Tomás Romay: pionero de la medicina, la ciencia y la cultura de Cuba

Martes de Dimas

Tomás Romay Chacón –médico, escritor, poeta, orador, historiador, catedrático, higienista, político, economista y amante de las ciencias jurídicas nacido y fallecido en La Habana (1764-1849)–. Se graduó en 1783 de Bachiller en Artes, en 1785 obtuvo la Cátedra de Texto Aristotélico y el título de maestro en Artes, en 1789 se graduó de bachiller en Medicina, y en 1791 obtuvo el grado mayor de Licenciado.

Fue la Medicina –primera carrera profesional que se estudió en la colonia, consideraba la ciencia más útil a la humanidad– donde Romay realizó sus mayores aportes. Con la tesis defendida en 1792, sobre el contagio de la tuberculosis, obtuvo el grado de Doctor en Medicina y la cátedra de Patología. Dos años después, al producirse la primera epidemia mortífera de fiebre amarilla en Cuba, procedió al estudio y descripción de la enfermedad como primer paso para posteriores avances. En 1797, ante la Junta Ordinaria de la Sociedad Patriótica de Amigos del País –primera reunión científica de médicos cubanos– presentó la Disertación sobre la fiebre maligna llamada vulgarmente Vómito Negro, enfermedad epidémica en las Indias Occidentales; un ensayo que inauguró la bibliografía médica en Cuba y por la cual fue designado Miembro Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Madrid.

En 1793 afirmó que su contribución al progreso de la patria la haría como médico y comenzó a luchar, sobre la base de la observación y la experimentación, por la reforma de esa disciplina, en la que prevalecían los métodos escolásticos. Aunque nunca salió de Cuba, estudió las obras más modernas e inauguró en 1834, en calidad de su primer catedrático, la clase de clínica médica. A partir de ese momento la medicina insular comenzó a deslizarse, no sin dificultades, por la senda científica.

Ejerció la Medicina en diversas instituciones –en la sala de enfermeros establecida en el Convento de Belén, en la Real Casa de Beneficencia, en el Convento de religiosos de Santo Domingo, en el colegio de niñas de San Francisco de Sale, en el Monasterio de Santa Catalina del Real Colegio Seminario de San Carlos, en Hospital Militar establecido en extramuros. Fue miembro prominente y activo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, de la cual llegó a ser miembro de honor, director y uno de los principales redactores del Papel Periódico de La Habana desde su fundación en 1791.

Su más significativo aporte fue la introducción en Cuba de la “vacuna” contra la viruela. Antes de él se practicaba la variolación (inoculación con el pus de las viruelas humanas), un procedimiento publicado en 1798 por el médico británico Edward Jenner –padre de la inmunología–, quien utilizó la inoculación preventiva con el pus de viruelas de las vacas. La desventaja de ese procedimiento consistía en que junto al pus del enfermo se podían trasmitir otras enfermedades al inoculado. Aunque los médicos cubanos hasta 1802no conocieron el descubrimiento de Jenner, siete años antes, en 1795, el doctor Romay había publicado en el Papel Periódico de La Habana un artículo en el que defendía el método idóneo de preservación de las viruelas naturales. En mayo de 1804 el doctor Francisco Javier Balmis –enviado por el rey Carlos IV–, arribó a La Habana con la misión de inmunizar a los habitantes de la Isla. Al llegar, encontró que la vacuna había sido propagada por Tomás Romay. Por esa razón propuso establecer la Junta Central de Vacuna para conservar y propagar el fluido vacuno, al frente de la cual se designó al científico cubano.

En 1806, el propósito higienista del Obispo Espada de eliminar los enterramientos en las iglesias, fue apoyado por Romay con su “Discurso sobre las sepulturas fuera de los pueblos”, la cual coadyuvó a que los habaneros, gradualmente, dieran preferencia al cementerio Espada, el primero que tuvo la capital de Cuba[1].

En su condición de catedrático de Texto Aristotélico, Romay formaba parte de los que enseñaban y propagaban la Escolástica. Sin embargo, su reclamo de investigar la naturaleza lo condujo a la crítica contra esa forma de pensamiento. Enseñó a los médicos a pensar científicamente, contribuyó a sentar las bases para un sistema educativo moderno.  1817 inició la reforma de la enseñanza médica en Cuba, y restituyó en el Hospital Militar de San Ambrosio las clases prácticas de Anatomía con disecciones, que habían sido inauguradas en 1797 por el cirujano Francisco Javier Córdova.[2]

En 1834, cuando se inauguró en Cuba oficialmente la clase clínica médica, Romay fue su primer catedrático. Su tesis consistía en que había que aprender la medicina junto a la cama del enfermo: introdujo los estudios de la Anatomía sobre el cadáver y los de clínica en las salas de los hospitales, llevó a los alumnos a las cabeceras de los enfermos para su tratamiento y a la morgue para la práctica de autopsias. Desde ese momento comenzó en Cuba la enseñanza regular y metódica de la Clínica en los hospitales cubanos. Fue, además, el único profesor de la Real y Pontificia Universidad de La Habana que ocupó el decanato de dos facultades:  el de Filosofía y el de Medicina (1832).Defendió la instrucción primaria gratuita y la implantación de nuevos métodos de enseñanza.

Siendo Inspector de los cursos en el Hospital Militar (designado por la Real Sociedad Económica de Amigos del País), conoció a Nicolás José Gutiérrez, el cirujano que lo sustituiría al frente de la comunidad médica habanera, a quien respaldó en las primeras gestiones realizadas por este para establecer una Academia de Ciencias en La Habana.

Su influencia en el desarrollo de la medicina y de la ciencia en Cuba se manifestó en el ascendente sobre sus alumnos, como fue el caso del Dr. José Estévez y Cantal, el mejor químico de su tiempo, –por cuya intermediación la botánica, la química y la mineralogía se introdujeron en la Isla– que consolidó una nueva rama de la terapéutica, la hidrología médica: aportes que contribuyeron de manera extraordinaria a desarrollar un movimiento cultural y científico.

En política Romay fue un hombre de su época y de su clase, defensor del sistema establecido y admirador de la monarquía española. El 20 de mayo de 1820 publicó Purga Urbem, un artículo en el que se proclamó enemigo intransigente del liberalismo revolucionario y de la independencia de las colonias americanas: prueba irrefutable de que se puede ser forjador de la ciencia, de la cultura y de la nacionalidad sin ser revolucionario.

Por sus contribuciones al estudio de la fiebre amarilla, la prevención de enfermedades, la introducción de los métodos científicos en la práctica docente médica, la lucha contra la escolástica en la enseñanza; por su influencia en los alumnos, y por la introducción de nuevos métodos de pensamiento, Tomás Romay sentó los principios de la ciencia en Cuba. Un vivo ejemplo de que la ciencia médica contaba con un abultado aval y de que como ocurre en la Cuba actual, el servicio a la patria no se limita a batallas militares.

La Habana, 8 de abril de 2024

[1]Rolando García Blanco.  Cien figuras de la ciencia en Cuba. La Habana, Editorial Científico-técnica, 2002, p. 361

[2]Ibidem.

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
  • Reside en La Habana desde 1967.
  • Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
  • Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
  • Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).
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