Por Herminio Josué Peña Otero
“Mi patria posee todas las virtudes necesarias para la conquista y el mantenimiento de la libertad”. José Martí.
Desde hace 50 años esta isla del Caribe ha alimentado todos los sueños posibles, generosos, y a veces cómplices, de sus ciudadanos. Tras siglos de lucha y de ansias de libertad, los intelectuales se dejaron engañar con el conocido mito del buen dictador. Era la dictadura del proletariado. Toda la calamidad que se ve a diario provocada cuando la historia no importa, nos afecta a los cubanos de forma directa y agobiante.
Alguien que dice que no hay desempleo pero nadie trabaja, se cumplen todos los planes de producción y no hay nada en las tiendas, no hay nada en las tiendas pero todo el mundo come, todos se quejan sin parar pero todos van a apoyar al buen dictador para aclamarlo, y otras cosas más. Este trabalenguas ilustra la paradoja que representa la práctica del vivir día a día en Cuba.
A veces las personas de afuera de nuestras fronteras, al leer la información sobre Cuba, piensan que es algo que no existe, aunque sea contada por personas que, sin embargo, viven aquí.
En nuestros días aunque sigue escaseando la valentía pacífica, crecen los deseos de criticar la realidad que se vive. Hay unos pocos que tienen el dominio de la palabra y eso no hace callar a los cubanos. Al contrario, ni siquiera poseen el derecho a callarse. A cada paso le piden que se expresen, pero solo les dan la palabra para que manifiesten su adhesión y su fidelidad al régimen imperante. De este modo, los llaman para que participen en toda clase de actividades, entre paréntesis voluntarias, siempre a conveniencia.
La prensa, la televisión y la radio dan cuenta regularmente de estos “debates profundos y esclarecedores”. Cuando se refieren a las intervenciones realizadas, puede tratarse de un anciano muy decoroso que argumenta lo que ganó después del año 59, también un joven que expone la libre y gratuita educación y también puede adelantarse para decir cuán orgulloso está de poder proseguir la obra de los mayores en este fin. Una mujer trabajadora, un señor entrado en años, un ama de casa militante y otros, pueden sentir también la necesidad de asistir y expresarse delante de la cámara o del micrófono, siempre dispuesto a cerrarse o a hacer caso omiso de comentarios diferentes a los previstos.
Nos han organizado la vida. Los cubanos de a pie se quejan en privado agotados por tantas reuniones, declaraciones de fidelidad, falta de desayuno, turnos de guardia de noche… A veces les echan a perder los fines de semana con un trabajo voluntario, movilizaciones para la defensa, fiestas patrióticas o manifestaciones a lo largo del malecón para apoyar algo que no resuelve ningún problema. Una población que termina una campaña política para empezar otra no tiene espacio ni tiempo para pensar en las penurias cotidianas. A un pueblo que se le impone la batalla política como único hecho trascendente, se le obliga a pensar que los asuntos personales carecen de importancia y a todo aquel que opine diferente se le es llamado a contar con la condición de discrepante o disidente. Vean esta frase dicha por una gran personalidad nacional y mundial que expone:
“La confusión de la Patria con un Partido, de la Nación con la historia de las últimas décadas, de la cultura con la ideología”. Monseñor Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba, palabras de bienvenida a Juan Pablo II, enero de 1998.
En la simulación del “consenso” todos somos manipulables y estamos implicados de una u otra manera, desde el niño al anciano. La gran mayoría ha comprendido desde hace tiempo que la permanencia sin problemas tiene un precio, el de la doble moral. Una privada y tolerada, la otra pública y políticamente correcta. Hemos aprendido a convivir con un pánico tocando a nuestras puertas, un terror casi valiente, habilidoso, un miedo provocador de un silencio hipnotizante que nos hizo los cobardes más atrevidos de la historia.
Así aprendimos a desconfiar hasta de las cuatro paredes de nuestra casa. Aprendimos a decir que sí cuando pensábamos que no. Aprendimos a fingir con aplomo, a dar el paso al frente con decisión aunque por dentro deseamos dar vuelta y correr, a disimular con sangre fría, a levantar la mano ante cualquier tarea asignada por la patria, porque luego encontraríamos a tiempo la excusa para no cumplir lo prometido, aprendimos, en fin, a dudar de nuestra propia sombra.
Negarse a entrar en el juego de la adhesión militante, aunque sea fingiendo, es arriesgarse a que tarde o temprano te den un espacio primordial en la lista negra. Es pasar al otro lado de la línea. Las variantes de hostigamiento son infinitas y cada vez más complejas y más sutiles, y llevan 5 décadas en vigor.
Frente a esta presión permanente, el cubano ha desarrollado defensas naturales y sabe aparentar consenso político, al tiempo que intenta librarse de él con altos costos. El resultado es que se ha convertido en maestro en el arte de la duplicidad, renunciando incluso de su propia personalidad.
De este modo el régimen puede hacer alarde de verdaderos plebiscitos en todas las elecciones, en las que se supera el 90% de los posibles votos favorables a los candidatos afines con el régimen. No obstante, la medalla posee un reverso que expresa la pérdida total de la responsabilidad personal. El hombre se siente una pieza de la maquinaria social que él mismo ha construido con su falta de acción responsable y sabe que, mientras funcione como maquinaria, piense y actúe como se espera de él, esto le traerá una confianza personal, laboral y social muy placentera.
De vez en cuando, las campañas de firmas han de dar fe de la simulación del pueblo, una trampa construida con miedo. En la actualidad Cuba está atrapada en la trampa de la desconfianza. Un temor difuso pero tenaz, una sospecha paralizante que inhibe cualquier alternativa posible. Y existe para todos. Se trata de obligar a prohibir la innovación y la iniciativa, por miedo al poder generado por las fuerzas populares liberadas.
Por otro lado, los solidarios con esta situación tienen miedo, se inquietan por su futuro cuando la sociedad civil se rebele y se dé cuenta de su función decisiva. Algunos sienten la tentación de la traición antes de que sea demasiado tarde, se saben sin control, con temor de que el poder se les escurra como agua entre sus manos. ¿Cuándo? No se sabe, pero las señales se multiplican.
A cada paso se observa el descalabro. Categorizamos los deberes por encima de los derechos, perdimos y nos perdimos. En el humor se observan hace años desinhibiciones con respecto al problema del miedo, se han encontrado alternativas de libre expresión unidas con el doble y a veces triple sentido para divulgar y criticar la realidad escalofriante.
También hay algunos programas humorísticos, existentes en los canales de televisión, que abordan temas cruciales para todos los cubanos con respecto a las penurias cotidianas y las fallas del aparato social imperante. En muchas formas se burlan de las ineficacias y ridiculeces del régimen actual. Para lograr que estos programas salgan a la calle hay que pasar por una aprobación de los directivos del ICRT que “censuran” lo que les conviene y dejan al aire “lo que pueden”. Así y todo es posible que a veces, debido al doble sentido y a la astucia de los escritores de los programas humorísticos, se lleve a cabo una crítica bastante directa al televidente.
El miedo en las entrañas de los cubanos está claro. Miedo a las penurias, miedo al policía, al presidente del CDR, al soplón, al secretario del sindicato, al jefe de la sucursal o del Ministerio del Interior. Miedo de cuánto puede durar la opresión, la propaganda única y parcializada, la escasez en todos los sentidos, el tiempo parado junto a la vida que pasa, la doble moneda, la doble moral, los amigos y familiares no que se van de nuestro lado, sino que huyen convencidos de que no hay remedio para el mal. Miedo de que se acaben las escuelas, destartaladas y manipuladoras, pero para todos, los hospitales sin medicinas y mal equipados, pero gratuitos, las jubilaciones miserables pero garantizadas, la vivienda en ruinas pero sin poder venderla.
Un país donde la doble moral, unanimidad imaginaria, falsedad y enmudecimiento de opiniones rinden dividendos, no es un país completamente libre, se convierte en un país escéptico y desconfiado en el que, queriendo lograr que surja un hombre nuevo, podemos lograr que nazca un hombre falso.
Que no se vuelva a silenciar otra vez en la historia, el agradable ruido que producen las personas al expresarse. Luchemos pacíficamente unidos, codo con codo, para que el miedo al debate, a la pluralidad y a la verdad desaparezca de raíz de nuestra sociedad. Ya se destapó la caja de Pandora y la sociedad, en su afán de justicia y de paz, es imparable. La capacidad de un pueblo de hacer silencio debe ser sanada y prevenida. Hace falta hacer silencio para escuchar la voz de los que sufren y compartir su sufrimiento, para darle voz a la esperanza y al cambio.
A pesar de todo reafirmo mi fe en el pueblo cubano con las palabras de Martí al inicio de esta opinión:
“Mi patria posee todas las virtudes necesarias para la conquista y el mantenimiento de la libertad”. José Martí.
Quiero terminar con ellas para que la queja no se quede en lamento ni las críticas en amarga parálisis.
Gracias y que Dios los bendiga.
Herminio Josué Peña Otero.
Ingeniero Mecánico
Trabajador del obispado de Pinar del Río
Alameda No 8ª entre Volcán y Ramón González Coro.
Teléfono: 724157