Por Livia Gálvez Chiu
Ante el tema de los sueños hay diferentes respuestas que se reflejan, entre otras cosas, en refranes populares tan contradictorios como: “los sueños, sueños son” y “soñar no cuesta nada”. Quien toma al pie de la letra el primero es posible que, ante la incredibilidad de que puedan hacerse realidad, no sea capaz de lanzarse asumiendo los riesgos, o desista apenas sin intentar alcanzarlos, lo que pondrá en peligro su capacidad de soñar, tan indispensable para vivir. Si no hubiera existido quien soñó con ver el cielo de cerca, es probable que no existieran hoy tampoco los telescopios. El segundo refrán nos expone a convertir nuestra vida en un eterno soñar, sin compromisos, sin esfuerzos, sin hacer. Un sueño hoy y mañana otro, y otro y otro…
Yo creo que los sueños pueden cumplirse. Unas veces se cumplen por azares de la vida, otras porque, después de soñar, luchamos por hacerlos realidad. Existen personas que creen que todo se les dará con un golpe de suerte y permanecen inmóviles, como aguardando un milagro. Para ellos la ventura es la “culpable” de sus fracasos y la “facilitadora de sus éxitos”. También hay quienes no creen en la suerte o en los milagros y luchan con fuerza para lograr lo que quieren sin detenerse a soñar, porque lo creen inútil y una pérdida de tiempo, como si todo dependiera de lo que por ellos mismos pueden hacer. Yo simpatizo mucho con aquellos que combinan estas dos posturas ante la vida: sueños y lucha.
Creo que sin sueños no se puede vivir como también creo que no se puede vivir toda la vida soñando. No se puede vivir siempre en pie de lucha, pero si la abandonamos, ¿qué será de nosotros? Hay un tiempo para cada cosa.
Después de medio siglo de sueños prefabricados, o falto de sueños, tantos años con el síndrome de la marioneta, tanto tiempo de esfuerzos sin frutos, no es raro que los cubanos no creamos, no confiemos. No son raros el miedo, la desorientación, la falta de sueños, la poca fe en la lucha. Pero, ¿hasta cuándo? No podemos estar 50 años más sin sueños, sin proyectos, con miedo o desorientados. Busquemos la brújula y tratemos de encontrar el camino. Como los caminantes, encontraremos, llanos y montañas, arroyuelos y ríos caudalosos, noches de tormenta y días de calma, también sol y lluvia. Siempre aparecerá aquel hombro sobre el que descansar la cabeza, la mano presta a ayudarnos a subir, el árbol bajo el cual nos podamos guarecer, el acompañante silencioso y el bullicioso, el que saca fuerzas de donde no hay y las comparte, el que se cansa pronto y cede, el que quiere llegar primero por pura presunción y el que desde abajo o desde atrás pone todo para que otros lleguen, porque esto lo llena de regocijo; también está el que se le sube la fama a la cabeza y el que desborda sencillez y humildad.
Con todos hay que tratar de salvar a Cuba y a los cubanos, pero no será fácil luchar si vivimos siempre pobres. ¿De qué?
De sueños, como cuando pensamos que son imposibles.
De proyectos, como cuando creemos que no hay nada que hacer.
De empeño, como cuando un descanso no nos basta.
De voluntad, como cuando al primer obstáculo, cedemos.
De dignidad, como cuando permitimos que nos manipulen tanto las personas como determinadas situaciones.
De responsabilidad, como cuando pensamos que otros son los que tienen que hacer.
Esta lista pudiera ser interminable, las opiniones, disímiles, pero quisiera coincidir con muchos en que el futuro de Cuba y de los cubanos depende de nuestros sueños y luchas.
Livia Gálvez (Pinar del Río, 1971)
Lic. en Contabilidad y Finanzas
Reside en Pinar del Río