¿To be or not to be?

Hamlet, de William Shakespeare.

Ser o no ser… He ahí el dilema.

¿Qué es mejor para el alma,

sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,

o levantarse en armas contra el océano del mal,

y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir…

Monólogo del príncipe Hamlet (Shakespeare)

 

Quizá no recordamos quién es Shakespeare, ni sabemos que Hamlet, su obra más universal, va más allá de las otras tragedias centradas en la venganza, pues retrata de un modo escalofriante la mezcla de encanto y mezquindad que caracteriza la naturaleza humana. Hamlet —como nosotros tantas veces— siente que vive en un mundo de engaños y corrupción, sentimiento que le viene confirmado por el asesinato de su padre y la sensualidad desenfrenada de su madre. Estas revelaciones le conducen a un estado en el que los momentos de angustia e indecisión se atropellan con frenéticas actuaciones. Siente que no puede obtener justicia porque la justicia está en manos de quien la quebranta, y da vueltas y vueltas para obtener una justicia natural. Entonces, desesperado, el príncipe se vuelca en un borbotón de palabras sonoras y eficaces para expresar su ambivalencia entre lo que es vivir, dormir, soñar, morir. No es un razonamiento ordenado, porque lo que subyace es su deseo de morir o de no vivir en un lugar podrido. Al final, Hamlet, atormentado por la duda, muere luchando; pero la muerte, que es evasión, no es solución a los problemas.

“Ser o no ser, esta es la cuestión”, decía Hamlet. Y en nuestro hablar cotidiano lo repetimos en ocasiones con significados variopintos, a veces hasta en inglés. Mas, en realidad, ese es también nuestro dilema: somos o no somos. O nos incorporamos activamente a la dinámica social de nuestro tiempo (que no es, por supuesto, la ardua lucha por la supervivencia), o aceptamos para siempre una minoría de edad ciudadana renunciando de por vida a actuar de una manera personal y propia en la vida pública. El “ser o no ser” de cada ciudadano —el tuyo, el mío, el de todos y cada uno— no depende de la cantidad de dinero a ganar —tan preocupante en estos tiempos de carencia extrema y penuria social que acompañan a la inseguridad económica—, ni de las cosas que tengamos, ni del rol social que juguemos, ni siquiera de cómo planificamos la manera de irnos para siempre del país en que nacimos, sino de la voluntad que tengamos de ser un miembro responsable de la sociedad en que vivimos. Y para esto es indispensable ser «hombres de conciencia, en lugar de farsantes de sociedad, hombres que no sean soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos», como decía Don José de la Luz y Caballero al comentar el primer tomo de las Cartas a Elpidio en el Diario de La Habana hace casi dos siglos, en diciembre de 1835. En definitiva, para decirlo con pocas palabras: la auténtica participación es la razón de ser de la persona y se funda en la responsabilidad.

No hay ciudadanía cabal sin participación efectiva en todos los ámbitos de la vida política de una nación. «Participo, luego existo», ha de ser la fórmula cartesiana de la ciudadanía moderna. Si no participo, no existo como ciudadano. Me cuentan, pero no cuento. Soy objeto de censos y leyes, no sujeto de deberes y derechos.

Pero, para participar es necesario formarse, no es posible vivir en activo la democracia si no se está educado para ello. Por ende, lo primero que tenemos que hacer es «educar para la libertad y la responsabilidad», confiando con Varela en la fuerza de lo pequeño, la gota posible que ayudará al caudal del río, sin esperar la corriente para lanzarnos en ella y que nos lleve; ni luchar contra molinos de viento, como el ilustre caballero de la Mancha, porque nos pasaría como a él. Hay que saber ponderar y actuar en consecuencia.

Morir, dormir, dormir… ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! …”, decía Hamlet. Yo diría lo contrario: Vivir, soñar, vivir… ¡Qué utopía! ¿Realizar sueños? ¡Sí! ¡No es vano empeño!

¿Es que acaso vamos a ser solamente reactivos? ¿Nos han amordazado la conciencia? ¿Nos han quitado la Esperanza? ¿Es que no somos capaces de crear una cultura más justa, más sana, más humana, con la rica gama de valores que posee el cristianismo y permean el espíritu del cubano? Hoy, Cuba necesita de personas con horizontes amplios, con grandes sueños y con cuerpos que quieran sudar y sangrar para construir un mundo diferente al que estamos viviendo. Mujeres y hombres que creen cultura y no que “sufran” la cultura. Pero hay que trabajar, cada quien desde su trinchera, para construir un mundo basado en valores del Evangelio: Verdad, Justicia, Amor, Libertad. Los cuatro pilares de la Paz, fundamentos de la convivencia humana al decir de Juan XXIII en la Pacem in Terris.

En ocasiones, un revés sufrido nos mutila la existencia. Y no nos atrevemos a exteriorizar lo que llevamos dentro porque, una vez, experiencia similar recibió feroz represión. De aquí nace el sentimiento de impotencia, el miedo ante la vida, la sumisión, la angustia de no estar nunca a la altura de las circunstancias ni preparados para sus exigencias. Y el temor visceral hecho terror nos corroe las entrañas, nos anonada y paraliza. Nos falta coraje, y fe.

Apropiarnos de nuestra verdad es ejercer responsablemente nuestra libertad. Es preciso descubrir, y eso es algo que tenemos que hacer nosotros mismos, que solo seremos libres si nos enfrentamos con nuestra propia verdad, aunque resulte doloroso. San Juan, repitiendo palabras de Jesús, une la verdad con la libertad: «la verdad los hará libres» (8, 32). El que se ha enfrentado con su verdad sabe que no tiene por qué esconderse y que no tiene nada que ocultar. Después de este paso se llega a la libertad. La verdadera libertad se expresa en eso: en que soy libre de mí mismo. Entonces me puedo entregar libremente a una obra, a un ideal; puedo olvidarme de mí. Esta libertad es signo de nuestra libertad. El que no es libre se resigna dejándose manipular cada vez más desde fuera.

Los caminos hacia la libertad son las huellas de Dios en el hombre. Toda persona siente en lo más profundo de su ser la nostalgia de ser libre: libre del poder de los hombres, libre de las presiones interiores, de los miedos y de las angustias, libre de las dependencias. Y todo ser humano se siente impelido a la trascendencia, y busca —consciente o inconscientemente— al Ser que trasciende.

En Cuba adolecemos de un defecto grave para el establecimiento de las libertades: nos hemos acostumbrado a resolver nuestros problemas de cualquier manera, sin importarnos si nuestra manera afecta a otros. Nos han acostumbrado durante los últimos sesenta y tantos años a fijarnos en los fines y a instrumentalizar los medios. En ética es tan importante responder a la pregunta del “para qué” vivimos como a la del “por qué” existimos. Aunque nos ahogue la supervivencia.

Y a todos nos gusta hablar de “democracia”. Sin embargo, ¿entendemos lo que es la democracia? “La democracia no equivale a nivelación…, sino que debe ofrecer más bien el marco jurídico y las posibilidades reales para que la libertad de todos sea respetada y efectivamente garantizada, de tal modo que las personas y los grupos puedan vivir según sus propias convicciones y ofrecer a los demás lo mejor de cada uno sin ejercer violencia sobre nadie”. La democracia queda pues limitada por el bien común y por el ejercicio de la libertad de los ciudadanos.

Si la transformación política que tanto ansiamos se realice en Cuba no va acompañada de cambios de mentalidad, se corre el riesgo de que nuestra democracia sea papel mojado. El reto que tenemos es el de aprender a comportarnos como seres responsables y solidarios con un compromiso social crítico. La democracia y la participación se construyen día a día y no a fuerza de decretos. Si la democracia consiste sobre todo en la existencia de unas instituciones que permitan la participación de los ciudadanos en el ejercicio del poder, de nada sirve si los ciudadanos no se sienten protagonistas de la vida pública. Participación significa aceptar cada uno la parte que le corresponde en la construcción del todo social y poner manos a la obra.

Hamlet, revolviéndose a solas en su dolor, se preguntaba: ¿Quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo, la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio, la angustia del amor despreciado, la espera del juicio, la arrogancia del poderoso, y la humillación que la virtud recibe de quien es indigno, cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso en el filo desnudo del puñal?

No es el puñal descanso para el cristiano ni para el ciudadano consciente, no está la solución en la violencia ni en la muerte. Lo sabio es construir futuro reconstruyendo la esperanza. Soñar utopías para realizarlas, ejercitar el diálogo necesario que nos entrene en los caminos de la participación democrática. Ser, es ser útil a la Patria, lo contrario es no ser. Vivamos la libertad, porque «donde está el Espíritu del Señor está la libertad» (2 Cor 3,17), que, así vista, es un criterio esencial de la existencia cristiana. Libertad para expresarnos, para discrepar, para participar con ideas propias en el debate, aunque no coincidan estas con la oficial. Para que se acabe el tabú de lo diverso, porque lo natural es la pluralidad.

Hace ya más de treinta años, en El amor todo lo espera, decían los obispos cubanos:Nadie puede cerrar su corazón a la situación actual de nuestra Patria; tampoco los ojos para reconocer con pena que Cuba está en necesidad (No. 30). Hoy en día la situación es mucho más grave que en 1993.

Por eso, quiero terminar recordando las palabras que, en esa misma fecha, dijera Mons. Pedro Meurice, a los pies de la María del Cobre, en el día de su fiesta:

¡Es todos juntos! ¡Todos juntos! Con la propia libertad, con el propio sudor, como seremos capaces de hacer una Cuba como todos necesitamos y como todos queremos. Hoy, día de la Virgen de la Caridad, aquí en este templo, que es la casa de toda Cuba, es el momento hermanos, de olvidarnos por un momento “de mi problema’, y… presentarle los problemas de todos juntos…

Pidámosle a la Virgen que nos ayude para entendernos los unos con los otros, para amarnos los unos a los otros, para dejar nuestras diferencias atrás los unos y los otros, y de verdad para comprometernos todos en hacer una Cuba grande, hermosa y libre como la soñaron nuestros mayores, como lo soñó Varela, como la enseñó Varela, como la soñó Martí, como la hizo con su puño y su machete Antonio Maceo…

 

 


  • María Caridad Campistrous Pérez (Santiago de Cuba, 1943).
  • Profesora de Física jubilada.
  • Directora del Instituto Pastoral Pérez Serantes.

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