pertinentes noticias referidas al inicio del curso en su universidad. El 15 de septiembre de 1873 apareció esta nota informativa: “UNIVERSIDAD LITERARIA DE ZARAGOZA. Secretaría general. Desde el día 15 al 30 ambos inclusive del corriente mes, se hallará abierta en esta Secretaría la matrícula para las Facultades de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina y Ciencias, y para las enseñanzas de practicantes, Notariado y Taquigrafía. Los alumnos que deseen suscribirse lo solicitarán en una hoja impresa que se les facilitará al efecto satisfaciendo en el acto el importe del primer plazo, y en los negociados correspondientes se les enterará de cuantos datos deseen adquirir. La apertura del curso tendrá lugar el día 1º de Octubre próximo y las lecciones darán principio el día 2. –Zaragoza 13 Setiembre de 1873.- El Secretario general, Fernando Muscat.”

Al día siguiente, la noticia se refería a la alocución oficial de inicio de curso y dice así: “El discurso de la apertura de nuestra Universidad está este año a cargo del ilustrado catedrático de la Facultad de Derecho Sr. D. Clemente Ibarra.” El doctor habló extensamente al alumnado: su discurso consta de casi sesenta páginas. Se tituló “Influencia de la idea religiosa en las transformaciones sociales y políticas de los pueblos” y constituyó una avezada revisión histórica del tema. El cierre debió remover los ánimos de Martí: “Yo os recomiendo que en vuestro cumplimiento os mostréis dignos, que la justicia y la prudencia sean vuestro norte, para que podáis alcanzar un día honor y gloria y las bendiciones de la Patria.”

Por último, el día 17, se anunciaban de nuevo las asignaturas que podían ser matriculadas: “En la Universidad literaria se ha abierto la matrícula para las facultades de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina y Ciencias, y para las enseñanzas de Practicantes, Notarios y Taquigrafía”. Como ya sabemos, José Martí se matriculó, de momento, en Derecho y Fermín lo hizo en Medicina.

El expediente académico de José Martí, conservado íntegramente en la Universidad de Zaragoza y que, con suma amabilidad, la institución ha puesto a disposición nuestra para este estudio, comienza con la petición al rector D. José Nieto Álvarez que reproducimos a continuación, así como por la Diligencia del Secretario general Fernando Muscat.

Recibí el pasaporte original

José Martí

Diligencia

Certifico: Que D. José Martí y Pérez para identificar su persona ha presentado en esta Secretaría general en el día de hoy su pasaporte expedido en La Habana por el Sr Gobernador de la Isla en 31 de Diciembre de 1870. Y para que conste firmo la presente en Zaragoza a 29 de marzo de 1873. El Srio. Genl. F. Muscat

  1. Y. S.

Rector de la Universidad de Zaragoza

  1. José Martí y Pérez, alumno de la Facultad de Derecho, procedente de Madrid, a V. V. Y. Dice respetuosamente: Que ha obtenido del Sr. Rector de la Universidad de Madrid autorización para examinarse en esta ciudad de las asignaturas de Derecho Romano 2º Curso, Economía política, Derecho Civil y Derecho Mercantil y Penal en que está matriculado, a fin de continuar los estudios de su carrera en esta misma ciudad. -Por tanto, suplica se sirva sancionar esta autorización y dar las órdenes necesarias para que se le admita a examen en las asignaturas citadas. -Gracia que espera merecer de la justificación de I. D. Y. -Zaragoza 28 de Mayo de 1873.- José Martí

El rector José Nieto Álvarez, natural de Berrueces, pueblo de la provincia de Valladolid, había cursado la carrera de Derecho en la Universidad de dicha ciudad castellana. Sólo tardó dos días en dar respuesta, firmando al margen la siguiente orden:

Mayo 30

Pídanse acordadas y contestadas Dese cuenta. El Rector, Nieto

Una vez fue aportada toda la documentación que certificaba los estudios cursados y la situación actual del alumno, el rector respondió definitivamente a la solicitud:

Junio 4. Admítase al recurrente al examen de las asignaturas para que está autorizado por la certificación que acompaña y al efecto expídansele las oportunas habilitaciones. El Rector, Nieto.

El testimonio más claro de aquellos días lo dejó Fermín en su ya citado Ofrenda de hermano, cuya última publicación íntegra fue en el Centenario de José Martí, hace ahora 71 años, circunstancia que lo ha convertido en un texto prácticamente desconocido a pesar de su enorme valor.

Eran allí la Universidad su casa, su ateneo y lugar de gratísimas emociones; ¿cómo olvidar, pues, ni dejar de querer, a aquellos cariñosos catedráticos que gozaban con sus éxitos y que tenían a Martí por amigo y compañero, más que discípulo?

Y si dejaban él y su compañero la Universidad, y si iban a su palco en el Teatro Principal -al palco número trece, al que nadie se abonaba-, allí lo recibían, con saludos afectuosos muchas amigas y amigos. A pesar de que los llamaban los insurrectos, en Zaragoza jamás se creyeron deportados, ni en tierra extraña.

En el café, en la redacción de El Diario de Avisos, en todas partes, tenían amigos. Larga sería la lista de ellos: Sabala y Dronda, Ariño, Penen, Peiro, Daina, Arpal, Villarrolla, Ordaz, Zapata y Luzón…

Y la casa de huéspedes de la calle de la Manifestación del patrón valiente -como él lo llamaba- don Félix Sanz; y sus bellas hijas “las paticas verdes”, y el criado, el negro cubano Simón, hombre de armas y de frases a quien al entrar, muy de mañana en su alcoba, el tres de enero del setenta y [tres], le preguntó Martí que qué había de nuevo, y le respondió:

-Niño, hay un frío que se hielan las palabras.

Era el famoso negro Simón limpiabotas del Arco de Sineja, el que en la primera remesa que mandó a Fernando Poo el general Lersundi, fue deportado por ñáñigo y asesino; el negro fuerte y de cara simpática y varonil que buscaba su reivindicación moral peleando, como bravo, por la libertad, en las barricadas aragonesas.

Se refiere Fermín a las barricadas que levantó la resistencia de Zaragoza esa noche de enero de 1874. El presidente de la República Emilio Castelar había perdido la confianza de las Cortes y, tras unas tensísimas sesiones, entró, al mando del Ejército y de la Guardia Civil, el general Manuel Pavía, quien urgentemente desalojó la Cámara entre disparos al aire. Ello echaba por tierra la última sesión, la formación de un nuevo gobierno republicano y el experimento democrático que sólo tenía unos meses e implantaba un nuevo régimen, disfrazado de república, al frente del cual estaría el general Francisco Serrano.

La reacción de los Voluntarios de la República no se hizo esperar y fue especialmente radical en Zaragoza y Valladolid. Los jóvenes José Martí y Fermín Valdés Domínguez, en Manifestación 13, lo vivieron muy de cerca, escuchando los cañonazos que se producían al lado, en las plazas contiguas y en el entorno del Ebro. Félix Lisazo lo recuerda así en su memorable estudio sobre estos meses de la vida martiana:

Una batería de diez cañones Krupp enfila sus proyectiles contra los edificios situados en las esquinas del Arco de Cinejas y el Coso, desde los cuales resisten los zaragozanos. Más reñido aún resulta el combate en el Mercado, en La Puerta del Ángel y en el Cuartel de la Magdalena, lugares todos contra los que las columnas de ataque hacen fuego incesantemente.

Fermín y Martí han permanecido en su hospedaje durante aquellas horas de lucha. Bien saben ellos que era un gesto heroico pero inútil, y además, que la República que por momentos sucumbía apenas merecía el nombre de tal. Para Cuba había sido fratricida. Nada les obligaba a defenderla; ningún deber se lo reclamaba.

Del hospedaje sólo había faltado el negro Simón, que junto a los valientes atrincherados en el Arco de Cinejas peleó hasta el último momento. Cuando ya la noche había entrado y se aplacaban las descargas de fusilería, él, después de muchas horas de rudo pelear y de ver caer a su lado a muchos valientes republicanos, trató de ponerse a salvo. Pudo conseguirlo con un hábil rodeo, y ya amanecía cuando llegó a la puerta del hospedaje de la calle de la Manifestación. Verlo entrar produce a los cubanos una vivísima alegría.

En esta misma calle vivía Blanca Montalvo, de quien Fermín dijo: “una blonda y bella y distinguida señorita a quien amó”. Por las cartas de Blanca que se conservan sabemos detalles familiares, por ejemplo, que Martí, a pesar de escribir a la madre habitualmente, no era lo suficientemente bien visto, sino que había interés por jóvenes bien posicionados como los militares. Por esas misivas podemos saber, además, que tuvieron una relación muy cercana e íntima y que Blanca esperaba ver de nuevo a su “Pepe del alma”, algo que no llegó a ocurrir.  Se dice que ella le preparaba a José Martí infusiones de violetas para curar la tos y la tristeza: esperaba, como consecuencia, que la decidida idea de Martí de regresar a Cuba se fuera debilitando poco a poco. Pero lo que se fue debilitando, según los hechos, lo dijo la propia Blanca en su penúltima carta conocida: “Pepe: más de dos meses que no recibo carta tuya. Esto, sin poderlo remediar, me hace dudar de aquel cariño que decías me tenías y que yo creí. Pero ahora veo que con la ausencia se ha ido apagando.” A ella está dedicado el cuento “Hora de lluvia” con estas tiernas palabras: “Me pediste ayer tarde una historia, para que fuese para ti —leyendo cosas mías— menos triste esta noche en que no podíamos vernos. Ahí te envío para que te entretengas en esta otra noche de lluvias, este cuento ligero que se parece tanto a la verdad —por tu hermoso capricho nacido, y escrito velocísimamente en noche lluviosa. Que lo leas, mi Blanca. Abril, 29 de 1873.” El final del texto deja testimonio de lo que hizo Martí aquella noche lluviosa zaragozana: “Son las nueve y veinticinco minutos. —Ya acaba mi brevísima historia. —Aún llueve. Aún esperas. Salgo a llevártela. ¿Me quieres, Blanca mía?” Blanca llegó a casarse, años más tarde, con el doctor Manuel Simeón Pastor y Pullicer, con el que tuvo un solo hijo al que nombró José.

Zaragoza, a diferencia de Madrid, fue un lugar en el que el joven José Martí pudo concentrarse en sus estudios, especialmente entrado el año 1874. Las más largas horas suyas transcurrían en la extraordinaria biblioteca de la Universidad Literaria, en la Plaza de la Magdalena. A la puerta de aquel emporio de libros estaba D. Alejo Ecay y dentro era atendido por los ayudantes de tercer grado D. Francisco Marzo y D. Francisco Cobeñas. Sus libretas de apuntes de aquellos meses dan fe de las innumerables consultas que hizo y de la cantidad de volúmenes que pasaron ante sus ojos: Martí se había matriculado como alumno libre.

Sus rutinas fuera de la Universidad también las podemos conocer porque su “hermano” las detalla en su Ofrenda…:

Por la mañana -en los días festivos y en aquellos en los que no había clases-, visitaba la Aljafería y los arrabales de la capital de Aragón; por la tarde iba al canal de Pignatelli, a El Pilar o a la catedral de La Seo; y de día pasaba horas deliciosas en el estudio del famoso pintor [Gonsalvo], o invitado por el notario señor López Bernuez, gozaba de un día de campo -en su torre- y admiraba su valiosa colección de monedas y cerámicas.

En Zaragoza, iba de tarde a estudiar a un pequeño y solitario paseo que había al costado de la iglesia del Pilar y a orillas del Ebro herboso; allí empezó a escribir Martí su drama en prosa Adúltera.

Junio de ese año fue un mes especialmente intenso para el alumno José Julián Martí Pérez. El día 11 de ese mes, había hecho al rector una petición encarecida: que se le admitiera a examen de las asignaturas de Procedimientos Civiles y Criminales y Práctica Forense y se le expidiera la correspondiente papeleta, pues había estado “ausente en Madrid por causa de enfermedad en los últimos días del mes pasado y en los primeros de este mes” y que, por tal razón, “no ha podido hasta hoy solicitar examen de las asignaturas mencionadas.”

Fue este el mes en el que terminó su Bachillerato, aún pendiente y obligatorio para su graduación universitaria. Tal como puede consultarse en su expediente, el Secretario del Instituto de Zaragoza, D. Joaquín Mendizábal, licenciado en Ciencias físico-matemáticas y catedrático numerario del mismo, expidió una certificación a la universidad de Zaragoza en la que consta que “Dn José Julián Martí Pérez natural de la Isla de Cuba hizo los estudios de segunda enseñanza en menos de seis años sufrió en este Instituto los ejercicios del grado de Bachiller en veinticinco y veintisiete del actual habiendo obtenido en el primero la calificación de Aprobado y en el segundo la de Sobresaliente sin que se le haya expedido por esta Dirección el oportuno título por no haber consignado al efecto los derechos correspondientes.”

El mismo día 27, José Martí presentó en la Universidad de Zaragoza dicha certificación puesto que así lo consigna el Secretario general Muscat, con una nota superior: “Urgentísima”, a la que tres días más tarde, D. Joaquín Mendizábal añade al margen: “30 Junio. Es legítimo el documento al que alude esta acordada y cierto su contenido.” Y sin esperar más, desde hacerse Bachiller, justo al día siguiente, 28 de junio, pide que “aprobadas todas las asignaturas necesarias para optar al grado de licenciado en Derecho Civil y Canónico (…) se le admita a grado, y -previo al depósito- a examen de la Licenciatura que solicita.”

El depósito por los derechos de examen se lo efectuó, en el acto, al secretario de la Facultad, Dr. Roberto Casajús y fue de treinta y siete pesetas y cincuenta céntimos. Al día siguiente, 29 de junio, se fijó “para el ejercicio de este grado el día 30 de los corrientes a las once de su mañana debiendo componer el tribunal los señores catedráticos D. Pedro Berroy, D. Vicente Bas y D. José Nieto”. El Dr D. Pedro Berroy, vicerrector de la Universidad, no pudo acudir, así que, con la misma tinta y letra de las anotaciones del día 30, se agregó: “y por indisposición del primero D. Roberto Casajús”.

En el día y hora señalados, estando ante el Tribunal nombrado el candidato D. José Martí y Pérez se procedió a la extracción de las bolas en la forma prevenida por el artículo 202 del Reglamento, y habiendo sacado tres de la urna preparada al efecto, eligió el número 4 cuyo tema es el siguiente: Párrafo inicial del libro primero, título segundo de la Instituta de Justiniano. Del Derecho natural de gentes y civil.

  Acto continuo el expresado D. José Martí y Pérez fue conducido por el Bedel a una sala, donde permaneció incomunicado por espacio de tres horas, pasadas las cuales, se presentó nuevamente ante el Tribunal, y exponiendo sus ideas, sobre el punto elegido, los señores Jueces le hicieron observaciones durante media hora. Pasado un corto intervalo de descanso, cada uno de los mismos señores examinadores le hizo preguntas por espacio de veinte minutos sobre las diferentes asignaturas que había cursado. Inmediatamente y terminado el ejercicio, se procedió a la votación secreta conforme al artículo 192 del Reglamento y ha resultado Aprobado, en consecuencia ha vuelto a entrar el graduando en la sala acompañado del Bedel, y ha sido declarado tal Licenciado en la Facultad de Derecho…

El 31 de agosto manifiesta “que desea ser admitido a matrícula en calidad de alumno libre en las asignaturas de la Facultad de Filosofía y Letras, excepto en las correspondientes al año preparatorio de la Facultad de Derecho, que tiene aprobadas ya.” Ese mismo día, advirtiendo el “previo pago de los derechos correspondientes”, el “Rector accid. F. Ballarín” admite su matrícula. Es evidente que en ese momento el D. José Nieto Álvarez estaba siendo sustituido, provisionalmente, en el cargo de rector por el Dr. D. Florencio Ballarín Causada que impartía ese año las asignaturas de Zoología, Botánica y Mineralogía con Nociones de Geología, en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Ruegos como aquel de la enfermedad que lo llevó en mayo a Madrid, por situaciones más o menos extraordinarias, que aparecen en su expediente académico, son muy oportunos para seguir sus pasos en un momento de su vida en el que hay relativamente pocos datos.

El 1 de octubre recurre al rector y “respetuosamente dice: Que en tiempo oportuno y mucho antes del día 30 del pasado mes pidió examen, y le fue concedido de todas las asignaturas de la Facultad.- Que por la creencia de que no se formaría tribunal de las asignaturas de Lengua Hebrea e Historia de España, se retiró en las últimas horas del día 30, en la seguridad de que por lo avanzado de la hora, se formaría posteriormente.- Y, en vista de lo involuntario de la causa que le ha impedido presentarse a examen de las asignaturas de Hebreo e Historia de España que en tiempo oportuno pidió y se le concedió:- suplica se sirva concederle examen de las referidas asignaturas. Gracia que espera merecer de la bondad de V. S. Y.” Al margen del texto de esta petición podemos constatar que el rector la otorgó: “Atendiendo a las razones expuestas por el recurrente, admítasele al examen de las asignaturas de Lengua Hebrea e Historia de España, facilitándole las habilitaciones que procedan. El Rector accid. F. Ballarín”.

Cinco días más tarde, el 6 de octubre, el alumno presenta otra súplica por el mismo motivo: “en la creencia común aquel día en la Universidad de que se prorrogaban algunos días después del 30 los exámenes, se retiró a última hora del 30, sólo cuando le faltaban por probar dos asignaturas de su carrera para optar al grado. La prórroga creída no se ha verificado, y al exponente se le atraen muy graves perjuicios con esta involuntaria dificultad. Por tanto, y en consideración a los daños que con ello le evitará V. S. Y. acude suplicando se sirva concederle, en calidad de prórroga extraordinaria, atendida la causa que alega, examen en las asignaturas de Lengua Hebrea e Historia de España, únicas que le faltan para poder optar al grado. Gracia que habrá siempre de agradecer a la bondad de V. S. Y.” No la tuvo. Al margen escribió el rector: “Octubre 6/ No estando en las atribuciones de este Rectorado según las órdenes vigentes no ha lugar a lo que solicita este interesado. El Rector accid. F. Ballarín”. Debió, por tanto, examinarse enseguida.

A José Martí sólo le quedaba graduarse de Filosofía y Letras. El 20 de octubre pide que se le señale “día y tribunal, previo el pago de derechos, para el grado en la Facultad de Filosofía y Letras”. Realizó el desembolso tres días después, el 23, al secretario de dicha facultad, Dr. D. Pablo Gil y Gil. Ese mismo día quedó fijado el ejercicio de grado para el siguiente, a las cuatro de la tarde, ante un tribunal compuesto por los catedráticos D. Martín Villar, D. Andrés Cabañero y Temprado y D. Antonio Hernández. Tal como indicaba el Reglamento sacó tres bolas de la urna y eligió el número 19 cuyo tema era “La oratoria política y forense entre los romanos: Cicerón como su más alta expresión: los discursos examinados con arreglo a sus obras de Retórica”. Debió haber impresionado muy favorablemente a los jueces, puesto que obtuvo la calificación de Sobresaliente.

La última página del expediente académico de José Julián Martí Pérez produce mucha tristeza. Después de tantísimo esfuerzo, esa, que debió estar perfectamente consignada, está sin rellenar. Es la Diligencia de Depósito para la expedición de sus títulos. No pudo pagarlo. Tuvo que marchar sin ellos. Unas pequeñas manchas de tinta derramadas allí o caladas desde otra hoja es lo único que quedó señalado.

Entre los papeles de Manuel Mercado, su gran amigo mexicano, se conservaron dos modestas libretas de apuntes que, por su contenido, debieron servirle a Martí en su etapa estudiantil española. En ellas aparece el borrador de esta carta a alguien desconocido que deja claro con qué esfuerzo supremo tuvo que terminar sus días allí.

Muy señor mío:

Perdone V. que haya pensado en molestar, para una egoísta extravagancia mía, la atención de V.

Hace dos meses, se presentó a V. un joven que le pedía trabajo intelectual, de versión, manual, cualquier trabajo que le produjese lo suficiente para el pago de su matrícula en la Facultad de Filosofía y Letras que espontáneamente amaba y que con insaciable aliento de pobre deseaba para sí.

El joven era yo: no tuvo V. trabajo; pero yo uní a mi título de Lic. en Derecho, mi título de Ldo. en Filosofía, en el mes pasado de Septiembre.

Ahora, el día 19 de Octubre salí de Madrid y comenzaré muy pronto, fuera de España, el ejercicio de mi carrera. – Me atrevo a hacer a V. una muy rara proposición.- Para el ejercicio de mi carrera de Derecho necesito, muy esencialmente, un Diccionario de Escriche y un libro de Comentarios de Gutiérrez. Y sobre esto, me alegraría llevar los dos de Filosofía de Azcárate.

Pero en cambio de estos libros producidos, sólo puedo yo ofrecer los frutos ligeros de una inteligencia incipiente que confía en producirlos un día. Por eso envío a V. esta especie de artículo cuya mayor parte escribí al volver de ver a V. el día en que me anunció que no tenía trabajo, y que para acompañar a esta carta termino ahora.

Este artículo, otros como él, cuantos V. estime, si en algo son estimables, necesario que yo escriba, daré a V. con gusto si con mi propio trabajo puedo conseguir los libros que me han de ayudar para el desempeño de mi carrera, no para vida mía, que para esto no seguiría yo más carrera que la de hombre: para sostén y ayuda de mi pobre y agobiada casa.

Rara parecerá a V. esta carta. –Artículos de buena voluntad por libros de buena ciencia.- Trabajo ofrecido en cambio de bases de trabajo; no hay en ello, sin embargo, rareza alguna.

Vivo en la Calle del Olmo Nº 3 principal. Allí espero respuesta de esta carta y el perdón de mi extraña, y, porque no conozco a V., atrevida proposición.

De nuevo pide a V. disculpas y es de V. a. s. q. b.

M.

“Tengo yo en mi corazón”

El otoño de 1874 ponía fin a sus dieciocho meses aragoneses. Zaragoza había animado, en cierto modo, su dramática juventud. Allí estableció muchos afectos. La Universidad Literaria de La Magdalena había sido, efectivamente, una casa. Desde el rector Nieto hasta el personal de la biblioteca, el secretario Muscat, los oficiales del Negociado D. Gerónimo Soler y D. Servando Talón, los bedeles D. José Mediano y D. Lucas Mediano, el portero D. Francisco Izquierdo, los mozos de aseo Juan Moré y Santiago López, todos conocieron y trataron al “insurrecto”, como ya le llamaban.

De cómo fueron aquellos últimos días y cuáles fueron las circunstancias exactas da testimonio, mejor que nadie, su “hermano” Fermín. Insisto en que sean sus propias palabras quienes los describan:

              Terminó, pues, Martí, en Zaragoza, sus estudios universitarios en el año de 1874, y después de un viaje por París y otras ciudades de Europa, llegó enfermo a Southampton. Allí debía embarcarse para México. Sus padres y sus hermanas lo esperaban allá, con sus títulos de abogado, licenciado en filosofía y letras, y sus estudios especiales en administración, para trabajar para ellos, sin dejar de pensar -como siempre y a pesar de sus penas físicas- en las tristezas y dolores de la patria.

              Abatido se despidió de su amigo Valdés Domínguez en aquel puerto sombrío. El barco que lo llevaba a Veracruz era de emigrantes, pero en aquel gran vapor había buenas cámaras para pasajeros de primera. Llevaba Martí dinero bastante para pagar su pasaje de primera y llegar con algunos pesos a México; pero suponiendo su amigo que, deseoso de llevar más dinero a su familia, sería capaz Martí de ir como emigrante, luego que lo abrazó, se fué a la casa consignataria y entregó el importe de un pasaje de primera, y explicó al capitán del vapor sus temores.

              En un artículo que publicó Martí en México describe como él sabía hacerlo sus horas de angustia a bordo de aquel trasatlántico. Decía Martí que se le dio un plato sucio y una cuchara, y se vio en un inmundo departamento en que era sofocante el hedor de la suciedad y de la miseria; allí, entre centenares de hombres empujados por la fatalidad, había un caldero apestoso que le hizo recordar el rancho del presidio de La Habana, y cuando quería buscar en aquellos rostros embrutecidos por el hambre y las enfermedades, ojos en los que brillara algún rastro de inteligencia o una lágrima de dolor, la voz del capitán lo sacó de su triste y dolorosa abstracción:

-¡Mr. Martí! – gritó el marino.

Y decía Martí: “No era el capitán quien me llamaba para que ocupara mi cómoda y elegante litera; era mi hermano el que me estrechaba entre sus brazos: era algo amado de mi Cuba que iba conmigo en aquel viaje triste que me llevaba quizás fatalmente a la muerte.”

Fermín volvió a Zaragoza a terminar sus estudios. Por las tristes cartas de Blanca volvemos a saber de algunos. Estos son fragmentos de diferentes epístolas suyas: “Hoy vi a Fermín que venía de paseo con las célebres patitas, y al verme ellas se echaron a reír como si yo fuera objeto de risa, pero la verdad no esperaba otra cosa de personas sin educación y menos de esas que tienen perdida la vergüenza hace mucho tiempo.” “No te he escrito más por no saber dónde estabas, porque Simón dijo a Feliciana que estabas en Barcelona por no poder ir a México, y ahora me dicen que estás en tu casa. Triste es para mí, si quiero saber de ti tener que preguntar y saberlo otras personas antes que yo.” “Este invierno lo he pasado en Madrid, donde vi a Fermín, y no le hablé porque me dio vergüenza; este creo te lo habrá dicho…” “Pepe, contéstame, te pido por lo que más quieras tú en este mundo, por Dios te lo pido aunque no sea más que para dar la única alegría que de ti espera esta criatura que desde que no le escribes no hace más que llorar y no tener un rato bueno cuando estoy sola.”

Dieciséis años después, en 1890, mientras se recuperaba de otro de sus problemas de salud en las montañas de Nueva York, evocó aquellos años aragoneses y dejó para siempre dicho el sentimiento profundo que la tierra bañada por el Ebro había dejado en su corazón. No hay mejor cierre para esta recapitulación de su paso por ella que estos versos suyos:

VII

Para Aragón, en España,

Tengo yo en mi corazón

Un lugar todo Aragón,

Franco, fiero, fiel, sin saña.

 

Si quiere un tonto saber

Por qué lo tengo, le digo

Que allí tuve un buen amigo,

Que allí quise a una mujer.

 

Allá, en la vega florida,

La de la heroica defensa,

Por mantener lo que piensa

Juega la gente la vida.

 

Y si un alcalde lo aprieta

O lo enoja un rey cazurro,

Calza la manta el baturro

Y muere con su escopeta.

 

Quiero a la tierra amarilla

Que baña el Ebro lodoso:

Quiero el Pilar azuloso

De Lanuza y de Padilla.

 

Estimo a quien de un revés

Echa por tierra a un tirano:

Lo estimo, si es un cubano;

Lo estimo, si aragonés.

 

Amo los patios sombríos

Con escaleras bordadas;

Amo las naves calladas

Y los conventos vacíos.

 

Amo la tierra florida,

Musulmana o española,

Donde rompió su corola

La poca flor de mi vida.

 

Luis Enrique Valdés Duarte (Pinar del Río, 1980)

Poeta, dramaturgo e investigador martiano residente en España.

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