Tengo un sueño para Cuba

ImageTengo un sueño tan profundo para Cuba del cual no quisiera despertar jamás, si no fuera porque mientras uno está soñando no puede percatarse de lo que es real. Es un sueño tan lúcido y a la vez tan sencillo…

Por Maikel Iglesias

Foto: Jesuhadín Pérez.

La Habana, Cuba. Foto: Jesuhadín Pérez.

Tengo un sueño tan profundo para Cuba del cual no quisiera despertar jamás, si no fuera porque mientras uno está soñando no puede percatarse de lo que es real. Es un sueño tan lúcido y a la vez tan sencillo que, lo quiero compartir con todos los hijos de esta Patria, aunque muchos de sus hijos estén lejos, hayamos perdido la fe, aún cuando algunos no quieran regresar y otros sigan apostando a diseñar expertos francotiradores de los sueños, en vez de una nueva mujer y un hombre más actual todos los días, más amoroso, menos violento.
Yo quiero que todas las cubanas y cubanos en el año 2012 seamos felices y por siempre, porque tengo la corazonada de que fuimos engendrados en esta hermosa isla para que seamos felices, nada más. Sé que es un sueño un poco ingenuo y otro tanto infante, de ese tipo de niños que en todas las épocas juega con nosotros a las escondidas, una niña muy antigua es la felicidad, así me la imagino, razón por la que los especialistas en linchar las ilusiones candorosas de la infancia, o sea, los infanticidas de los sueños, cuando vean dar a luz tal criatura, ejecutarán su misión solemnemente, aduciendo que podría tratarse de un ser muy peligroso, “obra de los enemigos”.
Pero ante todo les confieso, amigos lectores, que de este sueño también podrían despertar ustedes plenamente realizados, llenos de gozo, es lo que más desearía en este instante, que podamos al fin ser felices, decidir por nosotros; urge despertar a lo que somos en esencia, devolverle a nuestros verbos su significación real, que el acto de soñar no venga a convertirse en una hipnosis colectiva, robar no sea igual a resolver, sacrificarse lo mismo que sufrir por nada, pensar por cuenta propia una faena mercenaria; incluso, quiero lo mismo para aquellos que no leerán mi artículo por su propia voluntad, sino porque le han asignado la misión de husmear cómo algunos soñamos a la nueva Cuba.
¿En qué me baso para semejante sueño? ¿Con qué recursos cuento para hacerlo realidad? ¿Qué puede haber de nuevo en que todos los cubanos hagamos un voto por la felicidad? ¿Ya no lo hicimos antes cuando nos libramos del yugo colonial y de todos los sueños románticos anexionistas que se convirtieron en terribles pesadillas para la Nación? ¿Acaso no tuvimos según los expertos en la Constitución de 1940, la más adelantada del planeta? ¿No protagonizamos según otros expertos la revolución más humanista del mundo? Me afirmo en que el hoy, no es igual al pasado ni tampoco al futuro, aunque estén hechos de materias similares como los días y las noches, como el invierno y el verano; algo muy obvio en teoría, pero no tanto en nuestra praxis cotidiana.
Conspiran otros niños en nuestra historia, no tan ingenuos y humildes como el de los sueños, diferentes a ese que representa la felicidad; son unos que gustan de lanzar sus caprichosas varas en las aguas del pasado o del futuro, para ver a quiénes pescan, a quiénes pueden hacer culpables de nuestras desdichas, siempre en ultramar, nunca hacia nosotros mismos, le atribuyen la perla inconquistada de la bienaventuranza a los piratas y corsarios. Lo cierto es que entre estos chiquillos, la responsabilidad de la pesca cubana, de este arte primigenio, se disuelve; se deshace en congresos, papeles y periódicos, anales como actas de defunción; no nos dejó complacidos el resultado de nuestras obras ni antes ni después de 1959, porque siempre se lo adjudicamos a otro país.
Compite contra la naturaleza de nuestro ser auténtico mucha simulación y el rejuego con la historia, inmadurez, desconexión con el destino, disfraces, miedos, un hablar en voz baja por la espalda, un murmullo balbuceante en los trabajos y en los barrios -muy difícil de comprender-, suceden diálogos con las paredes, y un grito constante que ensordece, los que deben servir a su pueblo han creído que mandan y gritan, como si estuvieran lejos quienes les escuchan, ausentes. En cierta medida, hoy entiendo que el poder de la costumbre pudo haberles jugado una mala pasada a las cubanas y cubanos que empeñados en lanzarle mensajes al mundo, subieron los decibeles de sus voces a la máxima potencia, casi hasta el ronquido.
Creo, sin embargo, que es más débil el grito que el más breve de los cantos, la gente se satura de tanta algazara, la verdad no se comprende bien en un escenario de estruendos, en medio de la balacera, junto a los cañones bárbaros. Por tal motivo, hay mucha gente en esta tierra que sueña con irse a dónde sea, refrescar un ratico de tanta crispación; una prueba real de que no soñamos por los caminos correctos, de que la exclusión continúa siendo la piedra en los zapatos cubanos, la carta que más se repite en nuestra historia. No acabamos de pasar el grado para darnos cuenta, de que la venganza que toma quien llega al poder sobre quien se lo impedía antes es un absurdo, de que en la imposición de las ideas gana más el ser caníbal que el ser humano.
Nadie puede decidir por otro su felicidad, ni ganarse la vida con pasados y futuros. Por mucho que la merezcamos, suele ocurrir como los goles en el fútbol, hay que hacerlos, construirlos, anotarlos. ¡Ahora! Y nada es más bello que hacerla con un juego limpio, mediante una decisión libre de cada persona, gracias a un sí rotundo y respetado de nuestro interior. La prosperidad de Cuba no debe decidirse en China, ni en Vietnam, ni en Rusia, ni en España o Venezuela, ni en los Estados Unidos Mexicanos, tampoco en los de América, ni siquiera en la sede de la Organización de las Naciones Unidas. Nos corresponde a nosotros, y es una gran fortuna realizar el sueño, es un ashé tremendo que seamos nosotros los dueños del negocio; en un mejor decir, los amos de nuestra libertad, muy distinto a ser los amos de la libertad de otros.
Quisiera trasmitirle a todas las cubanas y cubanos mi seguridad completa de que puede ser real el despertarse de los sueños, que no se necesita ser perfectos para salir ungidos de una pesadilla, que depende de cada uno de nosotros que acabe por fin esa trágica película en que unos hermanos odiaban a otros no más por ser distintos, por soñar con otros angelitos, por amar a otro Dios y a otros santos. Por la parte que me toca decidir a mí, les ofrezco mi paz al salir de los cines, ese filme de horror me aburría tanto que no quiero soñarlo otra vez, gastó demasiado segundos hablando de los créditos; creo que lo repitieron a deshora, puede que aún siga soñando yo, tal vez, pero no veo nuevos nombres y sobre todas las cosas, hombres y mujeres nuevos.
¿Cuál es mi plan para hacer que todo se proyecte en paz y armonía? Simplemente contar con los planes de todos en un ambiente de respeto y de fraternidad, no subestimar ninguna idea, ningún corazón de mi patria. Quiero que cada quien se pueda realizar según el ritmo y la más plena voluntad de su ser verdadero. No voto por el Dios que imponga a sus hijos el modo en que deban vivir sus vidas. Una cosa muy sabia son los buenos consejos, las luces honorables, pero otra totalmente inversa es encandilar los ojos y las almas de nuestros hermanos con promesas de luz que cada quien debe experimentar por sí mismo.
Transformemos el odio en una atmósfera de amor, prodiguemos agua y pan con libertad para todos, más riquezas que rencores, seamos conscientes de cuánto se puede mutar hacia el abismo y hacia el esplendor: dos enamorados que se besan en un parque, que ya no tienen que esconder sus sentimientos, es algo que hace muchos años dejó de ofender la supuesta moral de nuestro pueblo, por lo que puede constituir una hermosa señal de mutación ascendente, al igual que un saxofón cantando a su antojo en plena calle; estos mismos enamorados, o un músico que asalta con su arte la vía pública, mutarían a un círculo vicioso y descendente, si emprendieran sus energías en cargarse a sus vecinos con pistolas o machetes, o arrojan sus excrementos en la calle.
¿Cómo vamos a creer que ya acabó la guerra si seguimos todavía con la guardia en alto, si no bajamos las armas de una vez y para siempre, si no sacamos a ondear nuestra bandera blanca, incluso, si no creemos en los que hace tiempo la sacaron de sus almas, quizás hace unos 30 años, o 50, o desde siempre? ¿Cuál es la justificación de que tengamos tantos militares en el mando de la patria, tantos ejércitos, uniformados? Ya tuvimos un Krishna, un Buda, un Jesús, un Mahoma; una Virgen de la Caridad del Cobre. ¿Hace falta que venga otro mesías, otra madre inmaculada? ¿Seguiremos matando o excluyendo a cuanto Martí se nos aparezca, a cuanto Gandhi camine por el mundo, las infinitas vidas de Martin Luther King? ¿Acaso no bastará con nuestra existencia para decidir que sí se puede ser feliz, ahora y aquí; o al menos intentar unir las cuentas de esos instantes felices que cada persona merece por derecho propio?

Maikel Iglesias Rodríguez (Poeta y médico, 1980)

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