Por José Antonio de la Rosa
Un nuevo estadío de la sociedad civil cubana está robusteciéndose, su convivencia. De donde brota como rasgo esencial de virtuosidad la responsabilidad por acompañarse en el camino, la palmada en el hombro, las palabras: estoy contigo. Actitud muy notoria para cualquier democracia como sociedad fundamentada en el derecho y el deber, esencias de espiritualidad comunitaria.
Hablo de la solidaridad, de ella entendida como nos la enseña la Doctrina Social de la Iglesia: como un darnos cuenta de la igualdad que nace de nuestra dignidad humana por ser hijos de Dios; y de la urgente necesidad de manifestarnos fraternidad. Principio que, aún cuando falta la fe cristiana, gracias al desarrollo del pensamiento y experiencia humanista de la actualidad, denota dos grandes exigencias que nos conducen a la acción en este sentido. Una es de carácter ético, partiendo del hecho de la universalidad del ser personas, por tanto, aquello percibido como bien para uno mismo debe buscarse también para los demás; mientras la otra es justo pragmatismo humanista porque la justicia y el bienestar de los demás redunda positivamente en uno mismo.
Dicho así el principio, lo estamos analizando en sentido de apelación a la conciencia, no a los instintos humanos que, sin ser malos, nos han acostumbrado a limitar el sustantivo para la acción en situaciones muy críticas.
Solidaridad, ejercida en sentido cívico, para que nuestras conquistas individuales de valores y cultura puedan constituirse en patrimonio nacional de derechos de todos los cubanos. Para que los proyectos grupales y familiares sean compartidos o expuestos abiertamente como modelos o esbozos al alcance de todos nuestros conciudadanos. Para integrarnos según nuestras capacidades, también vocaciones, pero de modo elemental y novedoso, nuestro ser todo, en cuestiones tan sensibles como el acompañamiento de proyectos e iniciativas promotoras de un nuevo contexto social cubano. Bien sea, mediante la expresión profética de denuncia y anuncio; o apoyando ideas verdaderamente revolucionarias que por su peso moral, humanista y empírico, están aprobados con el éxito a través de la historia humana.
Esta coparticipación cívica responsable, contagiosa, como testimonio de buena voluntad de gran parte de nuestro pueblo, donde destacan conocidos protagonistas por el cambio; es realidad propia y necesaria para esta sencilla pero sostenida experiencia de sociedad civil que, lejos de apagarse, se expande en Cuba con amor, y que habla por sí misma de la virtuosidad del futuro social cubano.
Solo que no son todos, ni nunca serán todos, quienes comprenderán ni trabajarán en la consolidación de tal principio social como si se tratase de un imperativo. Pero más penoso aún será, quienes desde el presente sistema o desde otros postulados socio-políticos establecidos dentro y fuera de la Isla cubana, reniegan o coartan esa necesidad de relaciones conscientes fraternales para nuestra sociedad civil.
Las razones pueden darse a partir del ingenuo egoísmo cotidiano de no analizar bien las cosas; de no sacar tiempo para los demás porque estamos casi saturados, o por anemia en el pensamiento, puro egoísmo radical de lo mío primero y hasta lo único, en intento de sacar la mayor ventaja posible, o sea, más de lo mismo. Otros factores negativos como el miedo, la opresión interiorizada, el escepticismo y demás, sabemos que influyen también en el acercamiento a los demás, pero no son los más sensibles en el caso de marras.
Por otra parte, las tendencias radicales de izquierda nos han acostumbrado con facilidad a identificar la solidaridad con actitudes de populismo y otros estandartes que rechazan a los presuntos enemigos, e incluso la reducen con facilidad mediante la ideología de la masividad. Mientras el extremo opuesto, las corrientes neoliberalistas, enarbolan discursos de indiferencia y sospecha, intentando echarla en el mismo saco, bien sea criticándola como un fruto de la extrema izquierda, o recurriendo a principios individualistas mediante la masividad consumista.
Rasgos de ambos extremos, han dejado en nuestra población cubana huellas de insolidaridad muy profundas, por lo que aquellos actores que hoy consolidan la cumbre de nuestra sociedad civil tienen el primer deber de continuar practicando relaciones de apoyo fraterno si queremos una nación cubana nueva.
No se trata de subestimar el trabajo de nadie en función de elevar el de otro, eso sería repetir la historia funesta de matar la sociedad civil cuanto antes.
S.S. Juan Pablo II solicitaba la globalización de la solidaridad. Para mí, el sinónimo de ese legado universal de Karol, entre cubanos y para los cubanos hoy, es el enraizamiento de la solidaridad, extensión del sustantivo a lo largo de la Isla desde la perspectiva de que se está sirviendo ya, tanto de modo personal como social, a la recuperación de la dignidad total de todo cubano, o sea, se debe llegar al pueblo totalmente. Recuerdo a un amigo periodista independiente cuando me dijo: asumo todo lo valioso no violento por ese cambio irresistible tan soñado, para quien vamos dejando mucho de nuestras vidas sembrando las del mañana. El cambio que ayuda a liberarnos de todas las pobrezas existentes en el pueblo, para lo cual no bastan esfuerzos aislados. Y continuó, sin rastro de insinuaciones, más bien de compromisos, hablándome de: Comisiones de Diálogo y Reconciliación como un proyecto enjundioso horizontal; de la Agenda para la Democracia como realidad incluyente, de Unidos por la Libertad, principio de hermandad; así del eco solidario que aún vibra para con las Damas de Blanco por lo acaecido el veintiuno de abril.
Desde esta perspectiva, nunca se pierde lo particular de la gestión propia de cada cual, y sí enriquecemos las iniciativas de carácter general que para el bien común emanan de cualquiera. De modo que nos vinculamos a la mayor de las oportunidades, sin perder identidad, fines, autonomía, ni competitividad en el camino de conquista de mayores estratos liberadores.
La solidaridad genera iniciativas múltiples de solidaridad y de más justicia. Quizá fue la efectividad del Proyecto Varela quien suscitó la esperanza en la recogida de firmas de FLAMUR; o la revista Vitral, el umbral de los debates emaílicos de tantos intelectuales y el despertar cívico de alguna otra revista católica; o tal vez la constante labor de periodistas independientes generó iniciativas en otros ciudadanos para la participación en los web blogs. El amor de las Damas de Blanco para con sus setenta y cinco familiares, presos de conciencia, habrá despertado otros gestos de valentía cívica en los ciudadanos. O el contagio de trabajadores por cuenta propia remediando necesidades a la población junto con las familiares. Y que entre todos ellos han traído estos aires de cambio en la población e infundirán otros insospechados, no dudo la influencia.
Nuestros problemas pertenecen a un pueblo entero, por lo que nos urge el desafío de ser protagonistas protagonizando con otros. Negarlo es raquitismo, porque sería dar la espalda a un asunto que no edifica. La solidaridad está probada como pilar indispensable de las democracias, y si la sociedad civil es el nuevo nombre de la democracia en Cuba, como apuntó otro amigo por estos días; debemos sostener que la convivencia de los actores de nuestra sociedad civil continúe su sano fortalecimiento con crecientes dosis de solidaridad. Por tanto, haciendo uso de un bello refrito, la mayor solidaridad posible hoy entre cubanos traerá en el más justo tiempo para nuestra nación su reconstrucción con todos como hermanos para el bien de todos.
José A. de la Rosa Díaz
Electricista y Comunicador católico de la publicación El Pensador de la parroquia San Hilarión, abad, en Guanajay.
Diplomaturas en Antropología y Medios de Comunicación Social por el ICR “Padre Félix Varela” y el IITD.