Desde tiempos inmemoriales el trabajo ha jugado un rol fundamental en la vida del hombre. En el proceso evolutivo, el dominio del fuego, la transformación de los recursos naturales como la piedra, el barro o la madera y las actividades de la caza, la pesca y la recolección fueron adecuando, paulatinamente, la naturaleza a los requerimientos humanos.
Muchos siglos han pasado, y todavía hoy en Cuba el valor del trabajo sigue siendo una cuestión de debate. ¿Trabajo para vivir? ¿Vivo para trabajar? ¿O ninguna de las dos? Estas podrían ser algunas interrogantes que motivasen la reflexión por estos días de jornadas de homenaje al mundo del trabajo. Esos cuestionamientos son bastante frecuentes cuando se compara la persona del cubano residente en la lsla y el emigrado. La expresión más común de allá es: “aquí sí se trabaja”… Entonces, ¿podría denotar que “aquí no se trabaja”? Resulta que, cuando el trabajo constituye un verdadero modo de vivir, cuando los salarios son dignos, cuando existe seguridad e higiene en el trabajo, cuando se respetan todos los derechos establecidos para el trabajador, cuando importa la profesionalidad, el cumplimiento del deber y las capacidades intelectuales, sin sesgos ideológicos ni adoctrinamiento, el trabajo se realiza con mayor interés porque verdaderamente es una fuente de beneficios para la persona y su familia.
Es bastante paradójico ver a personas, que todos tenemos alguna cercana, salir de Cuba y trabajar como nunca antes lo habían hecho en este país. Es gratificante ver cómo prosperan las personas emigradas con el sudor de su frente, con un empleo digno, que puede ser desde un oficio sencillo hasta un trabajo profesional.
En las sociedades modernas sí se cumple aquello de a cada quien según sus capacidades. Nos han inoculado en el genotipo cubano la teoría de la igualdad socialista que ni es justa ni es equitativa. Como sucede en muchos aspectos de la vida cotidiana en Cuba, los extremismos se solapan con oportunismos y con corrupción. Siempre hay unos más beneficiados que otros aunque, en teoría, se pregone la distribución igualitaria de las riquezas.
No está mal que en dependencia de las capacidades, los méritos y los estudios alcanzados las oportunidades sean diferentes. Lo que sí está mal es que:
– El criterio del trabajador cubano sea que “yo hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan”.
– Que veamos más personas en las calles en horario laboral que fuera de este porque aprovechan las jornadas para asuntos personales ya que sus contenidos de trabajo se lo permiten.
– Sabiendo que el trabajo no es el más apropiado de acuerdo a las capacidades personales, se considere bueno porque en él se “escapa” o se “resuelve”. Eufemismos empleados según el lenguaje cubano para referirse a la posibilidad de obtener beneficios ilícitos en el centro de trabajo; dígase obtener un recurso para la alimentación, combustible, algún material de oficina o sencillamente tráfico de influencias por el cargo que se ejerce.
– Que en los procesos de otorgamiento de plazas, solicitudes de trabajo, ascensos laborales, se tengan en cuenta mayoritariamente criterios ideológicos y no currículos profesionales. Las plazas deben ser otorgadas por oposición y no a través de entrevistas en los barrios a los diferentes “factores” de las organizaciones de masa del gobierno. Estas “averiguaciones” fomentan la delación, la mediocridad y otras muchas actitudes negativas deplorables.
– Que un gran número de profesionales hayan emigrado del sector estatal al sector privado en Cuba, porque han encontrado en este último un vía segura para el sostenimiento personal y de su familia. Cuando tiene lugar este cambio, las personas encuentran un proyecto de vida donde son protagonistas, un sistema de trabajo que paga por lo que se trabaja y devengan incentivos a través de comisiones y propinas. Pero lo más relevante es que no se realiza una evaluación del desempeño de acuerdo a al comportamiento político-ideológico.
Estos son algunos de los puntos sobre el trabajo en Cuba. A ellos podrían sumarse muchos otros que viven y conocen todos nuestros trabajadores.
Pero existe otro que permea toda esfera del desempeño laboral en Cuba: la doble moral, la incoherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Se traduce en actitudes que algunos consideran normales por la frecuencia con las que se dan. Es importante no relativizar el comportamiento humano y no trivializar lo que está mal hecho.
Cientos de trabajadores cubanos, más allá de pensar en estos puntos, padecen y se quejan a diario de la pérdida del valor del trabajo; desgraciadamente, a muchos de ellos les vemos luego encabezando o participando activamente en los actos políticos o desfiles.
En un país con pleno Estado de Derecho podríamos apoyarnos en una ley de sindicatos o en el cumplimiento de los convenios firmados y ratificados como estado miembro de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Pero cuando existen organizaciones que centralizan y controlan, en lugar de otorgar libertades a cada sindicato, o cuando se ratifican pero no se cumplen los principios de la OIT, entonces el valor del trabajo se desvirtúa y los incentivos son cada vez menores. Siguen siendo asignaturas pendientes: la verdadera y plena libertad de asociación y la libertad sindical, la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación y la generación de un entorno de trabajo seguro y saludable para todos. Cuando esas demandas existentes puedan ser expresadas con respeto y en el marco de la ley que ampare a los trabajadores, entonces los cubanos podrían hablar de libertades sindicales. Mientras tanto, participar en un desfile, con consignas de “viva el primero”, estando a 5 de mayo, será solo eso, una imagen más para el lente de cámara que solo capta el momento, pero no la esencia e inquietudes del pueblo trabajador.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.