Mucho se habla de la vida post-pandemia, fundamentalmente de la crisis económica que sobrevendrá y de sus consecuencias para la ciudadanía y las naciones. Los panoramas previstos no son nada alentadores. Algunos expertos califican los daños comparables con los efectos de la segunda guerra mundial. Ha sido un largo tiempo de decisiones inmediatas, la cobertura de necesidades urgentes y, sobre todo, el protagonismo ciudadano y político. La evaluación del desempeño corresponde a cada persona según sus experiencias y su capacidad de ejercer la crítica y la autocrítica. Pareciera entonces, ante tanta adversidad, que la conocida frase que dice que todo tiempo futuro será mejor, podría quedarse en un anhelo. Por el contrario, si la etapa postpandémica es vista desde la arista de una enseñanza para tiempos venideros en los que, deseablemente, estaremos mejores preparados como personas y como países, entonces cambia la naturaleza de los balances.
Desgraciadamente en la vida las cosas no son como en la aritmética clásica del a más b, dando siempre c como resultado. Los análisis de coyunturas son complejos, en relación con el número de factores que se interrelacionan en una determinada situación; máxime si se trata de una emergencia sanitaria que, además de estar relacionada con personas, traspasa los límites de una frontera para extenderse, prácticamente, por todo el orbe.
Quizá algunos consideren que es pronto para hacer balances, pero cuando se trata del destino de millones de personas, nunca es tarde para ir evaluando cada estrategia y proyectar nuevas líneas de trabajo en función de mantener la calidad de vida y la salud de las instituciones. Y es en este punto donde podemos hacer un alto para comparar con el tiempo que nos ha antecedido. Sé que en Cuba es difícil, sobre todo por los continuos escenarios de crisis que vivimos. Crisis sobre crisis hace solapar efectos y perder la idea de la normalidad. Quizá sea por ello que muchas personas asumen, como algo muy lógico, todo aquello que para la razón humana es inconcebible. Me refiero, sin dudas, a varios mecanismos implementados, como la entrega de tickets y pretickets en las largas colas para obtener un número limitado en cuanto a cantidad y variedad de productos. Este es el más clásico ejemplo.
Quisiera que fuésemos un poco más allá de los efectos directos, básicos, por así llamarles, de la COVID-19. Somos, ante todo, personas dignas, no empresas, ni ministerios, ni instituciones en las que quizá se pueda medir fácilmente, y con indicadores exactos el signo, la tendencia, el efecto en general. Somos personas, y junto a lo práctico: el efecto del virus, primero, en la salud de los contagiados, la búsqueda del pan del mundo material (la escasez de alimentos) y la crisis del bolsillo (cierre de empleos, reducción de salarios, disminución de los flujos de trabajo por cuenta propia) aparece también el daño intangible pero manifiesto. Somos personas con estómago y bolsillo, pero también con alma y corazón.
Entonces se habla menos de cómo puede impactar la pandemia en la crisis de valores que hemos venido sufriendo en los últimos tiempos. Sería agravar un fenómeno ya existente en nuestra realidad y en la de muchos países en los que se ha invertido la escala de valores o se ha priorizado la economía, la política, dejando a un lado la educación en cuanto al ejercicio en los diferentes niveles de enseñanza y el cultivo de la espiritualidad. No sé si el tiempo futuro repondrá las dosis de solidaridad que hemos perdido en estos tiempos, donde la cultura del sálvese quien pueda se ha colado en algunos hogares. No sé si estas vivencias de las largas filas estén sirviendo para entender, verdaderamente, que la “culpa” no es siempre, ni en primer lugar, de los ciudadanos ni del “acaparamiento”. No sé si habremos adquirido, con tanto caso “ejemplarizante” mostrado en la palestra pública, la responsabilidad para cumplir nuestros deberes, pero ejercer los más elementales derechos que nos dignifican y nos hacen valer como iguales ante Dios y ante los hombres. No sé si se ha valorado lo suficiente, por parte de la familia cubana, el duro golpe que representa la pérdida de largos períodos de clase para nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Si la educación tenía sus limitaciones de forma presencial en Cuba, imaginemos el impacto de clases a distancia, en los casos en que se hayan efectuado, o los estudiantes las hayan recibido.
Ante estos escenarios no podemos relegar a un plano muy lejano de nuestras realidades cotidianas el cultivo de la espiritualidad y los valores, y el destierro de todo tipo de violencia que parece proliferar en lugar de erradicarse. Debemos desmontar la idea de que la “culpa” de todo la tiene el ciudadano, o que es toda del Estado. En esa simbiosis óptima entre ciudadanía e instituciones, es decir, en la conjunción que se forma entre gobernabilidad y gobernanza, está la respuesta a la pregunta sobre el tiempo futuro. Será mejor en la medida en que saquemos acertadas conclusiones en tres aspectos esenciales: el liderazgo de todos los actores sociales, las estrategias de comunicación y los procesos de toma de decisiones.
Ninguno de nosotros escapa al efecto de la pandemia, pero trabajemos juntos para no generar nuevos problemas, sino soluciones pacíficas, consensuadas, ágiles y, fundamentalmente, eficaces.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.