En la tarde de ayer, mientras asistía como acompañante de uno de los miembros de Convivencia, a una de las citas-interrogatorios que se han vuelto constantes ante cada actividad del Centro de Estudios pinareño, tuve tiempo de leer, detenidamente, todo el sistema de propaganda que “adorna” el local. Se trata de la Oficina de Inmigración de Pinar del Río. Es obvio que aparezcan, como en toda institución militar, fotos de los líderes de la Revolución; pero lo que no resulta coherente es que se incluya en los afiches de los símbolos patrios a personalidades cubanas como si ya no se tratara, como reza en la Carta Magna de la República, de la bandera, el escudo, el himno, la palma, la flor y el ave nacionales.
¿Acaso no existen leyes que prohíben el culto a la personalidad? ¿Hace poco no habíamos escuchado que quedaban prohibidas las iniciativas que incluyeran el nombre de los máximos líderes en calles, establecimientos, parques, entre otros recintos? ¿No resulta al menos confuso presentar a los más pequeños unos símbolos nacionales tergiversados? Imagino a mis sobrinos preguntándome por la bandera de la estrella solitaria, o por el escudo de la palma real, y cuando lleguen a visualizar al “máximo líder de la Revolución cubana” junto a los otros elementos ¿qué les puedo explicar? Los más pequeños no entenderán la fusión, o pensarán, como indican en las escuelas, que todo lo que viene de los medios de comunicación es bueno, que la propaganda revolucionaria es la única legítima, y que existen determinadas personalidades que por su vida y obra son paradigmáticas, a la altura de los símbolos que distinguen una Nación. Y propiciar una idea contraria, o dar elementos en esas edades, ya sabemos las consecuencias que les pueden traer en sus aulas. Fomentar el libre pensamiento desde la escuela y la familia puede ser la solución si, y solo si, la escuela y la familia, tienen bien clara la relación de Estado-política-identidad y Nación.
Al final de la sala de espera de este establecimiento, donde acuden decenas de personas diariamente a hacer sus trámites migratorios, actualizar sus documentos de identidad o solicitar licencias de conducción, entre otros servicios, aparece, triste, solo, en esos tonos ocres (que no sé si intencionadamente), sin un buen marco ni cristal protector, una reproducción en cartulina de un Martí del artista de la Plástica Cosme Proenza. No se trata de rendir culto a la personalidad, pero no debemos olvidar a quienes tienen su sitio eterno en el altar de la Patria. Martí al fondo, otros al frente y al costado. Tampoco tendré explicaciones para los más pequeños cuando cuestionen la relevancia de la figura martiana, el lugar en que ha sido relegada, y la manipulación que se ha realizado de su pensamiento, mostrando a todos los fragmentos de sus obras que más convienen, que refuerzan las consignas y se acomodan a una sola línea de pensamiento.
Como estos interrogatorios a Convivencia oscilan alrededor de una hora, el tiempo es demasiado para escanear con la vista, incluso más de una vez, cada elemento que aparece en el recinto; así como no faltan los escaneos al puñado de “convivientes” que cada vez suben la loma del calvario, ofreciendo este vía crucis por Cuba. Es imposible dejar escapar a la vista una frase escrita en una pared, estilo mural, que dice: “Revolución es tratar a todos como seres humanos” (Fidel Castro Ruz, 1 de mayo de 2000). La leo y releo una y más veces. Intento encontrar en ella un anclaje a la realidad; pero no sé, este lugar no creo que sea el mejor sitio para ello. Y suele suceder con toda una pléyade de frases ambiguas, que por la forma de decir permiten ganar adeptos, pero cuando se aplica, como se dice en buen cubano, “al pie de la letra”, se descubre su desconexión con la realidad. De eso se trata, del derecho humano a ser tratados como personas, de la eliminación de la idea que predomina en Cuba: “somos delincuentes hasta que no se pruebe lo contrario”, de tratar por igual a los que viajan por motivos personales, académicos, familiares, y a quienes lo hacen por motivos comerciales. No deseo que ninguno, ni los unos ni los otros, tengan que pasar por la silla fría y las preguntas personales del qué, por qué y para qué, violando los más elementales derechos humanos.
Tratar como seres humanos no es un logro de la Revolución, es reconocer la más alta condición humana que es vivir en dignidad. Y esta no tiene que ver con símbolos ni falsos Mesías, sino con la creación divina que nos ha dotado, además, de pensamiento y palabra libres. Espero y deseo que un día esta institución militar de la Oficina de Inmigración pueda ser fiel a las letras que calan sus paredes, y no quede en eso, un rótulo sobre la cal que unos miran y analizan, pero quizá otros muchos ni se han percatado que está allí, como recurso para la defensa ciudadana.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.