Por Livia Gálvez Chiu
“La ignorancia es de un carácter peculiar. Una vez desaparecida, es imposible que vuelva. No es algo de por sí, sino solo la ausencia del conocimiento, y si bien el hombre puede ser ignorante, no puede hacérsele ignorante.” Thomas Paine.
La mayoría de nosotros nos preocupamos mucho por no parecer ignorantes. Dicen que los cubanos queremos y creemos saberlo “todo”. Si estamos reunidos en cualquier lugar y se habla de un tema poco conocido, de manera muy inteligente, tratamos de que no se den cuenta los demás de que no sabemos “ni papa” del asunto. Somos así, “primero muertos que desprestigiados”.
Cuando hablamos de alguien de pocas luces, solemos decir: “el pobre, tiene poco espacio en la azotea” o “no hay nadie en casa”. No cabe dudas de que aquí en Cuba, la inteligencia se convierte casi en un problema de dignidad. ¡Nos cuesta un trabajo aceptar que no sabemos algo…!
Pero bien, muchas veces eso tiene remedio, el deseo de aprender, unos buenos libros, el esfuerzo propio, un buen maestro. Todo esto puede ser fuente de conocimiento.
Pero tenemos en Cuba mecanismos que propician que cada vez tengamos que pensar menos. En muchísimas ocasiones existe quien ya pensó por nosotros y sencillamente decidió qué es lo mejor o lo que considera mejor, sin siquiera preguntar. De ahí surgen leyes que todos sabemos que no podemos cumplir, pero jugamos a creernos que hacemos creer al que las dicta, que sí, y perdonen el juego de palabras. El sistema actual de educación está diseñado para repetir verdades descubiertas y mentiras encubiertas, no para investigar ni defender criterios diferentes, y el sistema evaluativo tiende de manera alarmante al facilismo. Pero nos seguimos creyendo o nos tratamos de engañar con las “buenas notas” de nuestros hijos. Como estos podríamos mencionar otros ejemplos.
Sucede que como persona y además, como cubana, me preocupan los niveles de mediocridad, ignorancia, y hasta necedad en los que la sociedad cubana está sumida.
Cada vez es más difícil entablar una simple conversación con alguien que tenga opinión propia sobre algo, por muy simple que sea, una valoración particular, que no sea cerrada pero sí formada. Es más común encontrarnos repeticiones de “otra” opinión.
En las aulas cubanas ya se ve poco a alumnos defendiendo un criterio distinto al del maestro, así en las reuniones de los centros de trabajo, así en muchos ambientes en los que no somos capaces de sondear nuestras posibilidades como seres humanos con inteligencia y capacidad de razonamiento.
Hemos permitido que la información que nos llegue, ya esté “procesada” por los “entendidos”, porque nos hemos dejado arrebatar el derecho de procesar nosotros esa información y formarnos nuestros juicios sin que nadie nos la explique en mesas redondas, en periódicos locales o en clases televisadas. De poco nos sirve nuestra inteligencia si nos dejamos tratar como ignorantes.
Que no tengamos el valor de asumir los riesgos de pensar y actuar diferente en una sociedad como esta, lo puedo entender, pero no nos dejemos confundir: las leyes que asfixian no tienen razón de ser, ni justificación alguna, las cifras de niños con escuela no significan que nuestros niños están aprendiendo bien, las cifras de maestrías y doctorados, no significan, en muchos casos, inteligencia y profesionalidad, las crisis de otros países no aminoran la crisis del nuestro.
Nadie está libre de cometer errores, pero de esos errores debemos aprender y empinarnos sobre ellos para aliviar un poco la escalada abrupta que significa construir una sociedad como la que todos queremos y que a veces vemos tan lejos. Para ello es necesario, entre otras cosas, percibir la ignorancia, vencer la fatiga de nuestro razonamiento con sacudidas fuertes y avivar nuestro entendimiento. Ocupémonos de ello.
Livia Gálvez (Pinar del Río, 1971)
Lic. en Contabilidad y Finanzas.
Correctora de la revista Convivencia
Reside en Pinar del Río.