Por Carlos Amador
Hace unos días tropecé en las tiendas con una amiga de la infancia. Buscaba, casi a la hora de cerrar, unos regalos para su pareja de mellizos. Traté, con mi escaso tino para los regalos, de sugerirle algo, pero nada resultó apropiado.
Recordé, entonces, un libro que leí recientemente donde se dice que no importa la edad que uno tenga, todo el mundo necesita tiempo, contacto y conversación. Lo del tiempo y la conversación lo entendió sin mucha dificultad pero con lo del contacto me pidió que se lo aclarara más y ahora les comento las ideas con que intenté explicarle el asunto.
Vivimos en una cultura que ha olvidado el contacto físico sano y casi toda forma de contacto la asociamos con la genitalidad, fruto, entre otras cosas, de la erotización desmedida del ambiente que nos rodea: novelas de televisión, musicales, revistas, chismes de los famosos, etc., etc.
Sin embargo la piel humana es el mayor órgano del cuerpo humano, pues constituye el 18 % del peso corporal y abarca casi dos metros cuadrados de superficie. ¿Se da cuenta usted que maravilloso instrumento de comunicación tenemos casi inactivo? Y cuando usamos de él, casi siempre es para transmitir mensajes de agresividad o de maltrato.
Según la Dra. Tiffany Field, directora del Instituto de Investigación del Tacto de Miami (TRI) y citada en el libro que les mencioné, “América sufre de hambre dérmica” y presenta interesantes resultados acerca de sus investigaciones en esta área.
Pero ni la amiga de la que les contaba al inicio ni yo somos científicos ni trabajamos en un centro de investigación y lo que nos interesa, en primer lugar, es como vivir mejor en el seno de nuestra familia y decidimos conversar un poco más para profundizar en el tema y tratar de encontrar formas prácticas de cómo abordar este tema.
En nuestro mundo de hoy lleno de demandas judiciales por roces, toques y daños, tenemos casi terror a entrar en contacto físico con los demás. Pero esto lo llevamos a la casa y ya ni tocamos a nuestro cónyuge, salvo en la alcoba, por supuesto, y nuestros hijos suspiran por un abrazo, como el perdido en el desierto por una gota de agua.
Para comenzar una sugerencia inicial: “Toque y déjese tocar”. No importa que a usted no lo hayan abrazado. Sea innovador y no pague con la misma moneda. Salte por encima de usted mismo.
Cuando pasee con su cónyuge tómense de las manos. No se deje llevar por los comentarios en voz baja de los amigos y conocidos, simplemente los envidian y no se atreven a ser como ustedes.
Cargue a sus hijos, no importa la edad que tengan, acúnelos en sus brazos. No espere a que estén enfermos para pasarles la mano y acariciarlos. Abrácelos sin reservas y descubrirá una nueva forma de ser padre y madre. Juegue con ellos, corra, que lo choquen a usted y usted a ellos, claro, siempre cuidándose un poco su propio esqueleto de esos adolescentes que están estrenando nuevas fuerzas y brazos largos.
Abrace a sus padres, no importa que sean ancianos, ellos también necesitan de su contacto físico. No piense que ellos no lo hicieron con usted, hágalo con ellos y regáleles ese placer en su ancianidad.
Salude a sus amigos estrechándoles las manos y si la ocasión lo amerita, regálese un buen abrazo. Acompañe su reconocimiento a compañeros de trabajo con la tradicional palmadita en el hombro de nuestros abuelos y que hoy hemos perdido.
No importa que lo miren extrañados, comience por su familia y verá como, poco a poco, se va extendiendo la costumbre.
Al terminar la conversación mi amiga no había comprado el regalo pero tenía un propósito: claro regalaría abrazos a sus mellizos y si no conseguía otro regalo tenía la seguridad que les estaba dando algo esencial para sus vidas.
Si quieres conocer más sobre este tema y muchos otros de interés para la educación de tus hijos y tu propio crecimiento personal te invito a leer el libro “Comprender Y Sanar La Homosexualidad. Si alguien que tú conoces necesita ese libro de Richard Cohen editado por Libros Libres en marzo del 2004, lo puedes encontrar en Página Web: www.libroslibres.info Correo electrónico: [email protected]). Agradezco a mi amigo Javier Legorreta la posibilidad de conseguir un ejemplar de este libro.
Carlos Amador
Laico de la Diócesis de Bayamo-Manzanillo