La envidia, definida como el sentimiento que no te deja resistir la felicidad de los demás, es la base más nociva de los sistemas sociales colectivistas. En nombre de una falsa igualdad, los sistemas se convierten en mecanismos que empujan hacia abajo a la persona intentando que no suba en la escala económica o política, o popular. Así está Cuba. Parece necesario hacerse perdonar la prosperidad, las posibilidades de realización personal, o el merecimiento del reconocimiento social.
Parece que nos movemos en una dinámica que impide, por ley o pasando oficialmente por encima de ella cuando no ha quedado más remedio que abrir el marco legal, que los que trabajan tengan más, que los que disienten se expresen y sean escuchados o que alguien actúe como líder natural de una comunidad.
Es envidia. En el sentido más profundo y social de la palabra. Es una práctica que parece querer contagiar a todos de la sensación de que todo el que tiene, sabe o puede más, es, necesariamente menos persona, menos ciudadano.
Así es como único puedo explicarme que algunos justifiquen que se frene el trabajo por cuenta propia cuando se nota el progreso de algunos, que se impida viajar a los que pueden, o que se trate de descalificar a los que son reconocidos por otros fuera y dentro del país como personas valientes, inteligentes, trabajadoras, generosas.
Que deseemos llegar a donde ha llegado otro no es envidia. Que queramos alcanzar bienestar o reconocimiento social como otros no es envidia. Siempre hay personas que nos tiran hacia delante con su actitud, su energía positiva, su perseverancia y ¿por qué no?, también con sus éxitos. Pero eso solo le sucede a ciudadanos sanos. El éxito de los demás por medios legítimos, nos alegra, nos hace admirarlos y desear ser como ellos. Solo en sociedades enfermas, puede presentarse a los ciudadanos de éxito como enemigos o gente no grata.
Rebelarse contra esa práctica es civismo. Alegrémonos del bien de otros y cuestionemos la prosperidad, el reconocimiento social o la felicidad de otros, solo cuando tengamos argumentos sólidos de que ha utilizado medios ilegítimos (robo, corrupción, explotación) o ha afectado a los demás. Desmontemos con nuestra actitud, la estructura de envidia que pretende encerrarnos. Esa envidia, va funcionando como base de un sistema que no deja avanzar a nuestra sociedad.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.
Columnas anteriores
17 octubre 2017│Cuando lo absurdo se vuelve normal
10 octubre 2017│La historia puede salvarnos
3 octubre 2017│Ponerse la capa antes de la “precipitación”
26 septiembre 2017│La injerencia en los asuntos internos
19 septiembre 2017│Expectativas que no son prejuicios, son experiencias
12 septiembre 2017│Cuando la solidaridad indica aumento de la necesidad
5 septiembre 2017 │¿Cuándo Internet en casa?
29 agosto 2017 │El desabastecimiento persistente
22 agosto 2017 │El gobierno cubano vuelve a “botar el sofá”