«El presidio político en Cuba», como expresa Cintio Vitier, constituye un testimonio desgarrador y un alegato de denuncia ante las calamidades terribles del sistema correccional de la Real Cárcel de La Habana durante la colonia española en la Cuba decimonónica. Se trata de un retrato realista, poético y abrumador, que, estilísticamente, no tiene similar en el resto de la obra martiana. Plantea el autor mencionado, que Martí «jamás, como si fuera un vaso sagrado que había que romper después de usarlo, volvió a utilizar esta prosa desollada y obsesiva como el ciclo diario de las canteras […] es un inmenso poema de la desolación y la piedad».[1] Este texto fue publicado en Madrid en 1871, en la imprenta de Ramón Ramírez, San Marcos 32,[2] apenas un año después de haber salido su joven autor del presidio. Como testimonio sin igual, contiene las experiencias amargas del Apóstol en ese infierno en vida, como mismo él lo refiere con una excelente plasticidad.
«El presidio político en Cuba» presenta diversas problemáticas afines a múltiples áreas del conocimiento, pero todas tienen como eje central el Humanismo, ninguna es ajena a lo humano; por eso, las pinturas —sí, porque Martí pinta, retrata; no narra o describe simplemente— que aquí se nos muestran son tan desconcertantes, pues, tocan fibras muy profundas de la sensibilidad humana. Desde el inicio, Martí establece una analogía terrible entre el dolor y el presidio, por eso lo clasifica como «dolor infinito», puesto que es el dolor de ese presidio específicamente el más rudo y devastador, el asesino de la inteligencia humana, que deja vacía el alma y huellas inolvidables en ella. Dicho con otras palabras, el dolor de ese presidio es un monstruo devorador de hombres, destruye vidas, mata la voluntad de vivir y, si se sobrevive milagrosamente a él, deja cicatrices profundas, aunque imperceptibles a la vista.
El lenguaje poético es sumamente plástico, modernista, como en toda la obra martiana. Las analogías y los contrastes son abundantes, así como las sentencias ético-moralizantes, que tienen siempre una intención didáctica y a la vez, en este caso, denunciante de los horrores vistos y experimentados por él mismo en ese fatídico lugar. Otra analogía, esta vez literaria, compara el infierno descrito por Dante con las canteras del presidio: el poeta florentino no hubiese necesitado inventarse su infierno, le bastaría con reproducir la cotidianeidad alucinante de las canteras de San Lázaro, que Jorge Mañach describe como «una especie de infierno invernal».[3]
Desde la primera de sus páginas, son perceptibles las influencias del pensamiento platónico y de la antropología cristiana, ya que, constantemente se alude a Dios como el Bien Supremo y a la Providencia Divina: una especie de entidad superior que supervisa o debería supervisar a los seres humanos para socorrerlos en caso de necesidad. Como resultado de ello, podemos dilucidar que algunos de los problemas expuestos en este texto son la injusticia, la crueldad, así como la indiferencia ante estos. Martí nos muestra un cuadro terrible, de dolor infinito —que también es otro problema de carácter universal, asociado a los ya mencionados—, como mismo él lo acuña inicialmente, en el que no hay compasión ni justicia para los presidiarios en las canteras, ni para sí mismo. Allí, los carceleros son garantes de tales males al asumir una actitud de absoluta crueldad e indiferencia ante el dolor ajeno. Dicho de otra manera, hay una total falta de compasión por parte de estos, que, de manera particular, representan la celebrada Integridad Nacional, que tanto critica Martí con una amarga ironía. Evidencia Martí su conocimiento del pensamiento platónico también al aludir indirectamente a la metempsicosis, que en el filósofo griego deviene en una teoría del conocimiento conocida como teoría de la reminiscencia (conocer es simplemente recordar). Así, para Martí, Dios es la idea del Bien Supremo, el Sumo Bien platónico, que deja su impronta en al alma de cada ser humano. Sumado a esto, el Apóstol niega y rechaza el odio. Acepta el desprecio, pero solo contra los males del presidio, porque es inhumano no hacerlo. Arremete contra la indiferencia de las autoridades competentes —e incompetentes—, que permiten el atisbo de la crueldad e inhumanidad dentro del presidio político habanero, pero no está en su naturaleza odiar. Con ese rechazo al odio, a la venganza, Martí rememora los postulados cristianos referentes al amor y al perdón (amar al otro como a uno mismo, poner la otra mejilla como acto simbólico de no tomar venganza ni sucumbir ante el odio), la compasión y la no respuesta agresiva contra quien lo agravia, porque para él odiar al otro es odiarse a sí mismo y son dignos de lástima y compasión los hombres viles de corazón y faltos de conciencia, que laceran y humillan a sus semejantes.
Son perceptibles también las huellas del iusnaturalismo clásico, con Platón, Aristóteles y Cicerón, por ejemplo; y del iusnaturalismo moderno, con Thomas Hobbes, quien estableció la estructura básica del Contractualismo en 1651 con la publicación de Leviathan, or The Matter, Forme and Power of a Common Wealth Ecclesiasticall and Civil. Lo anterior se constata a partir de las constantes alusiones de Martí a la opresión y la tiranía con que son tratados los prisioneros, a los cuales se les viola impunemente y sin distinción cualquier derecho. En el Capítulo XIV de Leviathan, su autor define el jus naturale y la ley lex naturalis, que rigen el «contrato social» y que son inherentes a la naturaleza humana. Para Hobbes, el jus naturale es la libertad de actuar en función de proteger la vida, lo cual implica a la justicia, la equidad, la modestia y la piedad: hacer lo que gustaría que los otros hicieran por uno; o sea, siempre el Bien. Por otro lado, la lex naturalis, «es un precepto o norma general, establecida por la razón, en virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o privarle de los medios de conservarla; o bien, omitir aquello mediante lo cual piensa que pueda quedar su vida mejor preservada».[4] Sin embargo, amén del contrato social y siguiendo a Hobbes en otra obra titulada De Cive (1642), en el presidio político que describe Martí, el homo homini lupus[5]; es decir, que en ese sitio infernal el hombre es lobo para el hombre, como atestiguan los diversos casos de horrores perpetrados por parte de los carceleros sobre los prisioneros, al anularles totalmente el jus naturale y la lex naturalis. Martí expone ejemplos vívidos, tan plásticos que logran impresionar al lector y, por consiguiente, que este empatice profundamente con el dolor ajeno que aquel describe: Nicolás del Castillo, anciano de 76 años, condenado a 10 años de presidio; Lino Figueredo, niño de 12 años, condenado a 10 años de presidio; Juan de Dios, un negro idiota, también condenado al presidio; el Negrito Tomás, de solo 11 años; Ramón Rodríguez Álvarez, solo 14 años, condenado a 10 años de presidio; Delgado, joven de 20 años que intenta suicidarse. De todos se apiada el autor, quien solo contaba con 17 años mientras estuvo aquellos fatídicos 6 meses en ese terrible martirio.
Explícitamente culpa y acusa al colonialismo español ante la indiferencia respecto a semejante absurdo: ¿qué peligro podría representar un niño de 11, 12 o 14 años para el Imperio Español? ¿Qué peligro podía representar un anciano de 76 años? Martí apela a la gallardía ancestral y honorable del caballero hispano de antaño; reclama de ella su sentido de justicia —cuya expresión más hermosa quizás la haya plasmado Cervantes en su obra— para aplacar esa indiferencia ante el dolor ajeno, esa inhumanidad desmedida y cotidiana en el presidio político de La Habana.
La lógica aristotélica también es apreciable en este texto paradigma de humanismo martiano. Las categorías de la lógica del Estagirita se evidencian en las asociaciones que aluden al razonamiento deductivo de su silogismo: Universal: Jesús=sufrimiento humano; particular: Nicolás del Castillo=dolor cubano; porque «todas las grandes ideas tienen su gran Nazareno, y don Nicolás del Castillo ha sido nuestro Nazareno infortunado».[6] No es la única alusión bíblica en el texto: Martí, aunque muchos no lo deseen reconocer, evidencia una antropología cristiana, porque su formación académica es de influjo católico, algo común en el siglo XIX cubano. Por ejemplo, el lenguaje martiano es neobarroco, lo cual se puede observar en cualquier obra de su creación, tanto en prosa como en verso, independientemente de la temática o el objetivo del texto. Ese discurso barroco es un sello estilístico de su propia poética y, por lo tanto, no escapa a los contrastes típicos de ese movimiento artístico[7] del siglo XVII. En ese sentido, Martí establece un contraste semántico entre lo que representa para él el presidio y, su opuesto, Dios. ¿Cómo se explica esta asociación contrastante? La respuesta está en el propio texto martiano: el presidio es concebido como un inmenso sufrimiento y Dios, como se explicó antes, el Sumo Bien, la Idea de Bien platónica. Esta asociación contrastante entre la idea de Bien, que es Dios, ergo, garantía de felicidad en la bondad eternas; y el presidio como representación del sufrimiento tórrido de cal y humillación, es también una de las tantas elucubraciones lingüísticas del discurso martiano, que en este caso exige compasión y alivio para los presos políticos. Y lo hace en nombre del Dios/Bien Supremo y de la Suprema Verdad que es la Justicia. Los modelos del pensamiento clásico, renacentista y moderno se fusionan aquí con la teología católica y la Ilustración dieciochesca. Es por eso que muchos consideran inclasificable el pensamiento martiano, en lo referente a posturas filosóficas; aunque sí son notables en su discurso las huellas de grandes pensadores del pasado y de su tiempo.
En cuanto al influjo de la Ilustración de sobra es sabido que la obra martiana está repleta de sentencias moralizantes, que tienen un telos didáctico. Tales sentencias, debido a su corta extensión —porque prefiere ser breve y preciso al exponer juicios aparentemente sencillos, pero que encierran en sí mensajes profundos y contundentes—, pueden ser fácilmente mal interpretadas cuando se extraen de su contexto. No están exentas tampoco del referente platónico y aristotélico respecto a las categorías éticas —y estéticas, por qué no— de lo bueno y lo malo:
La honra puede ser mancillada.
La justicia puede ser vendida.
Todo puede ser desgarrado.
Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás.[8]
Otro problema importante que en este texto se aborda, también de traza universal, es el de la ignorancia de un pueblo: ser ignorantes permite la posibilidad de ser manipulados y engañados con mayor facilidad, como ocurre con la aprobación de ciertas leyes, que jamás se llevan a la práctica, o la declaración de «determinada integridad», que solo existe en los acuerdos de los funcionarios del gobierno español y es ausencia, nada, en el presidio de La Habana. Es lógico que todo lo anterior lleve a Martí a plantear el problema de la violación del jus naturale y la lex naturalis, no solo en su aspecto particular, los presos políticos; sino también a su aspecto universal, la patria desmembrada a la cual otra le niega los derechos que exige para sí misma: libertad, dignidad, justicia, respeto a la vida y al patriotismo ajeno, etc. Lo podríamos sintetizar en la siguiente interrogación retórica: ¿Cómo exigir para sí la misma libertad —y todos los demás derechos que denominamos «humanos»— que se les niega a otros?
Martí también alude a un gran problema que siempre ha acompañado a la humanidad, sobre todo, en los gobiernos caracterizados por el autoritarismo o el totalitarismo: «los siervos de la tiranía», es decir, hombres que apoyan a un régimen determinado, le sirven como lebreles guardianes y que son capaces de masacrar a su propio pueblo. Hombres carentes de conciencia y de dignidad: los carceleros y el médico matasanos del presidio, por ejemplo. Hombres capaces de las más atroces acciones contra su propia gente, por tal de ganarse el favor de tal gobierno, poseer ciertas prebendas o simplemente por perversidad y absurdo.[9] A estos hombres aludidos se suman los Voluntarios, los mismos cubanos al servicio del régimen colonial español, que han provocado el encarcelamiento de Lino Figueredo y tantos otros. Hacia estos hombres Martí solo manifiesta una honda pena y desprecio por sus infames actos.
El tema de la supuesta «integridad nacional» del régimen, que Martí socava constantemente, persiste también a lo largo del texto. Dicha integridad, encarnada en el Cuerpo de Voluntarios, es cuestionada con una aguda ironía, que es un aguijonazo de angustia e indignación contra la crueldad e ignominia. Cabe aquí la siguiente interrogación retórica: ¿Cómo puede hablar de Integridad Nacional un gobierno que permite el absurdo de encarcelar, acusado como preso político, a un niño de 12 años? Es incuestionablemente comprensible la turbación y la amargura de Martí: la Integridad Nacional es una falacia, un burlesco sofisma, una absoluta demagogia. Es el absurdo lo que aterró a Martí en ese presido. Es al absurdo un gran problema de múltiples raíces y ramas que está hoy totalmente vigente —solo una ojeada a nuestro alrededor…— y que se ha vuelto una forma de vida o un mal hábito de proporciones ultra alarmantes.
Martí refiere, además, el problema de la sumisión consentida o aceptada del esclavo, mediante el personaje de Juan de Dios. Es de suponer que, tras toda una vida de servilismo y humillaciones, no sea posible reconocer otra forma de existencia vital. Martí lo explicita de forma tal que pareciera una especie de síndrome de Estocolmo decimonónico de un pobre esclavo negro y con problemas mentales.
Son muchas las imágenes desgarradoras en este ensayo martiano. No solo es la crueldad y el terror lo que impresiona al lector. No solo es la plasticidad con que su autor retrata un panorama violento a la sensibilidad humana. También hay imágenes de drama familiar, sobre todo, en esa terrible y hermosa descripción del padre llorando a los pies del hijo encadenado; que recuerda al coloquio de Héctor con Andrómaca en la Ilíada, cuando el héroe troyano se despide tristemente de su esposa para no volverse a ver. Hay, además, una imagen tremenda que acompañará al Apóstol durante toda su vida como un fantasma horrendo: la «muerte en vida», la «existencia cadáver»: esos cuerpos que se mueven por inercia, pero que parecen carentes de vida. Hay mucho de eso todavía hoy en el mundo y probablemente lo habrá aún mañana.
Martí denuncia todos esos males y alerta sobre otro gran peligro: matar a Dios. Simbólicamente, se refiere a matar al Bien y si tal desatino ocurriese —como en el reducido espacio de un horrendo presidio en una inmunda capital de cualquier parte—, entonces sucedería el caos, la ausencia de orden, la nada. Antropológicamente, matar a Dios/Bien Supremo, es para el Apóstol un acto impío contra natura, un descenso al infierno. Extrapolado a lo universal, este simbólico descenso pude llevar a cualquier sociedad a su propia ruina, lo cual es kantianamente opuesto al humanismo martiano.
Bibliografía
- Cupull, Adys y Froilán González: Creciente agonía, Editorial José Martí, La Habana, 2007.
- Hernández Sánchez, José Amado Díaz Martínez y Jaime García Cuenca: Introducción a los estudios literarios, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2011.
- Hobbes, Thomas: Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, Fondo de Cultura Económica, México, 2005.
- Prieto, Fernando: Manual de historia de las teorías políticas, Unión Editorial, Madrid, 1996.
- Rodríguez La O, Raúl: Dolor infinito, Ediciones Abril, La Habana, 2007.
- Martí, José: Obras escogidas en tres tomos, t. I, Editorial Ciencias Sociales y Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007.
- Mañach, Jorge: Martí, el Apóstol, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2015.
- Platón: La República, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.
- Plauto y Terencio: Teatro latino, E. D. A. F., Madrid, 1967.
- Vitier, Cintio: Vida y obra del Apóstol José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2006.
[1] Cintio Vitier: Vida y obra del Apóstol José Martí, p. 30.
[2] Aparece recogido en las OC EC, t. I, pp. 57-87 y en las OC en tres tomos, t. I, pp. 23-51.
[3] Jorge Mañach: Martí, el Apóstol, p. 25.
[4] Thomas Hobbes: Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, p. 106.
[5] Su antecedente latino se haya en la comedia de Plauto, titulada Asinaria.
[6] José Martí: Obras escogidas en tres tomos, t. I, p. 33.
[7] Incluyo dentro de esta expresión también a la Literatura, porque forma parte de las siete bellas artes.
[8] José Martí: ob. cit., p. 30.
[9] Esta estupidez, absolutamente humana, es la variante suprema del absurdo que Albert Camus describe y analiza en su ensayo teórico de la filosofía del absurdo en Le Mythe de Sisyphe, de 1942.
- Magdey Zayas Vázquez (La Habana, 1985).
- Graduado en 2012 de la carrera Licenciado en Educación, Humanidades, en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.
- Maestría en Didáctica del Español y la Literatura (2017, también en el Pedagógico).
- Profesor Instructor de Literatura Latinoamericana de la UCPEJV, desde 2015 hasta 2018.
- Profesor Instructor de Literatura Cubana en la Universidad de las Artes desde 2019.